Mientras conducía su coche tras haber salido de casa de Diego, Roberta estaba tan confusa que apenas podía pensar. Sabía que no era razonable, pero por una parte estaba realmente enfadada porque Miguel no hubiese luchado por ella. Sabía que no lo había hecho por sus principios de sacrificio. Pero había aceptado lo que le había dicho Diego sin siquiera protestar. Y realmente le enfurecía que Diego lo hubiese presenciado todo.
Estaba demasiado enfadada para volver a su casa. Sabía que Jose cuidaría a Alexander como había dicho, así que se dirigió a una abrigada bahía donde ella había pasado mucho tiempo jugando cuando era pequeña.
Cuando llegó, se quitó los zapatos y anduvo por la arena. Hasta que se detuvo y se quedó mirando el mar. Después de un rato, la brisa de la tarde hizo que sintiera un poco de frío, y se dirigió de nuevo al coche.
Pero cuando se dirigía hacia él, vio una delgada silueta que se acercaba hacia ella haciendo footing. Se detuvo al reconocer a su hermana Lupita.
—¡Hola, Roberta!—dijo Lupita alegremente—. Pensé que estarías en casa preparándote para la fiesta de esta noche.
—Fiesta... ¿Una fiesta para celebrar qué? —Roberta frunció el ceño.
—¡Para celebrar que te casas, desde luego! Diego está ahora en casa. Ha llevado champán francés. ¡Muchas botellas! Mamá y papá están emocionados. ¡Ha sido tan romántico! Diego preguntó si podía hablar a solas con papá. Ya nadie le pide al padre de la novia la mano de su hija. Papá estaba muy impresionado. Mamá no podía parar de llorar de la alegría, y Alexander está muy orgulloso.
Roberta simplemente se quedó mirando a su hermana, sin saber qué decir. Su familia estaba de acuerdo con los planes de Diego, sin ni siquiera haberle consultado a ella.
—¿Pasa algo, Roberta? —preguntó su hermana—. Tú quieres casarte con él, ¿no es así? Miguel estaba bien, pero no irradia la sensualidad que tiene Diego. Nunca me podría imaginar a Miguel bajándose los pantalones y haciéndote el amor en la banqueta de la cocina. De hecho, no me lo puedo imaginar ni haciendo el amor.
—A veces eres tan superficial —espetó Roberta, y se dirigió hacia su coche.
—¡Eh! —Lupita la agarró por el brazo—. ¿Qué es lo que pasa, Roberta? Diego se quiere casar contigo. ¿Hello? —dijo, dándole a su hermana con el dedo en la cara—. ¿No era eso lo que siempre habías querido, casarte con él y tener una familia?
—Él no me quiere, Lupita —dijo con amargura—. Sólo está haciendo esto porque ha descubierto que Alexander es su hijo.
—Ya me he enterado de la metedura de pata de Jose —dijo Lupita con una expresiva mueca—. Pero teniendo todo en cuenta, se lo ha tomado muy bien, ¿no crees?
Muchos hombres se negarían a hablarte de nuevo y tratarían de no pagar manutención. Por no hablar de que exigirían una prueba de paternidad.
—Diego ha insistido en hacerla.
—Oh... —Lupita parecía un poco desconcertada—. Bueno... supongo que es normal. No lo veías desde hacía muchos años; Alexander podría perfectamente ser hijo de otro.
Roberta le dirigió a su hermana una mirada terrible.
—Quiero decir que eso sería posible si tú fueses otra clase de chica... lo que desde luego no eres —corrigió rápidamente Lupita.
Ambas empezaron a caminar de nuevo por el paseo marítimo.
—Roberta, ¿sabes una cosa? —dijo su hermana, tomándole cariñosamente por el brazo mientras se dirigían al coche—. Esto es como un sueño hecho realidad. Alexander ahora tiene un padre... su verdadero padre. Se ve lo contento que está. Puede que esté un poco vergonzoso delante de Diego, pero no deja de mirarlo, asombrado. Hace que me enternezca.
Roberta pensó con amargura que Diego lo tenía todo planeado. A ella no se le estaba teniendo en cuenta para nada; incluso su familia había sucumbido al plan de Diego de manejar su vida como si ella no pudiese pensar por sí misma.
—¿Por qué estás frunciendo el ceño? —preguntó Lupita—. Tú lo amas, ¿verdad que sí, Roberta? Siempre lo has amado.
—Sí, pero ése no es el tema —dijo Roberta mientras buscaba las llaves del coche.
—Entonces... ¿cuál es el tema? —preguntó Lupita. Roberta miró de nuevo el mar. No pudo evitar suspirar.
—Siempre he amado a Diego. Desde el momento en que lo conocí, sentí que no podía haber nadie que me hiciese sentir lo que él. Cuando nos separamos y yo volví a México, empecé a salir con Miguel por una necesidad de protección más que por otra cosa. Pensaba que, si hacía mi vida junto a un hombre bueno y decente, podría olvidar a Diego.
—Diego no es de la clase de hombres de los que una se pueda olvidar —señaló Lupita irónicamente—. Dime una cosa que todavía no sé. ¿Te has vuelto a acostar con él?
Roberta sintió cómo le ardía la cara y se dio la vuelta para abrir el coche.
—¡Oh Dios mío! —gritó Lupita, encantada—. ¡Lo sabía! ¡Lo has hecho! ¡Mira tu cara... estás roja!
—Lupita, juro por Dios que un día te voy a estrangular.
—Te veré en casa —Lupita se rió—. Quiero seguir corriendo hasta donde tenía pensado y volver. A diferencia de ti, mi corazón todavía no se ha acelerado hoy.
Roberta se montó en el coche sin decir nada más.