18.

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El trineo plateado aterrizó en Crissy Field y por suerte era de noche.
Annabeth corrió hacia su padre y lo envolvió en un abrazo.

—¡Papá! Has volado... has disparado... ¡Por los dioses!

El señor Chase se sonrojó.

—Bueno, supongo que no está mal para un mortal de mi edad.

—¡Y las balas de bronce celestial! ¿Cómo las has conseguido?

—Ah, eso. Te dejaste varias armas mestizas en tu habitación de Virginia la última vez que... te marchaste.

Annabeth bajó la vista, algo avergonzada.

—Decidí fundir algunas para fabricar casquillos de bala —prosiguió—. Un pequeño experimento.

—Papá... —murmuró Annabeth.

—Chicos —interrumpió Thalía. Ella y Artemisa estaban arrodilladas junto a Zoë.

Los zumbidos aún continuaban.

—¿No puedes curarla con algún recurso mágico? —le preguntó Percy a la diosa—. O sea... tú eres una diosa.

—La vida es algo frágil, Percy —respondió—. Si las Moira's quieren cortar el hilo, poco podré hacer. Aunque puedo intentarlo.

Intentó ponerle la mano en el flanco, pero Zoë le agarró de su muñeca, ambas se miraron por un momento, como si se estuvieran hablando.

—¿No os he... servido bien? —susurró Zoë.

—Con gran honor —respondió Artemisa—. La más sobresaliente de mis campeonas.

Zoë pareció relajarse.

—Descansar. Por fin.

—Puedo intentar curarte el veneno, mi valerosa amiga.

Zoë miró a Thalía y tomó su mano.

—Lamentó que discutiéramos tanto —le dijo—. Habríamos podido ser hermanas.

—Ha sido culpa mía —respondió Thalía, intentado no llorar—. Tenías razón sobre Luke. Sobre los héroes, sobre los hombres y todo lo demás.

—Quizá no todos —murmuró Zoë que le dedicó una débil sonrisa a Percy—. ¿Todavía tienes la espada, Percy?

Percy sacó su bolígrafo y se lo tendió a Zoë.

—Dijiste la verdad, Percy Jackson —prosiguió—. No te pareces en nada a... Hércules. Es para mi un honor que lleves esta espada.

—Zoë...

—Estrellas —murmuró—. Las veo otra vez, mi señora.

Una lágrima recorrió la mejilla de la diosa.

—Sí, mi valerosa amiga. Están preciosas esta noche.

—Estrellas —repitió Zoë, sus ojos se quedaron viendo el cielo y no se movió más. Los zumbidos cesaron.

Thalía bajó la cabeza, Annabeth se tragó un sollozo. Artemisa hizo un cuenco con la mano y le cubrió la boca a Zoë, mientras decía unas palabras en griego antiguo.

Una voluta de humo plateado salió de los labios de Zoë y quedó atrapado en la mano de la diosa. El cuerpo de Zoë tembló un instante y desapareció en el aire.

Artemisa se puso de pie, pronunció una bendición, sopló en su mano y dejó que el polvo plateado volara hacia el cielo. Se fue elevando hasta que se desvaneció.

Después de un minuto Annabeth ahogó un grito.
El cielo... estaba plagado de estrellas, nunca las había visto tan brillantes. Y había una nueva figura, una nueva constelación. Una chica con arco corriendo por el cielo.

Julie  y la maldición del Titán [libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora