Epílogo.

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Romina.

La vida es muy injusta. Más que nada con las personas que no se lo merecen, así cómo lo fue por mucho tiempo con Óscar. Quizá yo me merezco todo lo que pasó. Todos los golpes, todo el dolor después de las cirugías. Porque aún en día, me duele donde tuve la fractura.

Quizá yo sí me merecía todo lo que me pasó hace años, todas las lágrimas. Y lo merecía por ser una mala persona, por matar a mucha gente inocente, por comprar drogas y armas que terminaron con la vida de muchas personas, por todo el mal que hice, yo sí merecía todo lo malo, pero Óscar no. Él era una buena persona que toda su vida hizo cosas buenas, que siempre se preocupó por las demás personas y que a veces se olvidaba de su propia felicidad con tal de que las personas a su alrededor fueran felices.

Cómo dije, la vida es muy injusta con las personas que no lo merecen y quienes lo merecen no, ellos tienen todo, todo a manos llenas.

Cuando conocía Óscar era solo parte de un plan, uno que salió muy mal por cierto. Porque lo que debió ser solo seducción se convirtió en más que eso, fue pasión, lealtad y amor. Y no me arrepiento de eso. No me arrepiento de cada una de las decisiones que tomé, porque cada una de ellas me llevó a Óscar el gran amor de mi vida y el único hombre al que le entregué todo de mí. No me arrepiento de nada de lo que pasó hace años porque aquello me ha traído hasta aquí: a este justo momento.

Salí de la habitación y crucé el pasillo para bajar las escaleras, pero antes de hacerlo me detuve cuando vi uno de los juguetes en el suelo, a medio pasillo.

—¿¡Cuando van a aprender a recoger sus juguetes!? —grité para que una de ellas me pudiera escuchar.

Levanté el juguete que era un muñeco de acción y lo dejé en la canasta dentro de su habitación con los demás juguetes.

—Yo no sé cuando será el día que una de ellas me haga caso —baje las escaleras.

Negué con la cabeza y terminé de bajar. En ese momento Antonio iba saliendo de la sala con una botella de cerveza en la mano.

—Cerveza sin alcohol, ¿en serio Romina?

Se detuvo frente a mí y levantó una ceja.

—Agradece que hay eso, ya sabes que desde hace mucho no bebo nada de alcohol.

—Sí, sí, desde que supiste que estabas embarazada.

—Creo que tú deberías dejar de tomar, un poco —me encogí de hombros —. Solo digo.

—Mejor no digas nada.

Destapó la botella y le dio un gran trago.

—¿Crees que Clara venga? —su mirada se puso triste.

—Ella me dijo que sí, que iban a venir.

—Bueno —suspiró —. Eso espero.

—¿Hace cuánto que no se ven?

Pensó.

—Hace algunas semanas, ella...sigue molesta conmigo.

—Bueno, si está molesta es por algo, ¿no?

—No —dijo, obvio —. Es una estupidez.

—Señora Romina —se acercó una de las chicas que se encargaba de preparar la fiesta —. Tenemos un problema con la mesa de dulces.

—Vamos.

Deje a Antonio ahí, mientras se terminaba la cerveza.

Me sentía mal por él porque no lo estaba pasando bien.

Mi vida en tus manos (COMPLETO) (SIN EDITAR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora