1: La bailarina

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CAPÍTULO 1: la bailarina

Se asomó a la puerta de la sala para asegurarse, por tercera vez, que no había nadie en la planta del edificio. Cuando comprobó que no había ni una sola alma encendió la WebCam de su portátil. Pronto apareció la imagen de una chica de ojos cansados y rostro demacrado, se podía apreciar que estaba en la cama de un hospital.

-Astrid…- susurró la chica al ver a su amiga en aquel estado. Había empeorado desde la última vez que habían hablado.

-Aria, tenía tantas ganas de verte- aunque no tenía muchas fuerzas, sonrió. Sabía todo lo que le afectaba a su amiga verla en ese estado. Aria rozó con las yemas de sus dedos la pantalla del ordenador tocando el rostro de su amiga. No pudo evitar que sus ojos se llenaran de agua. Se los enjuagó en menos de un segundo y enmascaró su dolor con una amarga sonrisa.

-¿Qué tal estás, cariño? ¿Has recibido el dinero que te envié?

-Claro, si no ya no estaría en el hospital. Gracias por todo lo que estás haciendo Aria, no sé que haría sin ti…- esta vez fue Astrid de la que empezó a caer un torrencial de lágrimas.

-Eh, eh, no llores. Sabes todo lo que te quiero a ti y a Román, daría mi vida por vosotros si hiciera falta. No nos pongamos melodramáticas y cuéntame que novedades hay.

Dicen que los amigos que haces en la guerra duran para siempre, pues esto fue lo que les pasó a Aria y a Astrid. La calle fue su guerra.  Se criaron juntas, las dos habían tenido una infancia difícil. La madre de Aria había muerto pocos años después de tenerla y su padre después la muerte de su esposa había caído en una tremenda depresión utilizando el alcohol y el juego como único medio de entretenimiento. Astrid emigró con tres años desde Alemania junto a su hermano mayor para mudarse con su abuela materna. Hacía quince años que no veía a sus padres, al principio les enviaban dinero para ayudar a su abuela con los gastos, pero esa costumbre desapareció al cabo de un tiempo. Su abuela se desvivía para que pudieran llevar la mejor vida posible, pero muchas veces no tenían  qué llevarse a la boca. Román, aunque solo fuera dos años mayor que su hermana, cuidó de ella y de Aria lo mejor que pudo. Román, Astrid y Aria se criaron en los suburbios de una pequeña ciudad inglesa, robando, malvendiendo las pocas cosas de valor que tenían y trabajando desde muy pequeños.

Después de la muerte de la abuela de los hermanos, hace un años, las cosas empezaron a cambiar: Román consiguió un trabajo a jornada completa de mecánico, con su sueldo alquilaron un pequeño apartamento de dos habitaciones y los tres se mudaron; Aria y Astrid trabajaban de camareras en un club nocturno; Aria siempre había sido talentosa, cantaba y bailaba, su talento lo había heredado de su madre quién fue una importante bailarina en su época, su sueño era seguir los pasos de esta, así que cansada de ser una simple camarera empezó a buscar un trabajo que tuviera relación con el mundo del arte, lo único que encontró fue una vacante como ayudante de un cáterin pero lo rechazó ya que no tenía nada que ver con lo que ella tenía pensado y además tendría que estar viajando todo el tiempo. El problema llegó cuando a Astrid le diagnosticaron una variante de cáncer de hueso, de difícil tratamiento, que solo se trataba en hospitales privados. Para pagar las facturas Román consiguió otro empleo, que compaginaba con el de mecánico y Aria aceptó el trabajo en el cáterin ya que el sueldo que le ofrecían era mucho mayor que tenía y se dispuso a encaminarse a su nueva vida sola.

-Pues por aquí todo sigue igual…-respondió Astrid. Estaba todo el día metida en aquel hospital, no tenía una vida especialmente interesante.

-¿Qué tal está Román?

-Hecho polvo, duerme apenas cinco horas diarias. Habla con él por favor, a ti siempre te hace caso. Si sigue así va a enfermar.

-Tranquila, hablaré con él.

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