II. ¿Tienes nombre?

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—Creo que ya entendí —comentó por fin la castaña—. Me estás diciendo que eres una especie de genio que vive en esa lámpara y que concede deseos a quien te libera, ¿es correcto?

Un bufido exasperado fue se respuesta.

Ciertamente no sabía cómo terminaron a orilla del río, con una fogata bajo el cobijo de la luna y cocinando la cena...

En realidad Uraraka Ochako no tuvo más ideas, no podía llegar a su guarida con sus compañeros y decir "escuchen, me encontré una lámpara, este tipo salió de ella y..." quizá no la tacharían de loca, pero prefería evitar cualquier altercado, así que lo guío al río que se encontraba a poco menos de un kilómetro y se estableció ahí hasta entender de qué se trataba todo.

—Solo tienes derecho a un deseo —repitió por octava vez. Nunca, en su cantidad incontable de años siendo genio, se topó con un portador tan...—. No puedes pedir más deseos, sería estúpido y un desperdicio. —Sin embargo, encontraba interesante a la mujer.

Ochako, así se presentó, era una jovencita con la apariencia de una niña, sus grandes ojos oscuros se iluminaban como dos luceros cuando se emocionaba, la sonrisa de perlas se ampliaba y su redondo rostro estilizaba sus rasgos, el cabello castaño era el complemento perfecto. Desde la adivina rubia, no había tenido un portador tan agraciado, sin embargo existía un gran inconveniente.

—Entonces, ¿qué puedo desear? ¿Hay una especie de trampa? ¿Un plazo límite para elegir? ¿O pierde efecto a medianoche? —La velocidad con la cual disparaba las preguntas comenzaba a marearlo. Y ese era su sencillo conflicto; su vitalidad se transformaba en demoledores torrentes de preguntas o palabras. Se sorprendía por la velocidad con la cual hablaba y cómo se expresaba.

—¿A ti no te dio miedo que apareciera de la nada, niña? —Inquirió, estresado de la palabrería. Ochako se detuvo de golpe, meditando la respuesta.

—Tus intenciones no son malas, la coartada es demasiado creíble y te habría roto un brazo de haber intentado algo raro —la seguridad con la cual habló, terminó por estremecerlo—. Y no soy una niña —replicó, atizando el fuego—. Ya te expliqué que tengo veinte años.

—Lo que sea. ¿Ya tienes tu deseo? —Presionó. Anteriormente solo duraba minutos antes de ser utilizado y devuelto a su reclusión, no deseaba conocer el exterior y tener una noción de todo lo que se perdía estando encerrado, porque después lo añoraría... pero está parlanchina chica parecía no darse cuenta.

—Sí y no —respondió tajante, con la mirada perdida en el fuego—. Mis padres murieron cuando era niña, siempre pensé en verlos una última vez para despedirme, pero...

—Sí —contestó rodando los ojos—. No importa cuando murieron, puedo revivirlos o traeros unos minutos, solo tienes que pedirlo. —Estaba ansioso, cada segundo que pasaba con ella se sentía extraño.

—No —contradijo—. Es decir, sí me gustaría verlos y estar con ellos, pero... —Guardó silencio, el genio se mantuvo expectante. Era peculiar que dudara tanto, usualmente las personas piden lo primero que se les ocurre, nadie lo considera demasiado—. No estoy segura de si realmente quiero hacerlo.

—¿No los extrañas? —cuestionó sin entender.

—Demasiado —respondió al instante con agresividad, rápidamente volvió al estado melancólico que adquirió desde que el fuego se encendió—. No hay día en que no piense en ellos; en las sonrisas de papá o las bromas de mamá, sin embargo... no creo que estén orgullosos de la persona que soy.

—No comprendo —cedió frustrado—. Si quieres algo, ¿por qué no desearlo cuando tienes la oportunidad?

—¿Tienes nombre? —El cambio tan radical de tema lo desconcertó.

—¿Nombre?

—Sí, no puedo estarte llamando genio o rubio gritón —se burló Ochako, con una sonrisa y calidez más reconfortante—. Tus padres debieron ponerte alguno o yo que sé.

El genio emitió un suspiro de resignación, bajó la mirada y en apenas un susurro, respondió:

—Yo no tengo nombre.

Pide un deseoWhere stories live. Discover now