¡MAMI! ¿Adivina qué he hecho hoy? —exclamó Alexander, saliendo a recibir a su madre en la guardería.
—¿Qué has hecho, precioso? —preguntó Roberta, besando el castaño cabello de su hijo, abrazándolo durante más tiempo de lo normal.
—He pintado un dibujo —dijo el pequeño con orgullo, tirando de la mano de su madre para enseñárselo.
Roberta sonrió y no corrigió la forma de hablar de su hijo. Cumpliría cuatro años en un par de meses... había mucho tiempo para enseñarle. En aquel momento quería disfrutar de lo pequeño que era.
—¿Ves? —dijo Alexander, poniéndole el dibujo entre las manos.
—¿Quiénes son éstos? —preguntó Roberta , agachándose para estar a la misma altura que el pequeño.
—Son la abuela y el abuelo —dijo Alexander, mirando a su madre.
—¿Y ésta? —preguntó Roberta, señalando una figura que parecía estar bailando.
—Esta es la tía Lupita —explicó Alexander.
—¿Y esta otra?
—Esta es la tía Jose —respondió el niño, para a continuación señalar el bulto amarillo que también había dibujado—. Y ése es uno de los perros que ha rescatan.
Roberta se fijó en la última figura que aparecía detrás de todas las demás.
—¿Quién es ésa? —preguntó, sin estar segura de querer saberlo realmente.
—Ésa eres tú —dijo el niño con un poco de tristeza.
—¿De verdad?
—Sí —contestó el pequeño. La miró de una manera tan parecida a como lo hacía su padre, que a Roberta le dieron ganas de llorar.
—¿Por qué estoy yo ahí detrás?
—Te echo de menos, mami —dijo el pequeño, suspirando, apartando la vista de su madre.
—¡Oh, pequeño! —Roberta lo abrazó contra su pecho, tratando de no llorar—. Cariño, mami tiene que trabajar, lo sabes —apartó al niño para poder mirarle la carita—. ¿No estás contento en la guardería y durante el tiempo que pasas con el abuelo y la abuela?
—Sí... —contestó Alexander, después de hacer un puchero aunque logró no llorar.
A Roberta se le revolvió el estómago al ver la expresión de inseguridad que tenía su hijo en la cara, la misma que años atrás había visto en Diego, y como éste, hacía lo posible para esconderla.
—Tengo que trabajar, tesoro —le dijo a su hijo—. Tengo que ganar dinero para nosotros. No puedo esperar que los abuelos nos ayuden siempre.
—¿Pero qué pasa con mi papi? —preguntó Alexander—. ¿No quiere él mantenerme también?
En aquel momento, a Roberta le dieron ganas de matar a su hermana Lupita. Seguro que todo aquello era culpa suya. Alexander nunca antes había mencionado a su padre.
—Él no sabe que existes —explicó Roberta, que decidió que a la larga era mejor decir la verdad.
—¿Por qué no?
Roberta era incapaz de mirar a su hijo a los ojos.
—No se lo pude decir... —contestó por fin.
—¿Por qué no, mami?
—Porque él nunca quiso tener hijos.
—Pero yo quiero tener un papi —dijo el niño, tocando la fibra sensible de su madre—. ¿Tú crees que si voy a verlo y le pregunto si quiere ser mi papi cambiaría de idea?
—Claro que lo haría. Pero no puedes ir a verlo, cielo —contestó, sonriendo, a pesar de lo mal que lo estaba pasando.
—¿Por qué?
Roberta abrazó a su hijo sin saber qué contestar.
—¿Mami?
—¿Mmm? —Roberta se mordió el interior de la mejilla para no desmoronarse.
—Aunque mi papi no quiera verme, yo lo sigo queriendo.
En aquel momento, Roberta sintió como si alguien le hubiese arrancado el corazón.Miguel no pudo contener la emoción que le causó saber que Roberta iba a cerrar el acuerdo con Diego.
—¿Quieres decir que nos lo quiere dar todo? —preguntó con incredulidad—. ¿Gratis?
—Ése es el acuerdo —Roberta asintió con una expresión seria.
—Pero en el mercado, probablemente todo eso valga... —Miguel hizo un cálculo rápido, viendo las anotaciones que había hecho ella—. ¡Por lo menos cerca de un par de millones!
—Lo sé... —a Roberta se le revolvió de nuevo el estómago—. Pero no quiere dinero.
—¡Está loco! —dijo Miguel—. Está totalmente fuera de sus cabales, completamente loco.
Roberta no contestó. No pensaba que Diego estuviera loco. Simplemente estaba siguiendo una estrategia.
—¿Ha...? —Miguel frunció el ceño y carraspeó—. ¿Ha pedido algo a cambio, aparte de que trabajes en la casa para documentar todo?
—¿Qué quieres decir? —preguntó Roberta, deseando que no se le notara lo alterada que estaba.
—Roberta , algunos hombres pueden ser bastante... eh... despiadados a veces, para conseguir lo que quieren —dijo Miguel—. Nadie da una fortuna como ésa sin pedir nada a cambio.
—No quiere acostarse conmigo, si eso es lo que te preocupa —aclaró Roberta .
—¿Te lo ha dicho? —preguntó Miguel, sorprendido.
Roberta asintió.
—Roberta , me estás haciendo el mayor de los favores —dijo Miguel suspirando, aliviado. Tomó las manos de ella entre las suyas—. Esto va a asegurar nuestro futuro. Podremos tener una boda por todo lo alto. No nos tendremos que preocupar más por el dinero. ¡Piénsalo! Mi madre está emocionada. Quiere que vengas a cenar a casa esta noche para celebrarlo.
A Roberta no le hizo gracia aquello. Si había algo que fallaba en su relación con Miguel, aparte de su profundo conservadurismo, era la madre de éste. Simplemente no le gustaba.
—Necesito pasar tiempo con Alexander —dijo con cuidado Roberta, apartando su mano—. Me echa de menos.
—Tráelo contigo —sugirió Miguel—. Ya sabes cuánto le gusta a mi madre verlo.
Roberta pensó para sí misma que a Elena Cervera , la madre de Miguel, le gustaba ver a su hijo... pero no oírlo.
—Quizá en otra ocasión —dijo, evitando la suplicante mirada de él—. Tengo muchas cosas en la cabeza en este momento.
—¿Es todo esto demasiado para ti? —preguntó Miguel, suspirando—. ¿Quieres que llame a Diego Bustamante y termine con el acuerdo? Sé que es mucho dinero, pero no te voy a forzar.
Roberta se dio la vuelta para mirarlo. Le emocionó lo que dijo. Era una persona tan encantadora. Quería a Alexander y la quería a ella. Se preguntó por qué no podría ella amarlo.
Si se negaba a cerrar el acuerdo con Diego, Miguel perdería mucho. Y no podía hacerle eso. Además de que sería tirar mucho dinero. ¿Cómo podría vivir con ese cargo de conciencia?
—No... —resignada, tomó su bolso y sus llaves—. Voy a hacerlo. Creo que Diego tiene razón. Necesito cerrar esa etapa de mi vida.
—Buena suerte.
—Suerte es lo que casi no he tenido en mi vida —lo miró, compungida, mientras se dirigía hacia la puerta—. Y no creo que vaya a cambiar.
—No te preocupes, Roberta —le aseguró Miguel—. Él te ha dado una oportunidad única en la vida. No dejes que la relación que tuviste con él se interponga en la felicidad que nos espera a ti y a mí.
Roberta no sabía qué contestar. Le sonrió levemente y se marchó, sintiendo que su futuro iba a estar inextricablemente unido al de Diego. Incluso si por un milagro nunca llegara a conocer la existencia de Alexander.