Capítulo 3

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EFÍMERA
III

El 2 de Octubre de 1918, en plena magnitud de la pandemia y luego de 13 horas en labor de parto, a las 4:35 de la mañana finalmente nació Colin McLaughlin.
Ese mismo día, casi todos nuestros familiares y amigos conocieron al nuevo integrante. Aunque Albert había estado a mi lado desde que comencé a sentirme mal aún en casa. Sin duda alguna, lo que más lamentaba era que Desmond nunca pudo sentir los movimientos que hacía nuestro hijo aún dentro de mí.
En mi corazón guardo el recuerdo de aquellos días en el hospital. Mientras imaginaba que Albert era Desmond, paseando y arrullando a su hijo de un lado a otro, tratando de hacerlo dormir y tarareando alguna canción de cuna que nunca logré adivinar cuál era y que por obvias razones, no logré aprender y siempre olvidaba preguntarle. Quizá pretendiendo aprovechar el tiempo y darle todo el cariño que durante mi embarazo no pudo otorgarle. Pero cuando regresaba a la realidad, solo podía recordar que aquella guerra podría durar mucho tiempo, y solo Dios sabía si realmente volvería o no.
En ningún momento juzgué a Albert, traté de corregirlo o le insistí para que tomara un rol de macho e hiciera algo diferente, él siempre fue así y me agradaba tal y como era, me gustaba que su forma de pensar fuera diferente a la de los pocos novios, hermanos o esposos que conocía de algunas de mis compañeras de trabajo, que a veces, incluso llegaban con moretones en los brazos o las piernas. Siempre lo quise como a un hermano y siempre me protegió de todo; nunca hizo nada para lastimarme, por eso sé que hice bien, por eso y porque fue mi mayor soporte, cuando el Halloween llegó, de la mano de una fuerte noticia.
Hoy en día, a veces me causaba gracia saber que, aquel a quien no esperaba volver a ver, a quien, en medio de circunstancias muy peculiares, fue a quién encontré un par de veces más, y a quien esperaba todos los días, fue a quien jamás volví a ver.
Esa misma semana, varias cartas atrasadas llegaron de golpe. Una carta por mi cumpleaños, varias contándome sobre lo mucho que me extrañaba y algunas de sus actividades, también me llegó una felicitación por el día en que nos conocimos; y yo respondí todas y cada una, no importando que llegaron con dos, tres o cuatro meses de retraso; siempre era un alivio recibir noticias suyas y de su propia mano.
Sin embargo, precisamente el 31 de Octubre de 1918, un día después de haber recibido su carta atrasada en que me felicitaba por mi cumpleaños, un oficial llegó a la mansión. Toda la familia estaba en casa, incluso los Leegan, así como también la madre y la hermana de mi esposo; esto debido a que Albert había organizado un reunión para celebrar aquella festividad.
Recuerdo muy bien que desde ese día, la actitud de la tía abuela fue diferente conmigo. Quizá, a partir del momento en que vio al oficial cruzando el umbral del salón, sintió lastima por mí y por mi hijo.
-Dorothy; ¿Qué sucede? -ella fue la primera en pedir una respuesta, mientras que yo me aferraba al brazo de Archie, que fue el primero a mi alcance; o al menos eso es lo que medio recuerdo.
-Soy el sargento Richardson -cayendo en su error, Dorothy no supo que decir y fue por eso que él mismo se presentó-. Estoy buscando a la señora Candice McLaughlin -su voz era pausada, antesala del profundo silencio que invadió cada rincón de aquel salón que luego de estar repleto, ahora parecía vacío.
-Soy yo... -dije con timidez; ya presentía lo que me informaría.
-Si lo prefiere, podemos charlar en algún lugar más privado.
-Dorothy, llévalo a mi despacho -Albert fue quien se apresuró, era él quien había estado cargando a Colin y se lo entrego a Patty, para tomarme del brazo y llevarme; ya que desde que ese oficial dijo mi nombre sentí como que yo no era yo-. Señora; si gusta venir... -le dijo a mi suegra, quien enseguida nos siguió llevando a mi cuñada con ella.
Ya en el despacho, Albert nos aconsejó tomar asiento en el sofá, ofreció una silla al oficial y se ubicó detrás de su escritorio.
-Lamento informarles sobre el fallecimiento de Desmond McLaughlin, él murió en el campo de batalla el pasado 19 de Octubre...
Si enseguida me hubieran hecho un examen respecto a todo lo que dijo aquel hombre, sin duda alguna lo habría reprobado. Estoy segura de que mi mente entró en estado de shock desde el instante en que vi a Dorothy conduciéndole por el salón. A mi lado, la madre de Desmond lloraba por la perdida de su hijo, mientras mi cuñada trataba de consolarla y hacía algunas preguntas, llorando igual de desconsolada.
-Firme aquí... ¿Señora?
-¿Candy? -cuando Albert tocó mi hombro, me pregunté cuanto tiempo llevábamos ahí-. ¿Estás bien?
-Sí... -mi respuesta fue automática.
-Debes firmar este documento -me extendió una hoja membretada por la secretaría de defensa, en donde mi firma confirmaría que había recibido la información sobre la muerte de mi esposo-. Aquí... -hice un garabato, que ni siquiera recuerdo que fuera mi verdadera firma.
Albert salió con aquel hombre, recuerdo que le agradecía haber ido hasta ahí y luego, aún no cerraban la puerta cuando la madre de Desmond me abrazó.
-¿Qué vamos a hacer? ¿Qué vamos a hacer? -ambas lloraban, incluyéndome en un abrazo triple, mientras que yo aún no salía del shock.
Pero; "¿Qué vamos a hacer?". No. ¿Qué iba "yo" a hacer? Mi hijo aún era solo un bebé de menos de un mes de edad, que ni quiera pudo disfrutar un solo instante con su padre, mientras que yo, ahora era una mujer de 20 años, viuda y cuyo marido se marchó a la guerra y murió en esta, incluso antes de que pudiéramos cumplir un año de casados.
- ¿Candy? -Albert regresó, yo aún lo lograba derramar una sola lágrima y ellas seguían aferradas a mí-. Si me permites; ¿Podemos hablar un momento a solas?
-Sí...
Años después entendí porque me alejó de ellas, ya que, en cuanto entramos a otra pieza; me abrazó y de inmediato comencé a llorar.
¿Por qué la desgracia se empeñaba en siempre arrebatarme a mis seres amados?
A Anthony se lo llevó con ese accidente cabalgando, a Terry me lo arrebató por el bien de alguien más, y ahora Desmond, mi valiente esposo, moría en batalla. ¿Es que acaso yo era la que les traía la desgracia de la mano de mi afecto?
-Cuando salí con el oficial, la tía abuela ya se había encargado de despedir a los invitados y solo los más cercanos están esperándote -dijo, cuando se percató de que había comenzado a calmarme-. No te preocupes por nada, le pediré a George que se encargue de todos los trámites. Si necesitas ayuda con lo que sea, no dudes en decírmelo; ¿Me escuchaste?
-Sí -beso mi frente y me volvió a abrazar.
-Mi pequeña -murmuró-. Lamento tanto esto por lo que estás pasando.
No había necesidad de que dijera nada más, sabía perfectamente que absolutamente nadie más que él, mucho menos Annie o Patty, aunque está última comprendiera aquello por lo que estaba pasando, serían capaces de tener el tacto y brindarme la fuerza que en ese instante requería.
En cuanto regresé al lobby, la tía abuela fue la primera en decir algo; incluso, ahora que lo pienso, tal vez durante el lapso en que me ausenté ella habló con los presentes y les pidió justo eso, ya que todos, sin excepción, permanecieron en silencio y en sus lugares, hasta que terminó su discurso.
-Tu esposo fue un hombre valiente -nunca olvidaré sus palabras, ni la forma pausada en que habló-. Candice; debo admitir que, muy a mi pesar, gracias a él comprendí varias situaciones del pasado que hoy en día lamento profundamente. "Los McLaughlin no somos cobardes". Jamás olvidaré la avalancha de sentimientos que esa simple frase ocasionó en mí, porque los Andrew tampoco podemos ser catalogados como cobardes -suspiró-. Durante los días siguientes a esa noche no lograba olvidar el entusiasmo con el que una vez Anthony anheló inscribirse en aquel torneo de vaqueros, tampoco olvidaré las razones por las que finalmente acepte que participara y lo orgullosa que me sentí cuando ganó. Tampoco me olvido de Alistear ni de la carta que me dejó, explicándome las razones por las que se fue a la guerra; "desde que era solo una niña, Candy me enseñó que vale la pena ser valiente", fue una de estas y por eso fue que, en cierta forma, egoísta e incrédula, te responsabilicé de lo sucedido.
No estaba segura de si se estaba disculpando o no. Sin embargo, era claro que la emoción le impedía seguir hablando y, cuando se puso de pie y se acercó a mí, me sentí forzada a abrazarla, aunque para ser sincera, así me sentí también con todos los demás abrazos y condolencias que recibí.
-Que Dios, nuestro Señor lo tenga en su Gloria -murmuró, sin soltarme-. Yo también perdí a mi marido siendo joven y quedándome sola, a cargo de su hija.
-Gracias; tía abuela -sé que no era una situación como la mía, pero en ese momento entendí su solidaridad.
Uno a uno, todos los aún presentes me dieron el pésame, al igual que a mi suegra; hasta que el resto de los McLaughlin más cercanos, llegaron a la mansión.
Y por la noche, sin nada que poder hacer, así como todos habían arribado, se marcharon.
Cuando la familia fue llamada para tomar la cena, me pareció que no tenía caso, la mezcla de todo lo acontecido en aquel día; festejos y disfraces por todos lados e, incluso en ese momento, unos cuantos fuegos artificiales que se lograban ver a través de las cortinas del comedor; aquello era tan inverosímil, incluso, apenas pude probar bocado alguno, y cuando Archie intentó animarme para comer más, la tía abuela volvió a intervenir.
-Candice; no te preocupes. Es normal que no tengas suficiente apetito. Sin embargo, pediré que más tarde te lleven un poco de leche.
-Gracias tía abuela.
-Cuando la termines, te estaré esperando en mis aposentos, para tratar un tema respecto a Colin.
-Sí.
Aunque ese día no estuve completamente al pendiente de mi bebé, estaba segura de que en todo momento estuvo en buenas manos. Pero, tocando el tema, no estaba segura de que le hubiesen dado de comer.
El silencio que invadió el comedor era abrumador, llegué a pensar que debí haberme retirado con mi familia política, pero habría sido peor.
Los Andrew ya estábamos acostumbrados al dolor, tal vez por eso todo estaba en calma; pero siempre nos manteníamos unidos y probablemente eso es lo que nos hacía resistentes. Pero en la familia de mi esposo, él era el primero en morir después de su hermano y este había sido solo un bebé.
Al terminar la cena, me retiré a mi recámara; sin siquiera encender la luz vi a Colin durmiendo en su cuna, a pesar de que aún era temprano cambié mi ropa por el camisón y me senté al pie de la ventana; desde ahí pude ver a Archie y Annie, observando los fuegos artificiales provenientes del baile de disfraces que había organizado el ayuntamiento; una razón que en aquel momento me orilló a dejar de confiar en ella, aunque ahora puedo admitir que fui injusta y solo buscaba dónde depositar los malos sentimientos que me embargaban. Recargué la espalda en la pared y lloré en silencio, preguntándome por qué no podía ser como ellos y vivir un amor duradero, hasta quedarme dormida, a oscuras y con el reflejo multicolor de la pirotecnia.
Poco después, desperté gracias a que Dorothy me había llevado un vaso con leche tibia. Recordé las palabras de la tía abuela y me apresuré a terminarlo.
-¿Qué le dieron de comer a Colin? -a mitad del vaso, tomé un respiro para preguntar.
-La señora Elroy fue quien dio órdenes para el menú del jovencito -a pesar de que se puso un poco nerviosa, era claro que no sabía mucho al respecto.
Algunos minutos más tarde, más molesta que nunca, salí de la pieza de la tía abuela.
No podía creer que hubiera solicitado los servicios de una nodriza durante al menos un mes; para darme tiempo de recomponerme después de los funerales. Sin embargo, muy en el fondo, luego de todo el ajetreo, comprendí porqué lo había hecho, aunque estaba convencida de que tuvo que habérmelo dicho antes. Entonces también recordé a Dorothy y la actitud que tomó cuando le pregunté al respecto.
Me sorprendía que fuera ella, esa imponente mujer, quien más pensaba en mí y en mi comodidad.
Días después, gracias a una charla con Albert, recordé que me habían entregado un sobre detallando las causas de la muerte de mi marido, aquellos que describió el oficial y a las que no presté atención gracias al shock. Él estaba prestando el servicio como apoyo en el traslado de heridos, acababa de regresar a una improvisada clínica de campaña, cuando lanzaron una bomba que nadie vio. Fueron muchos los médicos y enfermeras que resultaron heridos, pero fue mayor el número de los que lamentablemente fallecieron en aquel incidente; entre todos ellos, mi amado Desmond.

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Cada vez se acerca el momento en que aparecerá Cayden, tal vez recuerden que en Facebook les hable un poco sobre él. De hecho, aunque quizá muchas ni se percaten, el aparecerá en el próximo capítulo. 😁😈 Ya sé, soy mala como la leche agria.
Quiero agrader a todas quiénes siguen la lectura.
Pues, no lo había comentado, pero me sorprende que, a pesar de que sigo incluyendo mis advertencias y trato de dejar todo claro, aún hay quienes dejan en claro que solo están leyendo superficialmente, cuando hay mucho que he dejado explícito entre líneas.
Gracias también por sus comentarios, los votos y por añadir está humilde historia en sus listas de lectura. Sé que no es una historia fácil, y comienzo a prepararme para el punto en que quizá haya demasiada controversia.
Besos a todas.
Monse
PD. Espero que les esté agradando la música que elegi para acompañar este fic. Aún faltan tres canciones y tes capítulos.

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