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Había pasado más de medio mes desde que Raedon había hablado con Fingon por última vez, aquel día en que conoció a Nelyafinwë Maitimo, y estaba empezando a dolerle la cabeza de lo mucho que había pensado en el asunto. Ya no era tanto porque Fingon le gustase, pero se trataba más bien de curiosidad.

Y justamente una tarde, después de que la escuela estuviese casi completamente vacía, se topó con una escena de lo más interesante (lo cual lo hizo sentir entrometido).

No alcanzaba a entender lo que decía la madre de su compañero, porque sus gritos eran tan altos y hablaba tan a prisa que no se entendía nada, pero el otro joven la miraba lleno de ira, los brazos cruzados frente al pecho y —obviamente— sin que le importara un pepino lo que le estaba diciendo.

-¿Vas a callarte de una buena vez?-la interrumpió al fin- lo que yo haga con mi vida no es de tu incumbencia y ya me cansé de tus berrinches.

-¿¡Berrinches!? ¡No te atrevas a hablarme de ese modo! ¡Estás tan lleno de ti mismo que ni siquiera puedes ver lo asqueroso de tu situación!

-¡Es mi vida! ¡Yo hago lo que se me da la gana con ella! ¡No te debo explicaciones ni a ti ni a nadie!

-¡Soy tu madre y me debes la vida! ¡Estás saliendo con un... un pederasta, un—!

-¡No te atrevas a terminar esa oración!-gritó Fingon, alzando la voz definitivamente- ¡no tienes idea de lo que estás diciendo! ¡Que él y yo tengamos un estilo de vida diferente no significa que está mal! ¡Es lo que yo quiero!

Raedon quería desaparecer, dejarlos solos en la discusión, pero temía moverse de su sitio en el jardín por temor a ser visto.

-¡Si no obedecerás por las buenas, no dudaré en obligarte, Fingon!

El joven recogió su mochila, dio media vuelta y se marchó a toda prisa por el pasillo, ignorando los llamados insistentes de la mujer, que después de unos segundos trató de alcanzarlo. Raedon decidió quedarse en su sitio un rato, esperando a que nadie lo viera, y continuó su camino hacia su auto. Estaba acomodando sus cosas, a punto de marcharse a casa, cuando alguien abrió de un tirón la puerta del copiloto, dándole un buen susto.

Fingon se escurrió dentro, cerrando con llave.

-Te doy cincuenta dólares si me sacas de aquí ahora mismo- dijo, manteniendo la vista en la ventana, probablemente vigilando a ver si su madre lo seguía.

-¿Ok...?

No fue hasta que estuvieron lo suficientemente lejos de la escuela que Fingon se relajó.

-Perdón-se disculpó- Esa mujer me saca de quicio.

-¿Quieres que te lleve con tu novio otra vez?-preguntó curioso.

-Tiene una reunión hoy-murmuró- puedes dejarme en la estación y tomaré el autobús.

-¿Estas seguro? No te ves bien.

Él asintió con la cabeza, sacando su celular.

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