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No alcancé a dar un ligero respiro ante sus palabras. Sentí como rozaba con su nariz debajo de mi oído, su toque fué lento y tortuoso, no pude evitar soltar un corto jadeó.

Para estos momentos ya estaba olvidando que debía llenar mis pulmones de oxígeno.

Sus manos manos fueron a parar a mis caderas a la par que las subía y metía por debajo de mi blusa, sus manos ardían en la piel de mi cintura de lo caliente que estaban. Pasó sus laboos contra mi cuello, erizandome la piel a su paso.

Delineé su cuello con la punta de mis dedos, él gruñó en respuesta. Llegué al inicio del cuello de su camisa y me dí la libertad de pasar mis manos por su torso.

Todo lo que estaba sintiendo bajo mis manos no tenía comparación.

Simplemente, aquello no era para nada algo hecho por Dios.

Justo cuando estaba llegando al final de su camisa sus manos envolvieron las mías, deteniendome, suspiró y se alejó un poco.

–Lo siento preciosa, no puedo hacer esto– dijo y apartó mis manos de su cuerpo.

–¿Qué?– espeté sin creer lo que sucedía –¿Por qué?

–Ya dije que no puedo– contestó serio.

Maldita sea, entonces para qué me tocó.

–Bien– salí del baño en dirección a mi habitación –No sé por cuánto más te quedarás, pero ya sabes dónde está la cocina y si quieres algo sé que lo tomarás– terminé y cerré la puerta antes de que pudiese decir algo.

Me quité la ropa formal y la cambié por mi pijama, conformado por un pantalón corto ligero y una polera de tirantes a juego. Me metí a la cama un tanto molesta, sé que puede sonar algo inmaduro, pero me ha enfadado el que me detuviese de esa forma.

No me agrada la idea de no tener lo que quiero.

Me acomodé de lado y cerré mis ojos. No pude evitar imaginar cómo sería intimar con el Diablo, más aún con lo sexy que era y lo demandante que podía llegar a ser. De sólo imaginarlo...

Me levanté de golpe y abrí las ventanas dejando que el viento golpeara mi rostro quitándome las ideas lujuriosas que se habían apoderado de mi. Me relajé, quedando así mi mente en blanco.

¿Qué vas a querer por tú alma?. Recordé sus palabras.

Era imposible pensar en una respuesta a esa pregunta. Es ponerle un precio a tu alma, a ti ¿Cómo se supone que una persona podría hacer eso?

Me dirigí devuelta a la cama con la interrogante en la cabeza, además de tener en cuenta que si dejaba pasar una semana sin tenerlo claro, de igual forma se llevarían mi alma sin culpa alguna.

Sentí como alguien se apoyaba en la cama contra mi espalda y me sujetaba de las caderas, mi respiración se paralizó al instante.

–¿Pensabas en mi preciosa?– preguntó desde atrás

El aire fresco de la noche ya no estaba haciendo su trabajo de quitarme el calor.

–Eso quisieras– logré decir a la par que lo empujaba con el brazo sin mirarlo y me volví dándole la espalda.

–¿Estás enojada?– preguntó.

–No

–¿Entonces por qué no me miras?– cuestionó divertido.

Me atreví a darme la vuelta y encararlo, pero al instante me arrepentí. Estaba sentado a mi lado, sin camisa y de brazos cruzados.

¡Dios, ese abdomen sí que era del mismo infierno!

Ahora podía apreciar lo tonificado de sus brazos sin esa camisa blanca estorbando, pude apreciar un dibujo de tinta negra en su antebrazo, pero no logré ver de qué se trataba. Tenía unas ganas enormes de quitar ese cinturón negro que afirmaba el pantalon en esas caderas.

¡Controlate Alexa!

–Admito que mi camisa te queda bien, pero te verías mejor sin ella.

Me miré a mí misma. ¿Cuándo me cambié mi pijama?

Sólo traía una camisa blanca y mi ropa interior.

–¿Ahora también quieres controlar lo que uso?– pregunté mirándolo.

–Si puedo sacar provecho de eso, entonces sí.

Viré los ojos ante su arrogancia.

–Te agradecería que salieras de mi cama– solté volviendo a mi antigua posición.

Estaba intranquila, opté por cerrar los ojos y junté mis manos bajo mi mejilla para crear un cómodo soporte.

–Hace frío, no me gusta– se acostó a mi lado y sin permiso me atrajo hacia él tomándome por el estómago.

Mi cuerpo reaccionó al recordar que no tenía camisa, sólo debía bajar los brazos y sentiría la piel desnuda de los suyos.

Y esos músculos.

¡Alexa, vuelve!

–Controla el clima entonces señor Diablo y lárgate– ataqué.

–¿Tan enojada estás preciosa?– preguntó a la par que dejaba un beso sobre mi nunca.

Un beso que era de todo menos tierno.

Me giré dejandonos frente a frente, sus manos fueron rápidas poseyendo mis caderas. No pude evitar mirar sus labios, era como si ahora estuvieran más rojos que antes, tenían un aspecto llamativo al cual se me estaba haciendo difícil resistirme.

–¿Acaso piensas besarme?– pregunté sin despegar la mirada de sus hipnotizantes labios.

–Por más que quiero hacerlo ahora, no. No puedo– contestó y yo bufé por lo bajo –Es la única regla que no puedo romper.

Un momento...

–¡Jamás has dado un jodido beso!– solté asombrada, mis ojos estaban como platos.

–¿Tanta sorpresa hay en eso?– soltó cabreado.

Se alejó de mí y se puso boca arriba. Un aire frío recorrió mi cuerpo al no sentir su cuerpo tan cerca.

–Esque...digo– ¿Cómo decirlo? –Yo creía que el Diablo era un ser vil, cruel y macábro. Pero no un hombre casto– rió despacio

Se acomodó de lado para verme reposando su cabeza en su mano.

–Soy vil, cruel y hasta macábro. Pero me toca ser ese hombre casto por mucho que odie la idea, perdona romper tu corazón– me quedé mirándolo sin saber qué responder.

¿Estaría mal si lo besaba? ¿Acaso recibiría un castigo por hacer aquello que el no puede?

Miré esos labios rojizos nuevamente, sentí su respiración caliente contra mi rostro.

–Que te den Anciano– soltó y se abalanzó contra mis labios.

Jadeé al sentir su lengua mezclándose con la mía.

Demandante, caliente y fuerte. En mi jodida vida había recibido un beso así. Me afirmó del cuello para profundizar el beso. Giró quedando entre mis piernas, sus manos pasaban de arriba a abajo en mis muslos, mi piel ardía con cada toque. Cuando el aire me comenzaba a faltar se separó cortando el beso y se alejó de mi.

–Enserio que no podía besarte– dijo levantándose de la cama pasándose una mano por el cabello –Soy el Diablo, no un humano.

–Un beso no hará que dejes de ser el Diablo– intenté traquilizarlo.

El silencio hizo presencia en la habitación y parecía estar perdido en sus pensamientos, su mirada era indescifrable. Tenía miedo de preguntar algo indebido, al fin y al cabo era el Diablo con quien estaba.

–Eh...bueno, debo dormir– interrumpí el silencio nerviosa –mañana debo ir a trabajar y ya es tarde.

Una sonrisa ladina apareció en su rostro.

–No te preocupes por eso preciosa, ya está todo solucionado– me guiño un ojo y sin esperar mi respuesta salió de mi habitación.

¿Qué ha hecho?

Una Semana Con El Diablo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora