VI. Sueños

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—El camino al pueblo es de cinco días —contó después de servir la cena—. A este paso llegaremos en ocho días.

—Puedes desear estar allá —renegó. Ochako rodó los ojos.

—Me está tomando más tiempo al detenerme y enseñarte, además es agradable pasar tiempo contigo —admitió con una sonrisa ligera. En realidad el viaje era de tres días, estaba tomando la ruta más larga y prolongando lo inevitable. Sabía lo que encontraría al llegar al pie de la montaña y tampoco estaba segura de querer romper la burbuja que creó cuando lo conoció.

Observó al genio con detenimiento, el muchacho podría aparentar su propia edad, era guapo y con apariencia formidable... con apariencia, porque ha descubierto que se cansa con facilidad, que carece de fuerza real y que la tristeza sigue marcada en su rostro.

Removió un poco la madera de la fogata. También le enseñaría a cocinar y coser; una persona debía de tener tantas herramientas como pudiera para afrontar la crueldad del mundo. Ella tuvo que aprenderlo con cada golpe de la vida, él ya había sufrido demasiado, aunque no fuera capaz de admitirlo abiertamente.

—Oi, cara redonda —murmura, mantenimiento la mirada en su plato, ahora vacío—. ¿Cómo haces esto? —cuestionó con un suave rubor que le llegó hasta el cuello.

—¿La comida? —Mantuvo un tono desinteresado. Ella sabía que le costaba expresarse, así que trataba de darle su espacio y tiempo para que se fuera abriendo lentamente y ganara confianza—. Oh, te podría enseñar —accedió tranquilamente. Ante el asentimiento, volvió a sonreír.

No sería fácil, pero tampoco imposible, definitivamente lo ayudaría.

Pasó parte de la noche explicándole sobre los ingredientes, como cortarlos, dónde encontrarlos, el sabor que daba cada uno.

—Hago lo puedo con lo que tengo —explicó al final—. Tampoco tengo el mejor sazón pero peor es nada —bromeo—. Si cuentas con más ingredientes, puedes jugar con los sabores y ajustar a tu gusto lo que te enseño.

—Quiero intentarlo. —Fue la tajante respuesta—. Mañana cocinaré yo.

—¿Eh? No, no, no. —Se apresuró a detenerlo, aprendía rápido, sí, pero no quería arriesgar la poca comida que le quedaba, aunque no quisiera, necesitaba visitar algún pueblo para abastecerse—. Puedes seguir observando —ofreció.

—Tengo que hacerlo yo para entenderlo.

—Está bien —cedió con una mirada cansada—, pero también iremos al pueblo, necesitas aprender cómo elegir las frutas, verduras e identificar la carne en buen estado —prometió.

La fogata se apagó y cada uno se acomodó para descansar. El primero en dormir fue Katsuki, no se sorprendió, él necesitaba recuperar las fuerzas que no estaba acostumbrado a gastar.

Ochako se acostó de lado, observando su semblante calmado. Cada día que pasaba con él, notaba el alma pura e inocente atrapada en el cuerpo de un adulto. La genuina emoción y curiosidad que brotaban desde su interior.

—No... no —sintió su corazón estrujarse cuando lo escuchó hablar otra vez en sueños. Así descubrió su nombre y un poco de su pasado. Su expresión no tardó en tornarse angustiosa. Deseaba despertarlo, sin embargo, eso la privaría de los pequeños retazos de información que podría obtener.

—Tranquilo, Katsuki —murmuró con suavidad—. No volverás a la lámpara, descansa. —Se acercó para rodearlo con sus brazos, dando lentas caricias para calmarlo. Por esa noche, no buscaría información, solo reconfortar un maltrecho corazón.

Sintió sus manos envolviendo las propias y reprimió una suave queja. Extrañaba el contacto humano tan puro y cálido, sin dobles intenciones, ese que te ilumina y relaja, con el cual te sientes en casa. Se tragó las lágrimas al darse cuenta que lo sintió por última vez cuando era apenas una niña. No se había dado cuenta de cuánto lo necesitaba en la actualidad.

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⏰ Last updated: Jan 10, 2020 ⏰

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