El legado de Maedhros

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Maedhros sintió que la vaina estaba demasiado liviana cuando la ajustó a su cadera y sin detenerse a inspeccionarla ni moverse del lugar, buscó con la mirada las pistas que estaba seguro encontraría en su habitación.

Hijo de familia numerosa y el mayor de siete hermanos, el primogénito de Fëanor había aprendido la importancia del orden casi desde que su primer hermano comenzara a gatear y sus cosas a faltar, siempre reapareciendo en la cuna de Maglor y así sucesivamente en otras cinco cunas. Por lo tanto, Maedhros era muy seguro y memorioso con la posición de cada objeto, prenda o papel que su cuarto contenía. 

La funda la había encontrado milimétricamente colocada sobre la mesa de su escritorio tal como la había dejado, como si el ladrón de su espada supiera de sobra que su placer por el orden encerraba un trastorno obsesivo compulsivo severo. Pero la silla estaba apenas movida hacia la izquierda y su espada no estaba en ningún lado. Mirando de reojo hacia la puerta, Maedhros se echó al piso y con la cabeza apoyada en el suelo, midió de refilón las pequeñas huellas abriéndose paso en el polvo. Las marcas de los pies eran las de un niño y el único de los hermanos que le quedaba con vida lo suficientemente adulto para saber que no debía tomar sus cosas sin su permiso.

El primer hijo de Fëanor se levantó sacudiendo sus ropas y dio un enfático suspiro ahogado.

—¿Cuál de los dos? —Se preguntó caminando elegante hacia el pasillo. Su cabellera roja se azotó como el fuego en una hoguera cuando giró su cabeza a la derecha al pasar por la biblioteca. Ninguno estaba donde lo había dejado, pero si ambos cuadernos abiertos con las hojas volando por el viento que se colaba por la ventana—. ¿Será posible? —espetó—. ¡Maglor! —llamó severo y su figura pareció tomar el brillo de la lava de un volcán en su interior.

—No tienes porqué gritar, Maedhros, no soy sordo. —comentó en tono bajo y amable el de cabellos negros saliendo de la sala contigua con una mandolina en las manos. Maedhros lo observó de arriba a abajo desaprobando su serenidad.

—¡¿Dónde están?! —inquirió a cara de perro señalando el interior de la biblioteca.

Maglor se inclinó levemente a la puerta y observó la sala vacía.

—Ah. Estarán en el patio, les di un receso. —expresó con la misma tranquilidad que antes. Una considerable cantidad de siglos junto a su hermano habían borrado el temor que hubiera podido cualquier otro sentir ante sus gritos roncos.

—¡¿Receso?! —repitió y pasó con celeridad por el costado de su hermano. También masculló cosas que Maglor no pudo entender.

—No puedes tenerlos todo el día estudiando como si fueran esclavos, son niños. —Le recordó a sus espaldas mientras el mayor desaparecía de su vista.

—¡Uno de esos críos robó mi espada bajo tus narices! ¡Sin mencionar lo que hicieron en la mapoteca! —vociferó. Maglor no pudo verlo, pero si oírlo claramente. Rodó los ojos y volvió a guardar la mandolina en el cuarto. Acto seguido se dispuso a seguir los pasos de su hermano... Al parecer pasaría su merecido descanso salvando a los niños de los regaños de Maedhros, algo a lo que estaba acostumbrado desde que asediaran las bocas del Sirion y este se opusiera al asesinato de los hijos de Elwing, tomándolos bajo su cuidado.

En el patio de armas de Amon Ereb, un pequeño Elros, de apenas siete años, corría alrededor del aljibe jugando con el perro del panadero cuando se frenó de golpe y vio con terror a su gemelo cargando con dificultad el pomo de la espada que, recordaba bien, había visto balancearse cerca de su cuello a orillas del Sirion un año antes.

—¿Q... Qué ha-haces, Elrond? —balbuceó temeroso viendo a su hermano acercarse arrastrando el filo de la espada por el suelo.

 —Ayúdame. —pidió este dejando un semicírculo surcado en la tierra delante suyo al arrastrar la espada hasta allí. Liberando el pomo, se colocó a la izquierda del filo tomando firmemente la empuñadura con ambas manos—. Tómala de ahí, —indicó con dos ladeos de cabeza hacia el pomo de la espada—, y haz peso para que pueda levantarla.

El legado de Maedhros | One-ShotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora