Me sonrió. Su sonrisa era tan perfecta que no podía creer como podía ser real. Lo tenía ahí en frente, tan perfecto, tan lindo, tan tierno y era todo mío.
-Dime, ¿qué era lo que me querías decir?
-Primero que nada, una pregunta…
Alcé la barbilla invitándolo a hablar.
-¿Sigues considerando el divorcio?
Negué rotundamente con la cabeza. Una y otra y otra vez. Me volvió a sonreír.
-¿Por qué? ¿Ibas a dármelo?
-Sabes que no, ni sé para que preguntas.
Asentí y desvíe la mirada. Nos quedamos callados por un momento, ninguno decía nada, no nos estábamos siquiera mirando.
-¿_____?
-¿Mmmh? –bajé la mirada al poco helado que quedaba en mi tazón.
-¿Puedes decirme qué es lo que te molesta de mí?
-¿De ti?
-Mírame –dijo dulcemente-. Si hay algo que te molesta, voy a cambiarlo, lo prometo.
Alcé la mirada, tal como él lo había pedido. Hice una mueca antes de llevarme el helado a la boca.
-Vamos, no voy a enojarme.
-Es que… no es que me molesta… o sea, si, si me molesta, pero no quiero decírtelo.
Ladeó la cabeza y sonrió levemente.
-Dime.
-¿Tú vas a decirme qué es lo que te molesta de mí?
-Si tú quieres… -alzó los hombros y apartó el tazón.
-Bueno… -asentí-. Son cositas pequeñas.
Rió levemente y se acomodó en la silla. Respiré muy profundamente, sabía que tenía que hablar rápido si quería decirle todo junto y de una buena vez.
-Me molesta que vivas viajando, que a veces te vayas a esas cenas maldita y llegues tardísimo, me molesta que ya no me traigas un ramo de flores día por medio y lo que más, más, más me molesta, es que en este momento estés ahí en frente mío y no seas capaz de ponerte de pie y darme un maldito beso.
Rió con simpatía. Lo que a mí me molestaba, eran cosas insignificantes, eran estupideces sobre sus actos, no sobre su personalidad ni forma de tratarme. Era cierto, odiaba demasiado que llegara tarde, no me gustaba desconfiar de él, pero si llegaba a altas horas de la noche, me hacía desconfiar de alguna manera.
-Y sigues ahí, observándome… -le dije como si en serio me molestara demasiado.
Se volvió a reír. Oh, por Dios, ¡cómo amaba su risa!
-¿Qué es lo que te molesta a ti, de mí?
-No vayas a enojarte, porque sé que siempre terminas enojándote.
-¿Yo? ¿Enojarme? Naa, nunca –dije y reímos.
-Bueno, me molesta que te enojes por todo, que te encierres en el baño, es algo que me dan ganas de tirarte por la ventana –comenzó. Reí-. Me molesta mucho que me eches la culpa de que nuestra relación se está yendo por la borda, según tú, porque yo a ti te amo como a nadie y nunca permitiría que esto se acabe de un día para el otro. Pero lo que más me molesta, me hace enojar, me dan ganas de agarrar una escopeta y tirotear a todo y todos los que se me pongan en frente, me dan ganas de…
-Ya, ya, dime qué es –reí descontroladamente por las muecas y el revoleo de sus ojos.
-¡Me molesta que tengas ese maldito vestido puesto! –gritó de repente.
Se puso de pie y se inclinó para besarme. No podía concentrarme ni un poco en el movimiento de sus labios, estaba completamente muerta de risa. Matt carcajeaba de vez en cuando y me mordía para que lo dejara seguir con el beso.
-Más te vale que empieces a cambiar todo lo que me molesta, empezando por lo último y lo que más enojado me pone –susurró.
Reí nuevamente. No podía tomarme las cosas en serio si todavía me estaba riendo por su reacción.
-Ya basta –se rió y se alejó de mí.
-No, espera, espera –respiré profundamente y aparté la mirada.
-No es gracioso.
-Verdad, tienes razón –presioné mis labios juntos y lo observé a los ojos.
Una leve sonrisa se asomó en sus labios.
-No hagas eso, tonto –seguí riendo.
-Si te ríes sola –se rió él también.
¿Hace falta que les diga cómo de linda terminó esa noche?
Todos los besos perdidos, las sonrisas que no nos habíamos regalado en los últimos tres meses, lo habíamos recuperado. Matthew se encargó de hacerme sentir como una princesa, de darme todo el amor que siempre me había dado, pero esta vez, mucho más.
-No digas tonterías –se rió.
Estábamos abrazados, en la cama, juntos y felices. Eran las tres y media de la mañana, pero sinceramente, no nos importaba. Matt se dedicaba a hacerme tiernas caricias en la espalda, mientras yo descansaba mi cabeza sobre su pecho desnudo.
-¿Tienes sueño?
-Un poco, nada más –murmuré.
-Te estás quedando dormida –rió.
-No –dije también riendo.
-¿Y por qué tienes los ojos cerrados? –Se burló.
-Porque me gusta más.
-¿Dormimos?
-Buena idea –dije.
Se rió nuevamente y estiró el brazo para apagar la lámpara de la mesa de noche.
(…)
-¡Mamá! –gritó Austin desde la sala.
-¿Qué ocurre? –Pregunté en un grito.
-Llama la abuela Pattie.
-Matthew, que no toque el horno, cuídalas un poco –dije antes de salir corriendo de la cocina.
Matt tomó a Megan en brazos y la alejó del horno encendido.
-¡Hola!
-¡______, linda! –saludó alegremente-. ¿Cómo van las cosas por allí?
-Bien, muy, muy bien.
Pattie comenzó a hablar de variados temas, mientras que yo quería irme a terminar el almuerzo con mis hijos. Matt era un desastre en la cocina, al igual que los tres niños, así que no quería ni imaginar lo que íbamos a comer.
-¿Es Jazzy la que grita? –Le pregunté entre risas.
-Si, está peleando con Jaxon, ya sabes como son estos dos diablillos.
-Oww, los extraño.
-Ellos a ustedes. Jaxon no ha parado de preguntar por sus sobrinos, ya está cansando… -se rió.
Y así seguía la conversación. Terminé por tomar el aparto y me senté en el suelo de la sala, junto a la mesita. Vi a Caroline pasar con una montaña de juguetes entre sus brazos. Le hice una seña y ella se acercó. Puse el teléfono pegado a mi pecho, para que Pattie no escuchara, aunque ella seguía hablándome sobre los medicamentos que le habían dado a su madre.
-Por lo que más quieras –susurré-, ve a fijarte qué es lo que hacen Matt y los niños en la cocina.
Caroline rió y asintió. Volví a colocarme el teléfono en el oído.
-… pero esa píldora es para la presión arterial.
-Claro, lo supuse –dije virando los ojos.
La adoraba, seriamente. Pero a veces se pasaba hablando por teléfono. No quería hacerla sentir mal, era por eso que me quedaba pegada al tubo y la escuchaba por largos minutos que se me hacían interminables.
-No creo que pueda hacerle bien a Jaxon –me dijo.
Bien, ya estaba perdida, ni siquiera sabía cuál era el tema de conversación. Mi esposo y mis hijos iban a quemar la casa, nos íbamos a quedar sin almuerzo y todo porque yo no quería herir los sentimientos de mi suegra.
-¡_____! –Gritó Matt desde la cocina-. Megan no quiere bajarse de la mesada.
-Aguarda un segundo, Pattie.
-Si, si, no hay problema.
-¡Megan, bájate de la mesada! –grité.
Matt salió de la cocina, con Megan en brazos. La niña traía un delantal más el doble de largo que su cuerpo, la cara llena de harina y se venía refregando los ojos.
-Tienes que enseñarle a no meter la cabeza en el paquete de harina –me dijo y la dejó en el piso.
Megan se sentó y comenzó a sacudirse el cabello como si fuera un perro mojado. Me reí.
-Pattie, voy a tener que colgar –le dije.
Aparte, la cuenta de teléfono que va a llegarte. Desde Estados Unidos a Inglaterra, Jeremy va a matarte –le dije, en mi mente.
-Oh –murmuró-. Bueno, está bien. Mándales un beso de mi parte a los tres pequeños y a mi hijo.
-Bueno –murmuré y escuché como Matt regañaba a Megan-. Les dejo un beso a Jaxon, Jazzy y Jeremy. Hasta luego.
Colgué el teléfono justo cuando Ashley salía corriendo de la cocina, con Austin detrás, que venía tirando la harina de a puñados. Matt lo tomó en brazos, pero solo provocó que Austin tirara toda la harina sobre él y sobre el suelo.
-¡Quietos todos! –Grité.
Todos alzaron la mirada y me observaron. Ahora Caroline salía de la cocina, se quedó quieta y se tapó la boca al ver lo que estos cuatro habían provocado.
-Matthew, eres un niño más –dije negando con la cabeza.
Bajó a Austin y el niño tiró el paquete de harina vacío al suelo. Me pasé las manos por el cabello y luego bufé.
-Los quiero a los tres arriba en este momento –dije apretando los dientes.
Matt hizo amague de decir algo.
-Tú te callas y me ayudas a limpiar esto.
-Llamo a…
-No llamas a nadie. Tú lo hiciste, tú lo limpias –le dije frunciendo el ceño.
Matt bufó y lo fulminé con la mirada. No tenía derecho a quejarse, lo dejaba un rato con sus propios hijos y en vez de cocinar, hacían tremendo desastre en la cocina. Caroline se metió a la cocina para no reírse frente a Matt.
-Perdona, no fue intencional –me dijo mientras parpadeaba rápidamente.
Sus pestañas estaban adornadas por harina, su cabello era casi blanco y su ropa, de eso ni hablar.
-Deja así.
Los niños desfilaron hacia arriba mientras se dedicaban miradas complices. Estaba bien, ellos eran niños, pero Matt, Matthew no. Él era el padre, tenía que poner orden, por lo menos, un poquititititito de orden.
-Eres increíble.
-¿En la cama? –alzó la vista.
-Inmaduro. Eso me faltó decirte anoche, tu inmadurez me molesta.
-¿Vamos a pelear? –alzó una enharinada ceja.
-Luego no quieres que te eche la culpa de las peleas, pero tú empiezas.
-¿Ves? Ya te enojaste.
-Tengo mis razones.
-Esto no va a funcionar nunca.
-No, te callas –lo señalé con uno de mis dedos-. Cierra esa maldita boca.
Frunció el ceño sin entender. Se pasó la mano por el cabello y la harina calló al suelo. Se puso de cuclillas y tomó un poco de harina en sus manos. Pronto, esa misma harina, estaba sobre mi cabello.
-¿Sabes que voy a matarte?
-Sabes que no puedes conmigo, ______ -se rió.
Me tiré sobre él para, por lo menos, tirarle el cabello o algo por el estilo. Pero pronto sus labios estaban sobre los míos.
-Enojona –murmuró sin separarse de mi boca.
-Inmaduro –dije de la misma forma.
-Histérica.
-Estúpido.
Se rió y plantó otro beso sobre mis labios.
Definitivamente, no éramos una pareja normal, pero eso me gustaba más que nada en el mundo.
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La Bella y la Bestia - Matthew Espinosa (Segunda Temporada)
RomanceLa primera temporada la pueden encontrar en mi página principal :) -karencereza