Capítulo 12

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—¡César! Es para ti —le llamé mientras tenía ante mi un Daniel con los ojos rojos y con un fuerte olor a whisky.

—¿Para mí? —se le escuchaba decir mientras llegaba a la puerta.

César se quedó parado cuando vió a Daniel, luego apretó los puños y contrajo la cara aunque apenas fue en un segundo. Se le veía en la cara que tenía una lucha interna. Tras unos segundos parados al final suspiró.

—¿Qué te ha hecho Mel? —dijo pesadamente.

Daniel se lanzó a los brazos de un sorprendido César y se puso a llorar a moco tendido. ¡Para que luego digan de las mujeres!

—Lo siento mucho, tenía que haberte hecho caso —dijo tras unos minutos mientras seguía abrazado a César e hipaba cada dos por tres.

César le dió unas palmadas en la espalda intentando consolarle. Intentaba arrastrarlo al sofá pero Daniel seguía agarrado a él como una ameba. Se le veía tan frágil a Daniel en estos momentos que me daba ganas de unirme al abrazo colectivo.

—Venga, no pasa nada. Ya estoy yo aquí —le decía César mientras seguían abrazados.

—Se lió con otro en mi cara —se lamentó Daniel—. ¿Te lo puedes creer?

—Ya, es una de sus especialidades —dejó caer César.

Daniel se quedó callado y luego asintió. Seguía lloriqueando. No sabía que le gustara tanto Mel y en tan poco tiempo. Tampoco entendía lo que había hecho Mel, había sido cruel.

—Esto, Daniel. ¿Quieres tomar algo? —le pregunté tímidamente rompiendo el dulce momento que tenían esos dos chicos delante mio.

Los dos se separaron de inmediato y me miraron sorprendidos. ¿Tan invisible soy? Daniel se secó las lagrimas de inmediato y sacó pecho.

—Sí, agua estaría bien —dijo ya con una voz más grave.

—¿Agua? —se burló César—. Lo que necesitas es salir y olvidarla. Te buscaré una mejor.

Chicos, pensé. Me fui a mi habitación mientras escuchaba los consejos y las claves de ligar de César y como se estaban arreglando para salir esta noche. Al final si que iba a salir César después de todo. No quise pensarlo mucho y me fui a dormir.

Por una vez desde que llegué a esta casa me levanté a una hora decente un domingo. Como es de suponer todos estaban dormidos así que desayuné sola y aproveché a estudiar toda la mañana en un completo silencio.

Al mediodía se levantaron los bellos durmientes aunque de bellos tenían poco. Carol llevaba el pelo despeinado y el maquillaje corrido y César tenía ojeras y apestaba a alcohol.

—¡Buenos días! —dije alzando la voz—. Ya he preparado la comida.

—¡Ay, no grites tanto! —pidió César.

Estaba de resaca. Bien, me iba a divertir un rato.

—Si no estoy gritando, gritar sería decir ¡vamos a comer! —grité ya bastante más.

—Alejandra, por favor, sé buena —me suplicó César—. No tengo la culpa, Daniel me necesitaba.

¿Se estaba disculpando por salir? A lo mejor se sentía mal por dejarme sola ayer o cree que estoy enfadada por eso. Alejandra, no te rayes. Solo lo haces para que no grites.

—¿Ya sois amigos otra vez? —preguntó interesada Carolina.

—Siempre lo hemos sido —se justificó orgulloso César—. Pero tenía que abrir los ojos por si mismo.

Jugando con el enemigo en casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora