Roberta... —Jose se acercó a su hermana—. Mamá no pudo venir a buscar a Alexander, así que decidí venir a buscarlo yo —señaló en dirección de la puerta principal—. Llamé a la puerta, pero... no contestó nadie...
—Hola, Jose—dijo Diego, dándole un beso en la mejilla. Educado pero distante, tal como era él—. Estás... eh... has crecido mucho.
Ellie tenía una figura estupenda, aunque ella no era muy consciente de ello.
—¡Hola, Diego! —le dijo Jose con gracia—. Tú estás muy bien. ¡Guau! Seguro que esto es una mansión —dijo, mirando la habitación—. No sabía que te gustaran las antigüedades —le dijo a Diego.
—Y no me gustan —contestó Diego—. Roberta me está ayudando a arreglar todo.
—Estoy segura de que Roberta hará un buen trabajo, ¿a que sí, Roberta? —Jose sonrió y bromeó—. No tardará nada en tener en su poder tus objetos más preciados.
Roberta fulminó a su hermana con la mirada, pero justo en ese momento, oyó que Alexander se acercaba por el pasillo.
—¡Tía Jose! —exclamó el niño, que se apresuró a abrazar a su tía.
—Hola, campeón —Jose abrazó a su vez a su sobrino y se agachó para darle un beso en la nariz—. ¿Cómo te las has arreglado para no ir a la guardería, pequeño granuja?
—Quería estar con mami —contestó Alexander.
—Vi la nota que le dejaste a mamá y vine para acá. He venido en autobús, así que tardaremos un poco en volver. Mamá se ha encontrado con una vieja amiga del colegio. Pensé que era mejor si la dejábamos que comiera tranquilamente con ella. Además... —explicó Jose, y se dirigió entonces a Diego—: Quería comprobar lo que piensa Diego sobre su hijo ahora que ya lo ha conocido.
En aquel momento, Roberta sintió que se iba a desmayar. Incluso pensó en fingirlo para poder escapar de la bomba que Jose acababa de lanzar sin querer.
—¿Mi hijo? —preguntó Diego, mirando a Jose, estupefacto.
—Yo... yo pensaba que lo sabías... —a Jose se le hizo un nudo en la garganta al darse cuenta de que había metido la pata. Miró a Roberta para que la ayudara, pero ésta estaba lívida.
Entonces, aunque muy nerviosa, siguió hablando.
—Como Alexander estaba aquí en tu casa, pensé que lo sabías... —trató de explicar Jose—. Pensé que... ella ya te lo había dicho...
—¿Mami? —dijo Alexander, cuya inocencia alivió la tensión del ambiente—. ¿Le puedo enseñar a la tía Jose el garaje que he hecho para mis coches debajo del árbol? —Claro que sí, bebé, lleva a la tía al jardín y enséñale lo que has estado haciendo —contestó Roberta.
—Vamos, tía Jose —dijo Alexander, tomando a su tía de la mano—. He hecho un garaje con palos y una carretera. ¿Quieres verlo?
—No puedo esperar a verlo —dijo Jose con sinceridad, pidiéndole perdón a su hermana con la mirada antes de marcharse de la biblioteca y cerrar la puerta tras de sí.
El silencio que se apoderó entonces de la habitación fue el peor que ambos habían experimentado en su vida.
—¿Mi hijo? —preguntó Diego, realmente enfadado.
Roberta cerró los ojos ante el odio que podía ver en los de Diego.
—¿Mi hijo? —preguntó de nuevo Diego, en un tono que hizo que ella abriese los ojos, alarmada—. ¡Eres una puta calculadora y mentirosa! ¿Cómo has podido hacerme esto?
Roberta, que no podía decir nada para defenderse, sintió sobre ella todo el peso del enfado y del dolor de Diego.
—No puedo creer que me hayas hecho esto —continuó diciendo Diego—. Te dije desde el principio que no debía pasar. ¿Lo hiciste a propósito? ¿Para forzarme a algo que he estado evitando toda mi maldita vida?
—No lo hice a propósito —dijo sin alterarse Roberta, sorprendida de que le hubiese salido la voz.
—¡Por el amor de Dios! ¡Te estabas tomando la píldora! —dijo Diego, frunciendo el ceño.
—Lo sé... —Roberta se mordió el labio inferior—. Aquella vez que estuviste en Nueva York tuve un virus en el estómago... no lo pensé... creí que todo iba a estar bien...
—¿Por qué no me lo dijiste?
—¿Cómo te lo iba a decir? ¡Me hubieras llevado a una clínica para que abortara! — dijo ella, un poco enfadada.
Diego fue a decir algo, pero no fue capaz de articular palabra.
—Siempre afirmabas tan rotundamente que no querías hijos, ni mascotas, ni nada que te atara permanentemente —prosiguió diciendo Roberta al ver que él no decía nada—. ¿Cómo iba yo a arreglármelas con un embarazo inesperado? Estaba viviendo en el extranjero con un hombre que no tenía tiempo para sentimentalismos, alejada de mi familia... Me hubieras llevado al sitio más cercano donde pudiera deshacerme de mi error. Yo necesitaba tiempo para pensar en otra alternativa...
—¿Qué clase de alternativa? —preguntó Diego.
—Yo no podía... deshacerme del bebé... —dijo, mirándolo brevemente—. Pensé en la adopción, pero sabiendo lo que tuvo que pasar Jose, no podía hacerlo. Supe que pasaría el resto de mi vida preguntándome lo que estaría haciendo mi hijo, si sus padres adoptivos lo querrían, si sería feliz... —Roberta miró a Diego, angustiada—. Sabía que el día de su cumpleaños durante toda mi vida me preguntaría si... me dolería... querría saber cómo estaba... No podía hacerlo.
Roberta hizo una breve pausa antes de continuar hablando.
—Sabía que no querrías saber que habías tenido un hijo, así que decidí seguir adelante sola. Sabía que no sería fácil, pero mi familia se ha portado estupendamente. ¡Quieren tanto a Alexander!... Y yo no me puedo imaginar mi vida sin él.
Diego se dio la vuelta, ya que no sabía si podría soportar que Roberta viese lo afectado que estaba.
¡Tenía un hijo!
Diego pensó que también era el nieto de su padre, y se le revolvió el estómago. Aquello era lo que había estado intentando evitar toda su vida. Pero había ocurrido. Roberta había tenido un hijo suyo sin su permiso, y en aquel momento tenía que encajarlo.
—Quiero hacerme la prueba de paternidad —dijo—. Quiero hacérmela inmediatamente, y si no accedes, voy a pedirla legalmente.
—Si eso es lo que necesitas, no te lo voy a impedir —dijo Roberta.
—Quiero hacérmela —dijo Diego, odiándose a sí mismo al decirlo—. Quiero hacérmela para al menos saber el terreno que piso.
—No quiero nada tuyo —aclaró ella—. Nunca he querido nada. Es por eso por lo que no te lo dije. No quería que pensarás que soy una de esas mujeres que tratan de sacarle partido a su embarazo.
—¿Pretendías decírmelo alguna vez?
A Roberta le costaba mirarlo a los ojos. Diego no sabía qué pensar de aquella actitud, pero supuso que era por el sentimiento de culpa que tendría.
—¡Maldita seas! Contéstame —gruñó Diego—. ¿Me lo ibas a decir?
—Pensé en decírtelo la primera vez que te vi en el bar del hotel... aquella tarde... — contestó Roberta a punto de llorar—. Pero te comportaste de una manera tan arrogante queriéndome ver de nuevo, como si yo no hubiese tenido vida desde que tú y yo rompimos. No era el momento adecuado para informarte de... la existencia de Alexander.
Diego se apartó de ella. Estaba tenso. Recordó la conversación que tuvieron en el hotel, pero no podía recordar que ella mostrase ninguna intención de revelarle el secreto que tan bien había guardado.
—Diego, por favor, créeme —le pidió—. ¡Fueron tantas las veces en las que te lo quise decir! Pero nunca parecía el momento. Y cuando me contaste lo de tu padre, supe que si te lo decía, sólo iba a causar más dolor.
—¿Dolor? —Diego la miró—. ¿Tienes idea de lo que has hecho? ¿El dolor que me has causado?
—Sé que parece horroroso, pero creía que estaba haciendo lo correcto —dijo Roberta, que estaba rota por dentro—. No quería que un niño inocente sufriera sólo porque su padre no quería ser padre. Pensé en hacer lo mejor que pudiese... criarlo para que fuese un buen hombre y un día...
—¿No te das cuenta, Roberta? Si las cosas hubiesen sido diferentes, yo hubiese estado encantado de tener un hijo —dijo Diego con el dolor reflejado en los ojos—. Si no tuviese los genes que tengo... ¿crees que no hubiese querido tener un hijo, una hija, o incluso varios?
Roberta ahogó un sollozo y no contestó. Diego suspiró y continuó hablando.
—Me he pasado la vida evitando justo esta situación. Incluso quise hacerme una vasectomía, pero no encontré ningún cirujano que se la hiciera a un hombre joven, sobre todo cuando todavía no había tenido hijos.
—Lo siento tanto...
—¿Sabe tu novio que yo soy el padre del niño?
—Se llama Alexander. Preferiría que lo llamaras así, en vez de el niño —dijo ella, levantado la cabeza con orgullo y mirándole a los ojos.
—Perdóname por no estar muy familiarizado con su nombre —le espetó Diego con amargura—. Me acabo de enterar de que existe. Ni siquiera sé cuándo es su cumpleaños.
—La víspera de Navidad —respondió Roberta sin dudar.
Roberta observó cómo Diego calculó mentalmente las fechas, y se preparó para lo que le iba a caer encima.
—¿Estabas casi de cuatro meses cuando me dejaste? —preguntó Diego jadeando.
—Ni siquiera te diste cuenta. Sin duda, estabas muy ocupado con otra de tus amantes. ¿Quién era... Natalia?
—No te fui infiel aquel fin de semana —dijo Diego, bajando la mirada un segundo.
—¿Por qué debería creerte? —preguntó ella—. No te olvides que leí sus e-mails. Decía que tenía muchísimas ganas de verte, lo bien que se lo había pasado cuando te vio la primera vez y cómo deseaba que tu asociación con ella durase mucho tiempo.
—Ella no significa nada para mí. Absolutamente nada —espetó Diego, dándose la vuelta y cerrando los ojos, frustrado.
—Ese es el asunto, ¿no es así, Diego? —dijo Roberta—. Nadie te importa nada. No dejas que te lleguen a importar. Mantienes a todo el mundo apartado de ti. Las relaciones que tienes se tienen que adecuar a tus normas. Tú no das, sólo tomas. ¡Fui una tonta saliendo contigo!
—¿Entonces por qué lo hiciste? —preguntó Diego.
—No... no lo pude evitar... —Roberta suspiró casi imperceptiblemente.
—Roberta, cuando te digo que no tuve nada que ver con Natalia Téllez, es verdad —dijo, mirándole a los ojos.
—¿Por qué debería creerte?
—No tienes que creerme, pero me gustaría que escucharas lo que tengo que decir al respecto.
—Te lo pregunté hace cuatro años y medio, y te negaste a decirme nada —señaló ella.
—Lo sé —dijo Diego, emitiendo un leve suspiro—. Natalia es mi prima lejana. Estaba realizando un árbol genealógico de la familia. Para serte sincero, no me interesaba. Pero ella estaba preocupada por algunos problemas de salud de la familia, y al final accedí a verla. Nos reunimos en París. Ella estaba allí por algún asunto de trabajo y, como yo estaba cerca, decidí ir a verla.
—¿Y..?
—Y odié todo el tiempo que estuve allí. Estuvo todo el tiempo repitiendo lo importantes que eran las relaciones familiares e insistió en que, aunque éramos primos lejanos, debíamos mantener el contacto. Aparentemente tengo el dudoso honor de ser el último vástago de esta rama de la familia; el último macho —Diego la miró de manera acusadora, y prosiguió—: O así lo creía.
—¿Por qué no me dijiste la verdad sobre ella? —preguntó Roberta—. ¿Por qué me dejaste creer lo peor?
—No estaba preparado para hablarle a nadie de mi familia —contestó él—. Estuve a punto varias veces de decírtelo, pero no podía evitar pensar que si te enterabas, nos separaríamos aún más.
—Así que me dejaste pensar que era tu amante, rompiéndome el corazón.
—Yo no te dije lo que tenías que pensar. Tú pensaste eso sin que yo te indujera a ello.
—¿Cómo puedes decir eso? ¡Me engañaste! Eras tan reservado. Los últimos días, ni siquiera me mirabas a los ojos. ¡Ni me hablabas! —Roberta emitió un grito ahogado, escandalizada.
—Por el amor de Dios, ¡estaba muy enfadado! —contestó Diego—. Me ponía enfermo cuando hablabas de lo maravillosa que era tu familia y lo mucho que los echabas de menos. Estaba cansado de ser el idiota cuyos únicos recuerdos familiares eran de mi padre pegándome hasta que casi no me podía levantar del suelo. ¿Crees que me gustaba oír que tus padres te arropaban en la cama cada noche, que te leían un cuento y te decían lo mucho que te querían?
Roberta no sabía qué contestar. A ella nadie le había levantado nunca la mano y sus padres y hermanas le habían demostrado todos los días cuánto la querían. No sabía cómo Diego podía haber sobrellevado no sentirse querido y recibir palizas.
—¿Puedo interrumpiros? —preguntó Jose desde la puerta de la biblioteca.
—Claro que sí, Jose —dijo Diego, no mostrando lo agitado que estaba—. ¿Necesitas que te acerque al centro? Yo estoy a punto de marchame.
—No —insistió Jose—. Le he prometido a Alexander que íbamos a ir en autobús. Tiene muchas ganas.
—¿No te has sacado todavía el permiso de conducir? —preguntó Diego.
—He suspendido la prueba diez veces, pero todavía no he perdido la esperanza — Jose sonrió, avergonzada.
—¿Queda algún profesor en Sidney que se atreva a enseñarte? —preguntó Diego alegremente.
—Me han enseñado los mejores profesores, pero ninguno de ellos ha conseguido que lo haga con un mínimo de seguridad —dijo Jose, simulando estar ofendida.
—Cuando tengas tiempo, dímelo, y yo te daré una clase —ofreció Diego—. Después de haber estado conduciendo por casi toda Europa, te puedo asegurar que puedo conducir bajo cualquier condición.
—Estupendo —Jose sonrió, entusiasmada—. Pero luego no me digas que no te lo advertí. Roberta te lo puede decir. Dejó de darme clases cuando el segundo día que iba con ella choque contra un taxi.
—¿Qué te hizo, te asustó? —preguntó Diego, mirando a Roberta.
—He aprendido a saber cuándo me han ganado —contestó Roberta—. Jose necesita que la enseñe alguien con mucha más experiencia que yo.
—No sé... —Diego se acarició la barbilla de manera irónica—. A mí me parece que tienes mucha experiencia en casi todo —le dijo a Roberta.
—Perdona, pero nosotros nos tenemos que machar si queremos tomar el próximo autobús —interrumpió Jose. Alexander estaba a su lado, sujetándole la mano.
—¿Estás segura de que no quieres que los lleve? —preguntó de nuevo Diego, mirando al niño.
—Yo quiero ir en autobús —interrumpió decidido el niño antes de que su tía pudiese contestar.
Al mirar al niño a los ojos, supo que la prueba de paternidad sería una pérdida de tiempo. Aquél era hijo suyo. No había duda. No sabía cómo no se había dado cuenta desde que lo vio. Era igual que él.
—No tengas prisa por volver a casa —dijo Jose ante el silencio que se creó—. Ustedes dos tienen mucho de que hablar. Yo puedo ocuparme de Alexander esta noche, no voy a salir.
—No será necesa...
—Es muy amable por tu parte, Jose —dijo Diego, no dejando terminar a Roberta—. Tu hermana y yo sí que tenemos mucho de qué hablar.
—Bueno, entonces... —dijo Jose, sonriendo abiertamente a su hermana—. Venga, Alexander, vamos a tomar el autobús. Dejemos que mami y papi hablen a solas.
—¿Papi? —Alexander se detuvo confundido, mirando a su tía y a su madre.
—Alexander... —dijo Roberta tras fulminar a su hermana con la mirada.
—¿Es él mi papi? —preguntó, susurrando el niño, mirando brevemente a Diego.
—Sí... Diego es tu papi —dijo Roberta tras aclararse el nudo que tenía en la garganta.
—Pero me dijiste que no quería saber nada de mí —dijo el niño, frunciendo el ceño, confundido.
—Lo sé... pero eso era antes, y ahora... —Roberta no pudo terminar de hablar por la emoción.
—Alexander... —dijo Diego a su hijo, extendiéndole la mano—. Estoy muy contento de conocerte.
—¿Vas a vivir con mami y conmigo? —preguntó asombrado el niño, dándole la mano a su padre.
Diego no sabía qué contestar. Nunca antes había hablado con un niño tan pequeño.
—No —dijo Roberta antes de que él pudiese decir nada—. ¿Te acuerdas de lo que te dije? En cuanto vayas al colegio para mayores, vamos a vivir con Miguel y la señora Elena.
—¡Pero a mí no me gusta la señora Elena! Me da miedo —dijo el niño, haciendo un gesto molesto.
—¡Alexander! —le reprimió duramente su madre—. Ella será como una abuela para ti. ¡Qué no te oiga yo hablar más de esa manera!
—Nos tenemos que marchar, compañero —dijo Jose, dirigiendo al niño hacia la puerta.
Roberta iba a llamarlos para que volvieran, pero se encontró con la mirada de Diego. Se sentó en una silla con la cabeza entre las manos.
—No te puedes casar con Miguel Arango —dijo Diego una vez oyó la puerta principal cerrarse tras Jose y Alexander.
—¿Perdona? —dijo Roberta, levantando la cabeza y mirándolo fijamente.
—No lo voy a permitir.
Roberta se levantó de la silla, cerrando los puños.
—¿Qué quieres decir con eso de que no lo vas a permitir? —lo miró con virulencia—. ¿Cómo me lo vas a impedir?
Diego, con la obstinación reflejada en la boca, se quedó mirando a Roberta.
—No te puedes casar con Miguel Arango porque te vas a casar conmigo —dijo él— . Y no voy a aceptar un no por respuesta...NO OLVIDEN DE VOTAR Y COMENTAR ❤