Capítulo cuarenta.

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{Anabelle} 


Una vez escuché mi apellido en las noticias mientras hablaban de Dio, pero lo ignoré por completo, de todos modos no podíamos ser las únicas personas con ese apellido. Mi papá salía en la mañana a trabajar y volvía muy tarde en la noche, o a veces ni siquiera llegaba a dormir porque estaba de viaje. Nunca traía ni un solo papel a casa cuando volvía, nunca me enseñó las casas que según vendía o hablaba de su trabajo, ni siquiera para quejarse y cuando platicaba con algún "cliente" por teléfono, siempre sonaba como su jefe, pero en italiano o en algún otro idioma, así que nunca supe que estaba diciendo. En Mexico vivíamos en una vecindad en una calle donde la gente andaba sin zapatos, nuestra casa era más como un pequeño cuarto sin ninguna habitación y con un baño que compartíamos con tres familias más. En Francia vivimos en la casa de una anciana que me daba miedo, nos quedamos todos en una misma habitación y la casa era demasiado pequeña incluso para una persona, pero yo no podía quejarme porque mis padres hacían lo que podían y yo apreciaba que al menos no vivíamos en la calle, y de repente, cuando llegamos a Italia y yo estaba calculando lo pequeño que sería nuestro nuevo hogar, llegamos a una casa GIGANTE que bien había podido ser un hotel, pero entonces no tenía el cerebro para darme cuenta la inmensidad del cambio y sólo me alegré de que ahora iba a poder tener mi propia habitación. Luego, cuando mataron a mi mamá y tuvimos que irnos de emergencia a USA, nos mudamos a un edificio que bien, no era lujoso, pero era cómodo para dos personas y me gustaba mucho. Mi papá me dijo que iba a tener que ir a buscar un trabajo, porque las cosas no se me podían dar ciegamente en la mano, él me dijo: "si quieres algo, tienes que ganártelo, trabajar por ello. No quiero que crezcas siendo malagradecida" Crecí viajando de un lado a otro, escapando y viviendo en la maldita pobreza, yo no era malagradecida. Trabajé desde los trece años, compré mi propia ropa, claro, era barata y no tan bonita como la de mis amigas pero no me sentía bien pidiéndole a mi papá para cosas como esa. Ignoré los trajes caros de mi papá. Ignoré las cosas caras que me regalaba en mis cumpleaños y días especiales. Bueno, no las ignoraba en lo absoluto, las atesoraba con mi vida, porque creía que mi papá hacía un gran esfuerzo para comprármelas y eran algo especial. Ignoré el helicóptero. Ignoré los autos estacionados en nuestra cochera. Yo siempre ignoré todo ese tipo de cosas, quiero decir ¿quien era yo para cuestionar cómo mi papá hacía su trabajo? Si de repente estaba ganando más dinero, no me iba a poner a dudar de ese dinero. 

—Aquí estamos —murmuró la voz de Ashton desde el asiento de adelante. Abrí la puerta y salí de ahí lo más rápido que pude, sin voltear a ver a Ashton o a André ni una sola vez. 

No quería ver a mi papá, por lo menos no en ese momento, pero realmente no tenía a donde ir, las gemelas eran otras de las muchas personas metidas en la mierda esa y no quería recurrir a ellas tampoco. 

Abrí la puerta y me sorprendió Linda cuando corrió hacia mí y me abrazó fuertemente.

—¿Cómo estás, qué te pasó? Tu papá está tan preocupado, no ha salido de su...

—No quiero hablar con él —susurré con la voz temblorosa y bajita. Linda me dejó de abrazar y me miró, confundida. Apreté mi boca y me tragué las ganas de llorar otra vez, por que, en serio ¿cuantas veces puede llorar una persona en el mismo maldito día? Debería estar enojada, no triste— dile que voy a estar encerrada en mi habitación y que si se acerca voy a gritar y tirarle cosas. Dile que me enteré de su pequeño y sucio secretillo y me merezco un tiempo a solas. 

—¿Quieres que le diga eso? ¿Te enteraste de... lo sabes? —preguntó, su morena cara volviéndose pálida.

—¿Tú lo sabes? —repetí, con incredulidad y enojo— ¿lo de mi papá no vendiendo casas en lo absoluto? Bueno, gracias por mentirme también, lo aprecio.

Pew Pew {a.i}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora