2. Una petición Real

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Unos dedos largos y versátiles acariciaban con delicadeza las teclas del piano, ubicado junto a la cristalera del salón real. Manu Guix, pianista de la Casa Real, tocaba plácidamente para los invitados más exclusivos del lugar. Muchos de los cuales comenzaron a cuchichear sobre la nueva reina, quien seguía hablando sin preocupación con su familia y su asistente personal.

—Permítame el atrevimiento, pero ¿no es usted demasiado joven? —intervino Miguel dirigiéndose a Natalia.

—Con todos mis respetos, llevo preparándome mucho tiempo para desempeñar este puesto de trabajo. Sé que mi corta edad puede despistar, pero le aseguro que no les defraudaré—contestó con una templanza impresionante.

—Solo quería comprobar su... soltura—sonrió—. Confío en su profesionalidad, señorita Eilan. Me ocupé personalmente de elegirla entre las candidatas. Sin duda, tiene usted un currículum envidiable para la edad que tiene.

—Sus palabras me abruman, señor—dijo, riendo por dentro. Te la he colado, chaval.

—Hija, deberías charlar con el resto de invitados. Están aquí para honrarte—la avisó su madre, atrayendo su atención. Alba asintió obediente, dejando la copa en la mesa y sonriendo como despedida a su asistente. Agarró la extensa y pomposa cola de su vestido de coronación para engancharse a conversaciones insípidas y cordiales.

La mañana siguiente fue tranquila. Natalia llegó a palacio a las ocho de la mañana, con las ojeras marcadas y el pelo recogido. La jefa de protocolo la atendió amablemente, y le enseñó casi al completo las instalaciones del lujoso lugar. El salón principal ya lo había conocido, y seguía siendo para ella la estancia más destacada. Juntas recorrieron el comedor, las extensas cocinas, las habitaciones de invitados, los jardines de palacio, la biblioteca, la sala de cine, y la recreativa. La joven infiltrada trató de memorizar a la perfección cada sitio, recreando el mapa del palacio en su cabeza.

—No creo que la reina tarde mucho en despertar, pero bueno, paséate con libertad mientras—se encogió de hombros Sabela—. Y bueno, aquí me tienes para lo que necesites. Bienvenida.

—Gracias, ha sido un placer conocerte.

Natalia no desperdició ni un solo segundo. Sacó la tablet que María le había facilitado y comenzó a dibujar cual arquitecta el mapa del Palacio Real con una pulcritud admirable.

—¡Eilan! —oyó su nombre al final del enorme pasillo. Era Alba en un albornoz de seda rosa. Su pelo, lejos del alisado del día anterior, lucía despeinado y rebelde. Sus ojos seguían siendo enormes y brillantes sin maquillaje. Verla tan natural desconcertó a la infiltrada, quien tenía su rostro muy visto después de haberla estado investigando durante años.

—Buenos días, majestad—saludó, haciendo una sutil reverencia. La joven rio.

—No hace falta que se arrodille cada vez que me vea—indicó, sosteniendo sus manos para elevarla—. Me gustaría que hablásemos, ¿ha desayunado? —la asistente negó con la cabeza, con sus manos aun atrapadas en las de su jefa—. Estupendo.

El servicio de la reina preparó un desayuno de lo más exagerado. Tostadas, dulces de todo tipo, café recién hecho y zumo natural. Sin olvidar los boles de frutas exóticas cortadas.

—¿Le han enseñado el palacio? —le preguntó, tomando un sorbo de su bebida.

—Sí, Sabela me ha dado una vuelta. Es alucinante. ¿No se pierde? —Natalia provocó una risa espontánea en Alba.

—Es mi casa desde que nací, así que la conozco como la palma de mi mano. A veces es un fastidio caminar de una punta a otra... —aclaró, poniendo los ojos en blanco. Su compañera de desayuno guardaba la rabia por dentro. ¿Ese es tu puto dilema diario, andar por tu castillito? Ojalá todos los problemas del mundo fueran así, narcisista.

LEGADO - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora