Mei

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— Pórtate bien Erika, recuerda que vendremos a verte en las próximas vacaciones. Además trata de adaptarte al lugar, pasarás un año entero aquí y debes hacer amigos — decía mi madre mientras me revisaba la ropa y el cabello pelirrojo alborotado. Yo no quería ni mirarla, por supuesto, me iba a abandonar en esa cárcel. Así que sin dirigirle la palabra le arranqué mis maletas de sus manos y comencé a caminar hacia la verja que separaba mi libertad de mi esclavitud.

— ¡Te quiero! — gritó ella justo antes de que entrara a los grandes jardines del recinto.

Tú puedes, no le digas nada, que sufra un poco.

Pensé para mi misma mientras seguía caminando con más dudas en cada paso que daba. Aunque ella me deja aquí contra mi voluntad, sigue siendo mi madre y la quiero. Por lo que cuando me quise dar cuenta ya me había girado y le estaba gritando que la quería. No necesitaba verle bien el rostro para saber que sonrió. Imité su supuesta sonrisa y continué mi camino hacia el gran edificio.

Tardé como mínimo siete minutos en recorrer las extensiones del lugar. Me limité a observar mi nueva celda: un gran edificio de ladrillo rojo que se situaba en el centro, poseía las paredes llenas de enredaderas y demás plantas que crecían intentando engullir la construcción. Detrás pude divisar dos edificios más, que se enlazaban entre ambos con un gran pasillo que parecía un puente lleno de cristaleras. Eran más bajos que el central, pero debajo de ellos se encontraba un terreno sin plantas, asfaltado y preparado para el uso. Supuse que era el patio de recreo por las canastas y porterías oxidadas que decoraban los extremos, además de las gradas en mal estado que habían. Lo único que tenían los tres edificios en común era el material, el mismo ladrillo rojo fue empleado para alzarlos.

El central que bauticé como "Markus" se encontraba ante mí, llamándome a entrar a través de las grandes puertas metálicas en las que estaba escrito por encima "Internado Jeiva". Yo ignoré el nombre real y me imaginé la misma placa pero con el nombre de mi padre escrito en ella.

Algo confusa golpeé el metal de la entrada esperando que se abriera. Tras unos segundos una pequeña rendija apareció y entré a través de ella. Delante de mí se abría un pasillo que terminaba en una gran escalera de madera oscura, mientras que a la derecha había lo que supuse que era una recepción. Después de mi breve inspección al lugar me di cuenta de quien había abierto la puerta. Una mujer alta y delgada, aparentemente de unos cuarenta años. Tenía el cabello negro recogido en un alto moño y sus ojos oscuros me analizaban desde la cabeza hasta los pies. Poseía una libreta abierta en la mano derecha y unas gafas de vista en la mano izquierda. No voy a mentir, la mujer era guapa pero desprendía una atmósfera tan estricta que me daba miedo hasta parpadear.

— Buenos días, soy Erika Robbins — rompí el silencio rezando para que no se notara la tensión en mi voz. Inmediatamente se colocó las gafas en la punta de la nariz mirando la libreta, cuando encontró lo que estuviera buscando me miró con una sonrisa forzada en los labios.

— Erika, claro que si. Ven conmigo y te enseño algunas instalaciones. — y sin darme tiempo a responder comenzó su marcha por el pasillo. Unos segundos después comencé a caminar detrás de ella mirando fijamente su nuca, cuando me di cuenta de que asomaba una línea curva desde la parte superior de la camiseta tono canela. ¿Eso es un tatuaje?, a pesar de mis ganas de preguntar por el origen del dibujo me mordí la lengua y la seguí escaleras arriba.

En nuestro camino nos íbamos encontrando con varios alumnos que paseaban por los pasillos, decidí no mirar a nadie y con la mirada fija en el tatuaje de la mujer continué andando. Tras realizar un largo recorrido que no memoricé, nos detuvimos frente a.. ¿un detector de metales?

— Erika, deja todas tus pertenencias en esas cajas y pasa por el detector - me contestó la mujer confirmando mis sospechas. Aún así obedecí en silencio, pero no nos olvidemos de que soy gafe, así que, sí, aquel aparato pitó en cuanto pasé. Avergonzada pedí disculpas cuando un hombre vestido de uniforme policial me cacheó por completo.

¿Secreto o mentira? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora