Esta es una de las decisiones más difíciles que he tenido que tomar. Intentaba concentrame en las clases pero resultaba casi imposible con Antonio a mi lado. Me miraba cada vez que podía y no paraba de sonreir. Era la típica sonrisa bobalicona de cuando estás pillado por alguien. Y pensar que estuviera así por mi me asustaba. No creía que me mereciera esa sonrisa suya. Y me complicaba bastante la tarea de decidir que hacer. Aunque no me sintiera como él al verle tan feliz me daba esperanzas y fuerzas. Se podría intentar, tenía que darle al menos una oportunidad, ¿no? Intentaba imaginarme el futuro con él como novios y se nos veía muy bien. Pero ¿sería así en la realidad? No quería hacerle daño, no se lo merecía.
—Acordaos que el trabajo que enviasteis se expondrá en clase la semana que viene —comentó la profesora—. Ya podéis iros.
La gente empezó a recoger y a levantarse de sus asientos.No puede ser. ¿Ya han acabado las clases? Han hecho corto el día a propósito. Antonio se acercó a mi mesa mientras Esther y Macarena se alejaban hacia el pasillo.
—¿Quieres venir a comer conmigo? —me preguntó enseguida Antonio.
—Claro —afirmé sin estar nada segura—. ¿Los demás también vienen?
Busqué a mis amigas por el pasillo pero ya no estaban. ¿Antonio se lo habrá contado? No suelen irse sin más.
—Bueno...había pensado en ir los dos solos —dijo tímidamente.
—Como no —murmuré mientras le seguía.
Caminamos casi en silencio hasta nuestro restaurante favorito. De vez en cuando comentábamos algo de clase pero se notaba que ambos estábamos nerviosos. Era algo así como nuestra primera cita. Ya en el restaurante estábamos más tranquilos y nos pusimos a hablar más animadamente. Al terminar de comer parecía que había vuelto todo a la normalidad ya que bromeábamos de cualquier tonteria que se nos ocurría. Estaba empezando a ser todo muy sencillo hasta que llegamos a los postres.
—Alejandra, esto... Me dijiste ayer que hoy me dirías algo —dijo con la voz un poco seca mientras me miraba a los ojos expectante—. Bueno, ¿qué has decidido?
¡Ya está, ha llegado el momento! Inspiré hondo, me aclaré la voz y le miré a los ojos.
—Antonio, le he estado dando muchas vueltas a todo esto, sobre todo porque para mi lo importante es que seas mi amigo. Pero es verdad que también me gustas, bueno lo que quería decir es que ¿César?
Estaba diciendo un montón de cosas sin sentido hasta que vi entrar al restaurante a César acompañado de una chica rubia. Se la veía muy superficial, muy maquillada y porque no decirlo, algo tonta. Me recordaba a Mel. ¿Dónde encontraba chicas así? ¿En una fábrica de barbies reales?
—¿César? —pregunta extrañado Antonio.
—¿Qué? —le miró sin entender.
No podía apartar la mirada de César. Estaba hablando con el camarero mientras la chica se acomodaba el pelo. ¿Qué demonios hacia César con esa chica? ¿Cuándo la había conocido? Ayer volvió solo a casa. El camarero empieza a andar hacia mi dirección seguido de los dos tortolitos. Les prepara una mesa que está a dos mesas por delante de la nuestra. En ese momento César se gira y me dedica una de sus sonrisas desdeñosas a modo de saludo. Yo le devuelvo la misma sonrisa. Para entonces Antonio se gira y dirige su mirada hacia donde yo estaba mirando. Cuando ve a César le saluda con la mano de una manera un poco seca. César repite el movimiento. Al menos se saludan ya que no se soportan mucho. La rubia se sienta dándome la espalda mientras César se sitúa en frente, de manera que le veo como tontea con la chica.
—¿Qué crees que engorda menos? —se escuchaba a la rubia—. ¿La ensalada César o la ensalada California?
—¡Vaya, que casualidad! —murmuró Antonio algo desanimado.
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Jugando con el enemigo en casa
Teen FictionSiempre he sido una chica que lo tiene todo bajo control así que mudarme a la ciudad para ir a la universidad no me supondrá ningún problema. O al menos eso creía yo hasta que conocí a mi nuevo compañero de piso, César, un chico con un ego enorme y...