A la mañana siguiente me siento preparada. Sé que el señor Costin no enviará ningún comunicado formal para informar de mi partida, aún no, pero estas cosas corren como la pólvora. Después de todo, esto no es un simple cotilleo, sino la historia de la caída de un temido rival. No importa que fuera yo la que decidiera dimitir, cambiarán la historia como se cambian todas las historias. Añadirán dramatismo y reescribirán el final para causar mayor impacto. «La forzaron a marcharse porque no daba la talla. El señor Colunga estaba harto de ella y la echó a los lobos». Quizá hasta se inventen que le puse los cuernos a Fernando con el señor Costin. Quizá digan que cuando acudí a su despacho no fui para hablar, sino que me senté en su regazo y que me tumbé en su mesa con las piernas abiertas invitándole a montarme. Quizá digan que me puse de rodillas. «Se pensaba que podía seguir ascendiendo en la empresa acostándose con directivos, pero se equivocó de hombre».
Sonrío a mi reflejo, mientras me recojo el pelo en un moño alto. La historia se desarrolla en una narrativa circular que tiene gancho. Me miro en el espejo. No llevo maquillaje. A Fernando le gusto así y también le gusta que lleve el pelo suelto. Justo lo contrario de David. Él quería que llevara el pelo bien recogido y valoraba el efecto que conseguía con un poco de maquillaje. Pero llevar el pelo recogido y no ir maquillada es como no llevar máscara ni escudo. Soy yo con mis propias condiciones. Soy vulnerable, pero quiero tener la fuerza de admitirlo. Quiero que me afecten las consecuencias de mis acciones. Quiero volver a reinventarme y esta vez solo la definición que yo elija me servirá de guía.
Es lo que quiero, pero me aterra. Jamás he conseguido que el miedo fuera mi amante; lo máximo que he logrado es enfrentarme a él.
Entro en la empresa preparada para enfrentarme a las consecuencias, al escarnio, a las críticas que habrán dejado de ser susurros. Pero el ambiente es el de siempre. Todo el mundo se comporta con deferencia hacia mí. Los chismorreos siguen siendo a puerta cerrada y en voz tan baja que no los oigo.
Al llegar a mi despacho, Barbara parece tensa.
—Está aquí —me dice.
No me hace falta preguntarle quién. Desvío la mirada hacia mi puerta cerrada.
—¿Ahí? ¿Esperándome?
Asiente con la cabeza, pestañea y se pone derecha.
—¿Quiere que te traiga algo? ¿Un café?
—¿Le has traído un café?
—Sí, un expreso.
No puedo evitar una sonrisa. Sí, la gente siempre venerará a la Luna. Rechazo el café y cualquier otra sugerencia, antes de proponerle que se tome un descanso. Quince minutos o media hora; no hay prisa. Capta el mensaje y se marcha, mientras yo me quedo con la mirada fija en la puerta cerrada.
Es mi despacho. No debería ponerme nerviosa entrar ahí, sea quien sea el que me esté esperando.
Pero no estará mucho rato en mi despacho y no es cualquiera. Es Él. Me sentía tan fuerte cuando me desperté esta mañana. Me sentía tan fuerte anoche, cuando no quise castigar al camarero. Me sentí tan fuerte cuando presenté mi dimisión.
Pero rara vez me siento fuerte cuando tengo que enfrentarme a Fernando cara a cara. Me cuesta tanto decirle que no, resistirme a la conexión que nos une
«No es más que la luna», me susurro a mí misma.
Poso la mano en el pomo, cojo aire y entro. Está sentado frente a mi mesa mirando por el gran ventanal. No se gira cuando entro, pero sé que me siente, que me nota
Cierro la puerta a mis espaldas.
—Has abandonado.
Avanzo hacia delante con cuidado hasta quedarme a pocos centímetros de él. Sigue sin darse la vuelta.
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Contrato Blindado Versión #LC
RomansDespués de que Lucero tuviera un desliz con un desconocido y haber sido descubierto ante su pareja se ha dado un tiempo para si misma.