—El movimiento uniforme rectilíneo se caracteriza por no tener aceleración, es decir, va a velocidad constante...
Bostecé disimuladamente. No hay nada peor que una clase de física de dos horas a primera hora, y para más inri, un lunes. El calendario lo creó un ser malvado, está claro. Tan pronto como el profesor se puso a garabatear deducciones y fórmulas en la pizarra desconecté. Me esforcé en copiar lo de la pizarra al menos, ya que lo que explicaba me entraba por un oído y me salía por otro. Solo podía pensar lo mismo una y otra vez. En la apuesta que hice con César. Por alguna razón me parecía que había hecho un pacto con el diablo, y cuando pensaba esas cosas me recorría un escalofrío en la espalda. No paraba de repetirme en que no me iba a enamorar. No lo había hecho en estos dieciocho años, no lo iba a hacer ahora.
—¡Alejandra!
Me sobresalté al escuchar mi nombre. Era Antonio que me estaba tendiendo un folio. ¿Por qué? Giré la cabeza hacia toda la clase y vi que todos ya tenían uno. Lo tomé y me fijé en el profesor. Estaba escribiendo en la pizarra los datos de un problema. ¡Mierda! ¿Tenía que hacer hoy una entrega? Solo son las 9:30 y ya me han fastidiado la semana.
—Tenéis quince minutos para resolverlo —anunció el profesor—. Él que no lo entregue tendrá un cero directamente.
¡Genial! Y con presión, como a mi me gusta. Me centré todo lo que pude en el dichoso ejercicio pero la verdad no tenía ni idea. Como lamento ahora no haber estudiado física este fin de semana.
—Cinco minutos —comunicó.
Es curioso lo rápido que pasa la clase ahora. Anoto cuatro tonterias en el papel y lo entrego sin más. Sé que esta suspendida esta parte. Solo espero que no puntue mucho.
Cuando el profesor termina de recoger el último examen vuelve a continuar con la clase tan tranquilo. La única diferencia es que ahora todo el mundo está despierto y anotando todo lo que dice, incluida yo, aunque no tengo ni idea de lo que dice. Me tendré que buscar un tutor...
—¿Qué velocidad os ha salido? —pregunta Antonio cuando acaba la clase.
—110 kilómetros por hora —responde Macarena—. En verdad me ha resultado sencillo.
—Pues a mi 95 —se lamenta Antonio—. ¿Y a ti, Ale?
—Eh, no me acuerdo —miento como una bellaca—. Creo que 100 o por ahí.
Me da vergüenza decir la verdad, y es que he puesto 70 por poner algo. Ni siquiera lo planteé bien. Me desanimo por primera vez que empecé esta carrera. Sabía que iba a ser díficil pero pensé que lo lograría si estudiaba un poco. Me equivoqué, hay que estudiar mucho. Y no lo estoy haciendo, si soy sincera, debería centrarme más en mis estudios y no salir tanto. Si suspendo este curso me tendré que volver a mi casa, ya que mis padres no se pueden permitir que me tiré la vida en una casa de alquiler más diez años de carrera, que es lo que tardaré si no empiezo a estudiar ya.
—Alejandra, vamos a comer. ¿Te vienes? —me pregunta Antonio al terminar las clases.
—No, gracias. Ya me esperan —le respondo.
—Bueno, pues otro día.
—Claro —le sonrío—. ¡Pasarlo bien!
Hoy no tengo nada que hacer pero tengo pensado ir a la biblioteca y ponerme al día con física. No quiero pasar el bochorno de esta mañana nunca más, aunque es bastante probable que lo llegue a sufrir.
—Hola, ya estoy en casa —comunicó cuando entro.
César, como no, está tumbado viendo "Los Simpsons" mientras come patatas fritas.
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Jugando con el enemigo en casa
Teen FictionSiempre he sido una chica que lo tiene todo bajo control así que mudarme a la ciudad para ir a la universidad no me supondrá ningún problema. O al menos eso creía yo hasta que conocí a mi nuevo compañero de piso, César, un chico con un ego enorme y...