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No podía recordar un momento donde estuviera más enojada con mi papá. Estuve todo el día con Ashton, platicando con él y André y luego con otros de sus amigos y en todo momento no quité mi cara de enojo y frustración. Incluso sentada en mi silla de psicóloga, intentaba ayudarme a mí misma, tratar de comprender a mi papá, pero no podía. Y ahora, sentada en el auto de Ashton, me sentía más melancólica porque ese chico manejando a mi lado parecía saber más de mi vida que yo.
Tenía mil preguntas.
¿Cómo infiernos era mi papá uno de los hombres más ricos en Italia y posiblemente en todo este maldito continente? ¿Haciendo exactamente qué? Y no era sólo una mentira de Ashton, lo comprobé con todos sus amigos. ¿Por qué me ponía a trabajar cuando teníamos tanto dinero? ¿Por qué nunca me dijo nada? Yo no era una chica plástica y presumida, digo, sólo lo normal. Y nunca jamás derrocharía demasiado dinero, ni haría nada malo con él. Pero me hubiera encantado, encantado de verdad, poder pasar mis años en USA sin preocuparme por pasar de trabajo en trabajo. De mesera, de vendedora, de cajera en el supermercado, de niñera con los niños más molestos del universo entero. Yo pude haber pasado mis días con un montón de ropa y cosas hermosas y no con la ropa más barata para la que me alcanzaba. Pude haber disfrutado de bailar todo mi tiempo libre en lugar de trabajar y trabajar. Y me sentía herida porque OBVIAMENTE no era un simple vendedor de casas, al menos que le vendiera los palacios a la realeza, me había visto la cara de tarada toda mi vida.
—Ya llegamos, Anabelle —anunció Ashton tocándome el brazo débilmente para llamar mi atención. Me exalté un poco porque no sentí el viaje, y cuando me bajé del auto de Ashton me topé con una maldita mansión. No estaba exagerando, era inmensa, la única casa más grande que esa, que había visto en vivo era la mía, obviamente la de Roma, porque en USA ni siquiera vivíamos en una casa, vivíamos en un condominio y claro, no era una choza pero no se comparaba con esto.
Y ahí está otra cosa obvia que nunca había analizado. Una vez le pregunté a mi mamá porque nuestra casa era tan bonita y grande, y ella me dijo que había sido un regalo de mi abuelo, el papá de mi papá, y yo nunca lo pensé más haya de eso. Nunca pregunté por qué mi abuelo tenía esa casa, y si la tenía y se la dio a mi papá, su único hijo, obviamente le dejó más cosas.
Quizás era eso. Mi papá era un heredero humilde. Un heredero millonario, muy humilde.
Seguí a los chicos dentro con mi cara aun destruida y mis sentimientos por el piso. Era obvio que Ashton me dejaría ir a la inauguración, había sido un zombie todo el día, perdida en mis pensamientos y sólo hablaba cuando me preguntaban algo. Subí las elegantes escaleras de mármol de la entrada y acaricié las flores que decoraban los lados. Eran rosas rojas, hermosas.
—¡Te dije que no tocaras mis cosas, estúpido! —gritó alguien desde dentro y fruncí el ceño. Luego recordé que Ashton tenía un montón de hermanos, y era obvio que se pelearan todo el tiempo.
—¡Lo siento! —gritó una voz de niño y luego se escucharon muchos pasos y gemidos alejándose. André abrió la puerta y me dejó pasar primero.
Me había imaginado la casa hecha un desastre, como la de mi amiga Fer, ella tenía cinco hermanos y su casa siempre era un desastre, no importaba cuantas veces su mamá limpiara, a los cinco minutos los niños ensuciarían todo. Pero la casa de Ashton estaba impecablemente limpia. Era amplia, elegante y aun se escuchaban un montón de voces, ruidos y gritos, y me hacía sentir como en casa, era un ambiente cálido. El techo estaba como a unos siete metros y colgaban unos candelabros hermosos que me quedé viendo fijamente como dos minutos. Las paredes eran unas blancas, y unas con un lindo tapiz vintage color beige.
—¡Ya estamos aquí! —gritó Ashton a mi lado y su voz hizo eco en toda la casa, me hizo saltar del susto.
—Mi mamá exige que avisemos en el segundo que llegamos, porque sólo nos esperan a nosotros para comer —me explicó André y puso una mano en mi espalda, escoltándome por toda la casa hasta el comedor. Donde había ya una gran comida servida en la mesa. Era gracioso porque cualquiera que entrara y viera la mesa, exageradamente larga, pensaría que los Irwin eran una familia ostentosa, pero uno que conocía a toda la familia, incluso se preguntaba si cabían todos ahí.
De pronto los pasos fuertes, las voces, risas y demás se escucharon más cerca, y me sentí mal por llegar sin avisar ni nada. Me sentía como una intrusa.
—¡Nos estábamos muriendo de hambre! —dramatizó Kyle llegando al comedor.
—¿Por qué llegaron tarde, niños? —preguntó Pattie caminando hacia nosotros con la mirada baja, acomodando su arete izquierdo. Cuando llegó a estar frente a nosotros levantó la vista, soltó un jadeó y sonrió abiertamente—. ¡Anabelle!
Cuando menos me lo esperé, Pattie tenía sus delgados brazos alrededor de mí y me decía lo contenta que estaba de que los acompañara a comer. Amaba a esa mujer, la amaba. La abracé y le correspondí todo lo que me dijo. Luego me soltó y abrazó a sus dos hijos con un abrazo fuerte y dos ruidos besos en sus mejillas. Ashton me miró de reojo cuando su madre lo estaba besando y se quejó, avergonzado, pero algo me dijo que sólo se quejó porque yo estaba ahí. Y sonreí por eso.
—Lamento haber llegado de esta manera, pero mi papá llamó a Ashton y le pidió que me cuidara esta tarde y... —comencé a explicarle, pero ella abanicó una mano en mi cara de una manera elegante y dulce.
—Preciosa, no te disculpes por esto, nos encanta tenerte aquí. Toma asiento por favor, aquí, a un lado de Ashton —me tomo suavemente por los hombros y me hizo sentarme a su lado, y Ashton aun no quitaba esa cara de vergüenza que no quedaba en lo absoluto con su personalidad. Pero me encantaba.
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Pew Pew {a.i}
Fanfiction"Quizás tú estás deseando un cuento de hadas... Esto no lo es"