Parte 1- Temporada de exámenes

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Otro día igual. Un día como siempre. El cielo nublado, todo gris y oscuro, todavía no amanece. Hace frío, es invierno. Todos hablando en la parada del bus como siempre, me acerco a mis amigos. Conversan distraídamente. Lo normal. Escucho la conversación trivial.

–¿El trabajo de lengua era para hoy?– pregunta Silvia muy preocupada. No me esperaba nada menos de ella, distraída las 24 horas del día. Mueve sus ojos marrones inquietamente, esperando a que alguien conteste a su pregunta. Lleva el pelo rubio corto alborotado y la ropa descombinada, cada prenda de un color. Seguro que como llegaba tarde se ha puesto lo primero que ha pillado del armario y ni siquiera se ha peinado. Suele ser muy alegre, pero con todos los exámenes está bastante expresada, como todo el mundo. Llegó el año pasado al instituto, la pusieron en la misma clase que a mi y nos hicimos amigas en seguida.

–Que va, es para la semana que viene, no te enteras de nada.– la que contesta es Zoe, la lista del grupo. Lleva su pelo negro recogido pulcramente en un moño. Una blusa azul, unos pantalones negros y una americana. Es muy seria, pero sabe como divertirse. La conocí en la biblioteca el primer año de instituto. Quedábamos para leer por las tardes. Y ahora vamos a la misma clase.

–Oye, hablando de clase. ¿Alguien aprueba matemáticas?– esta vez habla Mark. Examina a todo el mundo con sus ojos azules, intentando descifrar que sacará cada uno. Lleva el pelo moreno hacia la derecha. Hoy se ha puesto unos vaqueros, una camiseta roja y una chaqueta de deporte del mismo color. Es el deportista, le encanta hacer deporte, sobre todo fútbol. Lo conocí en clase de tenis cuando iba al colegio y desde hace un par de años estamos en la misma clase.

–Puffff, yo con un 3 me conformo.– se lamenta Alex. Me mira y levanta las cejas, como diciendo: de ahí no paso.  Se peina su pelo rubio y se coloca la camiseta azul por dentro de los vaqueros. Es bastante tímido, pero cuando por fin lo conoces es muy divertido, cuenta los mejores chistes. Lo conozco desde la guardería y es mi mejor amigo.

–¿Y crees que vas a llegar? Yo me voy a comer un 2.– Parker sonríe, como de costumbre, como si todo le fuera bien y nada más importara. Lleva el pelo pelirrojo algo desmelenado, sus ojos verdes como la hierba brillan cuando sonríe y tiene la zona de la nariz llena de pecas. Lleva en la misma clase que yo desde el colegio. Uno de mis más antiguos y mejores amigos. Siempre sonriente y gastando bromas.– Y tu Angela, ¿que tal te salió el examen?– Me revuelve mi melena castaña y se me deben de quedar unos pelos de loca porque todos empiezan a reírse. Pero mis ojos azules y mi ceño fruncido deben intimidarle porque en cuanto lo miro deja de reírse. Cuando termino mi fallido intento de peinarme, me dispongo a responder.

–No lo se, aprobada estoy. Creo que voy a sacar un 6.

–Bueno, dejadlo ya, lo hecho hecho está y ahora vámonos que ya vienen el autobús.– Alex señala a la carretera con el pulgar.

Todos subimos al autobús. Nos sentamos. Seguimos hablando. Por fin llegamos al instituto. Bajamos del autobús. Seguimos hablando. Nada importante, solo comentamos el asco que nos dan los exámenes. Son horribles. Cualquier alumno de este o de cualquier otro instituto en el mundo daría lo que fuese por no tener que hacerlos. En la puerta se forman múltiples grupos. Cada uno hablando de sus cosas. Algunos tienen libros en la mano. Se están preparando para los exámenes del día. Algunos están nerviosos pasando rápidamente páginas. Los más seguros y más estudiosos repasan de cabeza. Algunos se preguntan los unos a los otros. Hay unos cuantos que ya les da igual y solo hablan. Y bastantes que se están apuntado cosas en los brazos, las manos e incluso las suelas de los zapatos. Las chuletas, un clásico que nunca faltará en los exámenes, sobre todo cuando son importantes. Me pregunto que notas sacará toda esta gente. Algunos sacaran un diez, otros un cinco, y la gran mayoría no pasará del tres y les tocará repetir los exámenes. Como me jode la temporada de exámenes. Incluso hoy que nosotros no tenemos, se respira incomodidad en el ambiente, y hay una palpable tensión que podría cortarse con un cuchillo de mantequilla. Cualquiera de los que estamos aquí daríamos lo que fuese para saltarnos esta parte de nuestras vidas.

Después de un rato, de relax antes de clase para unos y de angustia y miedo para otros, suena el timbre. El timbre, tan odiado como amado. A veces con el ruido más infernal nos indica que comienzan los exámenes y otras sin embargo, con el más dulce de los sonidos nos da la libertad de respirar tranquilamente y tomarnos la libertad de hacer lo que nos plazca. Esta vez, para mi es un ruido sin más, no me indica nada más que un rato de escucha y aprendizaje, lo cual está bien. Pero para otros comienzan unas horas difíciles de estrés.

Todos empiezan a entrar, nosotros esperamos un momento, no queremos entrar con el bulto, además, hoy no tenemos prisa. Así que terminamos tranquilamente el agradable tema de conversación.

–Creo que deberíamos ir entrando, se está haciendo tarde.– Por supuesto es Zoe la que nos saca de nuestra tranquilidad. Siempre tan responsable. Todos asentimos con la cabeza y avanzamos hacia la entrada.

No hay nadie en el pasillo de abajo, extraño. Sin embargo se escucha un enorme revuelo. Tenemos clase en el primer piso. Subimos. Nadie en las escaleras. Qué raro. Parece que en primer piso está todo el instituto. La gente va de un lado para otro sin parar. Casi no hay sitio para pasar, esta abarrotadísimo. Nos miramos. No sabemos qué pasa. Decidimos seguir avanzando. Parece que todo el mundo se concentra en nuestro aula. La 14. No hay manera de entrar. Hay una cantidad increíble de gente. Todos tienen conversaciones un tanto extrañas.

–Dicen que ha sido un suicidio. De ahí que no haya sangre.– dice una chica a la de al lado.

–Tiene que ser un asesinato, es todo muy extraño.

–No se puede a ver suicidado allí.

–¿Y la tiza?– dice un chico que pasa a mi lado.

–¿Quien puede haber sido?

–Todo el mundo lo odia. Ha suspendido a más de tres cuartos del instituto.

–Y al otro cuarto le había tocado mucho los huevos.

No entiendo nada, me he cansado de estar aquí de pie. Empiezo a abrirme paso entre la gente como puedo. Después de dar un par de empujones y codazos, consigo entrar en la clase. Al entrar veo que en la pizarra está escrito con tiza blanca y enmarcado por tiza roja: "9 - 1 = 8 Uno menos". Giro la cabeza y lo veo. Me quedo de piedra. Hay una silueta dibujada con tiza. Todo alrededor lleno de polvo blanco. Justo al lado hay unas reglas y un compás. Forman el número 9. El mismo número que tiene rasgado en la camisa. Y allí, siendo la propia silueta marcada en el suelo, yacía muerto el profesor de matemáticas.







Parte escrita por Alisa31224

Asesinato en el aula 14Donde viven las historias. Descúbrelo ahora