Al final de la reunión los ejecutivos están de acuerdo con todo. Ellos se encargarán de implementar las propuestas, pero seré yo quien marque la dirección. Fernando los anima a que me hagan preguntas y a que expresen sus opiniones con sinceridad, pero tengo respuesta para todo y quedan satisfechos.
Sé que Fernando tiene en mente ofrecerme más trabajo, otro proyecto, otra razón por la que tendré que rendir cuentas ante él, pero nadie cuestionará ya si me lo merezco o no.
Al salir de la sala con mi equipo, Fernando y yo no nos tocamos, pero hay algo en la forma en que se cruzan nuestras miradas Disimulamos cada vez menos. Está a la vista de todos y nos da igual. Lo saben y no pueden hacer nada al respecto. Asha sale detrás de mí; puedo oler su derrota y eso me da fuerzas.
Le he dado a mi equipo el resto del día libre, pero yo vuelvo a la oficina. Allí Barbara me dice que me han llamado del undécimo. El presidente de la empresa, Sam Costin, quiere verme. No me lo pienso dos veces. Sé que me va a ofrecer un ascenso y ahora estoy lista para aceptarlo. Monto en el ascensor y me acerco a la recepcionista de su despacho, que me dice que espere.
Es la primera vez que tengo una reunión formal a solas con el señor Costin, pero sé que siempre hace esperar a todo el mundo. Es una forma de demostrar su autoridad. Sin embargo, al sentarme en una de las sillas de cuero marrón del área de recepción, me percato de que la junta directiva me inquieta, y el embriagador sentimiento de supremacía que tenía hace apenas un momento se desvanece.
Me paro a pensar en esa última idea. ¿Supremacía?
¿Era eso lo que sentía? Miro a la recepcionista: tiene el pelo recogido en una coleta baja y un anillo con una perla negra en el dedo índice. Sus manos revolotean sobre el teclado del ordenador y su falta de interés en mí es obvia.
¿De verdad me creo mejor que esta mujer? ¿En serio?
¿Me pienso que me merezco más atención que ella?
Los minutos pasan despacio y, mientras continúa ignorándome, la balanza se inclina hacia un no. Miro mis manos desnudas. No me he puesto anillos desde que le devolví a David el bonito rubí que me regaló. ¿A qué otras cosas renuncié aquel día? ¿A mi pragmatismo? ¿A mi modestia? ¿A mi humildad? ¿Estoy preparada para desprenderme de todo eso?
-El señor Costin la recibirá ahora -anuncia.
El teléfono no ha sonado, por lo que lo único que se me ocurre es que ha leído algo en la pantalla de su ordenador que le indica que ha llegado mi momento. Aunque en realidad no lo es, ni mucho menos. Es el momento del señor Costin. Es él quien ha convocado la reunión, pero me está haciendo el favor de recibirme. Eso es lo que quiere transmitir.
Abro la puerta y entro en el despacho. El señor Costin está sentado en un escritorio de caoba delante de una cristalera que ocupa toda la pared. En mi despacho tengo una buena vista, pero la suya es mejor. Tiene la cabeza inclinada como si estuviera leyendo algún informe. Me recibe su calva, no su rostro.
-Cierra la puerta -me ordena, y yo obedezco de inmediato.
Sigue leyendo mientras me acerco a la mesa con indecisión. Me planteo sentarme, pero me lo pienso dos veces. Decido quedarme de pie y esperar a que me salude y a que me diga lo que tengo que hacer.
Por fin levanta la mirada. Sus ojos recorren mi traje con una expresión imperturbable. No es un hombre feo. Tiene los pómulos marcados y una mandíbula varonil, pero tiene los ojos demasiado claros: son de un azul tan pálido que le hacen parecer un hombre gélido, incluso cruel.
-Has cambiado de estilo -comenta con ironía.
Tengo la sensación de que no se refiere solo a mi ropa. Incómoda, cambio mi peso de un lado al otro. Se reclina en la silla como dando a entender que disfruta con mi malestar. Finalmente suspira y me señala una silla.
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Contrato Blindado Versión #LC
RomansDespués de que Lucero tuviera un desliz con un desconocido y haber sido descubierto ante su pareja se ha dado un tiempo para si misma.