Creativa Crueldad

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Historia basada en el crimen de Javier Rosado y Féliz Martínez

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Historia basada en el crimen de Javier Rosado y Féliz Martínez

Javier Rosado siempre había sido diferente, y lo sabía mejor que nadie. Las personas y los lugares donde había bullicio siempre le molestaron, por eso no salía de su casa muy seguido. Ni cine, ni deportes, ni discotecas.

Entonces, ¿qué diablos hacia un chico solitario en su tiempo libre? Muy fácil, jugaba. Siempre le interesaron los juegos de rol, hasta podía pasarse diez horas seguidas en ellos.

Un día en su adolescencia, un joven Javier de 18 años –que se encontraba a punto de finalizar su etapa secundaria– estaba aburrido en clase. La profesora Mara Fasein, especializada en el área de matemáticas, no paraba de dar explicaciones desde hacía hora y media, cosa que aburría a la mayor parte de su clase.

La diferencia entre los demás alumnos y Javier sobre las clases era sencilla: los demás no tenían la menor idea sobre el tema y preferían hablar con lo que, para Javier, eran personas con las que pasar el tiempo, los "amigos". El joven pensaba que luego de que se aburrieran unas a otras, encontrarían otra persona que les entretuviera.


A diferencia de los otros, Javier sabía sobre el tema explicado por la profesora Mara Fasein y tenía excelentes notas, pues su inteligencia era mayor a la del promedio.
En un momento, Javier deseó que todos callaran para poder estar tranquilo, y gracias a ese pensamiento, una nueva idea surgió.

Tomó una hoja y escribió como título "Las Razas". Debajo, hizo un subtítulo denominado "personajes". Colocó a su profesora, Mara Fasein, como uno de los personajes, acompañado del número 30. Más nombres le siguieron a su lista, entre ellos Luther, Oer, Iad, hasta llegar a Iisechiin, también llamado "arquetipo número 1". Amaba a su equipo de futbol más que a sí mismo, y una semana después de crear Las Razas, durante un día soleado perfecto para ver un partido de futbol, fue a ver a su equipo favorito.

Gritó y sonrió como nunca antes lo había hecho, hasta que sintió la necesidad de dejar de gritar alientos y empezar a gritar algo diferente. Su cerebro procesó la información rápidamente, y de su boca salieron personajes de uno de sus escritores favoritos: Lovecraft.

—¡Cthulhu! ¡Azathoth! ¡Yog-Sothoth!

Dios, de seguro se veía ridículo, pero ¿quién lo conocía verdaderamente? Nadie. Ese pensamiento, usualmente, permitía que su vergüenza no se interpusiera en las acciones que realizaba.

Sintió a un chico de baja estatura posicionarse a su lado. El contrario le echó una mirada a Javier y volteó su vista hacia la cancha.

—¡Hastur! ¡Nyarlathotep! ¡Shub-Niggurath! —gritó el menor. Javier lo observó de arriba a abajo, con un rostro de sorpresa asomando en su rostro.

Por un momento, sintió que ese adolescente haría una amplia diferencia en su vida. Pasaron un par de años en los que Javier y su "amigo" Félix, se relacionaron y vincularon.

—¿Estás preparado?

—Por supuesto que lo estoy.

Los dos amigos se miraron el uno al otro, seguros de lo que harían.

—Diablos, estoy empezando a impacientarme —dijo Rosado, pasándose la palma de la mano por su sudado cabello.

Sus zapatos, que chocaban contra el piso por los nervios y las ansias que lo dominaban, parecían seguir el ritmo de una canción.

—Solo esperemos un rato más, Javier.

—¡Al diablo la espera! —susurró intentando no llamar la atención —. ¡Son las cuatro y media de la mañana! Mira. —Su dedo índice apuntó hacia un hombre que se encontraba en la parada de autobús—. Probemos con ese.

El hombre, Carlos Moreno, de 52 años, era un empleado de limpieza que esperaba el bus para regresar a casa con su familia. A simple vista, para los jóvenes, era un obrero, un pobre desgraciado. Era gordito, rechoncho, con una cara de alucinado que apetecían golpear, barba de tres días, una bolsita que parecía llevar ropa y un cartel imaginario que decía "quiero morir". El mayor caminó unos pasos hacia el hombre y tocó su hombro.

—Levanta la cabeza —ordenó.

De su largo traje, sacó un cuchillo que fue a parar directo al cuello ajeno. Emitió un sonido estrangulado, de sorpresa y horror.

—Hijos de puta... —Félix ya había comenzado a debilitarle con puñaladas en el vientre y en los miembros, pero ninguna de estas era realmente importante, sino que distraían a la víctima del verdadero peligro, quien era Rosado.

Ambos comenzaron a enfadarse del hecho de que no moría ni se debilitaba, pues ya habían pasado más de diez minutos desde la primera puñalada. El universitario metió una de sus manos por las brechas causadas por su cuchillo y empezó a desgarrar, arrancando trozos de carne.

"¡Lo que tarda en morir un idiota!" pensó Javier. En ese momento, sonrió al tocar con sus dedos la columna vertebral. La rodeó y la atrapó con toda su mano. Empezó a tirar de ella y no cesó hasta descoyuntársela.


Los asesinos se observaron directamente a los ojos cuando se dieron cuenta de que el hombre había dejado de moverse a causa de su muerte. Se sonrieron y se dieron la mano.

Félix hizo una cara de asco al ver la sangre en las prendas de su compañero.

—¿Por qué pones esa cara? Este es el producto de nuestro esfuerzo, deberías de estar orgulloso. Yo mismo lamento mucho no poder verme a mí mismo o hacerme una foto.

Los policías no tardaron mucho en llegar hasta los autores de la muerte y el asesinato de Carlos Moreno. Javier Rosado fue sentenciado a cuarenta y dos años y dos meses por asesinato, robo y conspiración por el crimen; su cómplice, Félix Martínez, fue sentenciado a doce años y nueve meses de reclusión menor por los mismos delitos.

—Entonces, ¿por qué mataste a ese pobre hombre? —preguntó el periodista.

Javier sonrió y dijo: —Yo jamás maté a nadie. Fue Luther. Ra intentó detenerlo, pero no pudo.

El periodista lo miró con una cara confundida.

—Si quieren ustedes pueden jugar a Las Razas también —aclaró Rosado.

—¿Y qué hace falta para hacerlo?

El prisionero se llevó su dedo índice a la sien.

—Esto es todo lo que necesitas.

Gélida Crueldad - Cuentos de crímenes realesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora