Son las once pasadas. Cuando estoy a punto de meterme en la cama, recibo un mensaje. ¿Videoconferencia?
La última vez que hice una videoconferencia con Fernando, a quien por entonces solo conocía como señor Colunga, acabé desnuda, tocándome Se ha convertido en algo habitual entre nosotros; no lo de la cámara web, sino lo demás.
Pero mañana he de demostrar mi valía en la reunión.
No puedo permitir que me altere esta noche.
Le contesto: No puedo.
Es lo único que digo. No hace falta que añada nada más. Sabe lo que se avecina mañana, lo que significa para mí.
Me envía una respuesta: Sí puede. Hoy será una conversación inocente.
Titubeo. «¿Y si le digo que no?», pienso. «¿Cómo vas a tener poder alguno, si ni siquiera puede negarte a hacer algo?».
Pero claro que puedo decir no. Lo que no puedo es decírselo a él.
Enciendo el ordenador y no tardo en verle en la pantalla, sentado en la silla de su dormitorio. Tan lejos y a la vez tan, tan cerca.
—Fernando, no puedo
—Mañana tu equipo y tú estaréis en mi sala de reuniones —dice con un tono dulce, casi paternal.
Sonrío.
—No es algo de lo que me vaya a olvidar. —Pero entonces siento que el peso de esa realidad me cae encima y agacho la cabeza—. Debo recordarles todas mis habilidades —susurro tirándome de las yemas de los dedos como una niña nerviosa—. Tienen que recordar lo cualificada que estoy. De lo contrario
—Te presentarás ante mí —me interrumpe con delicadeza—, mis ejecutivos y tu equipo, y explicarás tu estrategia y recomendaciones para posicionar mi empresa en el mercado público. Nos impresionarás. Mostrarás a toda la sala el ímpetu y el fervor que me has demostrado cada vez que te he abrazado.
—No tiene nada que ver.
—No tiene por qué ser tan distinto. Cada vez que te he tenido entre mis brazos, en mi cama, te has crecido y me has mostrado una actitud igual de desafiante y pasional que la mía. Eso lo puede hacer de diferentes modos y en distintos escenarios. Demostrarás a todo el mundo por qué te merecés ese puesto.
Me da la risa.
—¿Y cómo voy a hacerlo exactamente?
Poso los dedos en la pantalla del ordenador para tocar esa zona de sus brazos en la que aún se ven, incluso en la pantalla, los arañazos que le hice la última vez que estuvimos juntos.
—¿Haciéndoles sangrar? —pregunto.
Su sonrisa se amplía, mientras se reclina en su silla de anticuario.
—Preferiría que reservaras tu agresividad para mí.
—Ah —suspiro retirando la mano casi con reticencia y mi sonrisa flaquea—. Das demasiadas cosas por hecho. No has visto la presentación. Puede Puede que no te gusten las propuestas.
Ladea la cabeza y alza las cejas de un modo seductor a la par que pícaro.
—Tendrás que correr ese riesgo.
Se me escapa una carcajada porque tengo la sensación de que últimamente lo único que hago es arriesgarme.
—Te prometo una cosa —me dice con suavidad—. No presionaré a los ejecutivos para que acepten tus propuestas. Sea cual sea la reacción que tengan ante tu presentación, será una reacción honesta y no me opondré a ella.
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Contrato Blindado Versión #LC
RomanceDespués de que Lucero tuviera un desliz con un desconocido y haber sido descubierto ante su pareja se ha dado un tiempo para si misma.