Capítulo 6.

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Esta noche no quiero invitar a Fernando a casa. Esta vez no se trata solo de que necesite espacio. La situación se me está yendo de las manos, pero lo que más miedo me da es que sus ideas, propuestas y filosofía de vida, que sé que carecen de ética, me resultan cada vez más atractivas.

Así que no le llamo. Me hago una ensalada, abro una botella de vino y me echo a llorar. Quizá sea porque esta no es la vida que me había imaginado. Es mucho más y al mismo tiempo mucho menos.

Al final llamo a mi amiga Simone. No me echa en cara que lleve semanas sin dar señales de vida. Se limita a escuchar las emotivas notas de mi voz y me dice que viene a verme.

Llega con una botella de Grey Goose bajo el brazo.

Se queda de pie en la entrada, analizándome con una expectación similar a la de un niño en Halloween. Me he quitado el traje, me he puesto una bata larga de seda y llevo el pelo suelto.

—Caray —exclama cuando por fin se decide a entrar

—, lo que cambian las cosas en un mes.

La sigo hasta la cocina y se apoya en la encimera sujetando el vodka contra el pecho. Me quedo contemplando la etiqueta de la botella, en la que se ve unas aves blancas volando en un cielo de cristal.

—¿A qué te refiere?

—Pues a ver —responde solemnemente, mientras abre la botella—. Eras una niña buena que salía con un gilipollas que te controlaba la vida, entonces tiene una aventura, después te prometés con el gilipollas, pero al final rompés con el gilipollas y te arrejuntás con tu amante. ¿Todo eso en menos de treinta días? —Eleva sus rubias cejas—. Te merecés un premio Guinness.

—¿Qué récord mundial batiría?

—¿La mayor transformación lograda por una licenciada de Harvard en el mes de marzo? ¿Podríamos crear esa categoría? —pregunta antes de sentarse dando un salto en la encimera—. ¿Tiene helado?

Me quedo pensando un momento y saco del congelador una tarrina enorme de vainilla de la marca Stonyfield. Simone coge dos cucharadas sin ninguna ceremonia y las mete en la batidora, después ahoga el helado con el alcohol cristalino para crear una bebida que me recuerda a la inocencia fingida.

—Has estado bebiendo —advierte.

—Sí —admito.

—¿Vas a seguir bebiendo?

Cuando asiento con la cabeza, sonríe y sirve la bebida en dos copas de agua de elegantes curvas.

—Otro cambio. Dime, Lucero, ¿esto significa que estás dispuesta a renunciar por fin a parte de tu apreciado control sobre ti misma?

—Llevo años cediéndole el control a David.

—Es verdad. —Le pega un trago a la bebida y se deja un bigote blanco para hacerme reír—. Aunque eso era como montarse en un tiovivo: quizá no controles al caballito de plástico, pero sabés de sobra a dónde va. Ya te has bajado de esa atracción, así que supongo que lo que te estoy preguntando es: ¿vas a subirte ahora en las controladas curvas de una montaña rusa o estás lista para salir del parque de atracciones y atreverte con el paracaidismo?

Sacudo la cabeza.

—A ti el riesgo te hace crecer; a mí no.

—¡Vaya! ¿Y qué es lo que hace crecer a esta nueva versión de Lucero Hogaza?

Es una pregunta complicada y la medito mientras trago el suave sabor del pecado. Pienso en lo que siento cuando Fernando me penetra. Pienso en la energía con la que me llena, en la intensidad. En esos momentos expulsa la oscuridad de mi ser y el mundo entero resplandece. En esos momentos estoy haciendo paracaidismo, respiro las nubes, saboreo la emoción y el peligro de la caída. Quizá en eso consiste crecer.

Contrato Blindado Versión #LCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora