V. La adivina

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Katsuki no sacó a relucir el tema del deseo otra vez. A partir del bautizo del mismo, una silenciosa tregua se armó.

Durante la tarde e inicio de la noche, Ochako estaba mostrándole cómo hacer trampas para cazar conejos y otros animales pequeños, como identificar una planta venenosa y a recolectar frutos. Ante el conocimiento, el muchacho lo absorbía ávido de más.

—Mañana te enseñaré a armar un arco y flecha, después a cazar —prometió mientras cocinaba.

—¿Por qué? —Era la segunda noche que dormía con ella y seguía sin entender que la motiva a ser buena persona con un desconocido—. ¿Por qué eres amable conmigo?

El silencio se propagó, solo se escuchaba el chispoteo de la fogata y el bosque de fondo.

Ambos entendieron que era una pregunta difícil que probablemente aún no tenía respuesta.

—¿Por qué no?

Katsuki ladeó la cabeza, intrigado. Ochako estaba demasiado entretenida observando el fuego.

—Mis portadores... —se detuvo a media oración. Estuvo tan acostumbrado a ser tratado como un objeto que incluso él mismo lo hacía—. Las personas que han tenido el derecho a un deseo, suelen pedir cosas beneficiosas para ellos —que la idea de que alguien no esté ansioso por hacer sus sueños realidad lo extrañaba.

—Tener lo que más anhelas no implica que vayas a ser feliz por ello —explicó, atizando el fuego—. Si tuvieras la misma oportunidad, ¿tú que desearías?

La respuesta era clara e innecesaria.

La libertad. Ser humano otra vez.

Ante la última afirmación se asustó. ¿Otra vez? ¿No siempre fue un genio encerrado en una lámpara?

Irremediablemente recordó a la adivina rubia.

—Si me vas a conceder un deseo, permite que te lea tu suerte —ofreció, acomodando sus cartas y tomando su lugar.

—No es necesario, pide tu estúpido deseo —renegó con los brazos cruzados.

—Que carácter —aludió la adivina, dándole una mirada coqueta—, pero si es necesario. Todo en esta vida se trata de un intercambio, no puedo tomar nada de ti sin entregarte algo, así que toma asiento —ordenó. El aludido siguió sus indicaciones—. Ahora toma las cartas, barajearas... es decir que las muevas y cambies de lugar —explicó ante la confusión—. Solo falta que las repartas en tres.

—Tonterías —murmuró pero aún así lo hizo.

—¿Qué quieres saber? ¿El pasado, el presente o el futuro? —Cuestiono.

—Da lo mismo, será igual en cualquiera —Ni siquiera se inmutó por la mirada acusadora de la adivina.

—Bien, iré por orden. —Tomó el mazo de la izquierda y empezó a voltear las cartas en orden—. ¿Siempre has sido genio? —Preguntó con curiosidad sin despegar la mirada de las carras.

—No lo sé. —Es extrañamente sincero—. Mi último recuerdo está ligado del primer deseo que concedí, antes de eso no hay nada más.

—Vaya... —murmuró todavía contemplando las cartas—. Podría jurar que no es así, pero bueno —cambio de actitud por una más alegre—. Saber del pasado ayuda, aunque no puedas cambiarlo. —Contó mientras recogía las cartas y tomaba el segundo maso—. Conoces bien tu presente, aunque reprimes lo que sientes, en ocasiones está bien ser egoísta —explicó, sosteniéndole la mirada—. Tomaremos un paseo antes de pedir mi deseo, ¿Está bien? Hay un bonito lago que me gustaría mostrarte.

El genio quedó mudo ante el ofrecimiento. Nadie se había preocupado por él y esta mujer le ofrecía un paisaje cálido que recordar. No sabía si se daba cuenta del impacto de sus palabras y acciones, pero agradece que lo hiciera.

—Ahora veamos tu futuro. —Las cartas fueron puestas sobre la mesa y la adivina tuvo que esforzarse por esconder sus emociones. Era inusual ver algo tan intenso, emocionante y melancólico. Y a la vez se sintió culpable y egoísta. Sencillamente era la naturaleza humana que le impedía ver más allá de sí misma y se repudió—. Todo está entrelazado —mintió a medias—. El pasado, el presente y el futuro de la lámpara.

—Atado a conceder deseos sin tener uno propio —susurro, con una mueca cargada de tristeza.

—Algún día dejará de ser así, lo prometo. —El genio negó, ocultando nuevamente sus emociones y regresando a su usual semblante.

—Ahora que cumpliste con tu imposición, pide tu deseo —ordenó.

—Después del paseo —evadió, guardando sus cosas—. Y mi nombre es Camie, recuérdalo, por favor.

Salió de su estupor cuando Ochako lo sacudió con fuerza.

—¿Estás bien, Katsuki? —Aún era extraño tener un nombre y más ser llamado por el mismo. Asintió, todavía aturdido por el recuerdo. Tenía la ligera sospecha de que la adivina le mintió y no le contó su verdadero futuro, la última mirada cargada de tristeza, alivio, pena y culpa decía más que todas sus palabras

Se encontró deseando volver a ese momento para preguntar por su pasado y por su futuro.

Y entendió que la idea de sentir anhelo podría ser corrosivo si no es aliviado.

Él podría desear una vida que nunca tendrá y eso solo lo lastima.

Pide un deseoWhere stories live. Discover now