28. Recuperar lo perdido

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Los medios de comunicación convirtieron la vida de la presidenta de Pamprona y su pareja clandestina en un auténtico infierno. La casa de Natalia pasó de ser un hogar peculiarmente feliz, a una cárcel sin barrotes. Las cámaras y reporteros rodeaban la casa acampando durante días, y otros tantos la seguían allá donde iba. No daban tregua. No se achantaban. Tan extrema era la situación, que la morena tuvo que tirar de escoltas las veinticuatro horas del día. Dos para su casa, y otros dos para ella.

—Ya basta. Por favor, dejadme en paz—gritó, haciéndose hueco entre los flashes.

—Sabemos que tiene a su novia escondida en la casa.

—Eso no es verdad. Marchaos de aquí, dejadme vivir.

—Vimos luces a través de una persiana mal cerrada y usted no estaba dentro—atacó de nuevo—. Nos parece muy inhumano que tenga a una mujer encerrada por el simple hecho de esconderla de la prensa.

—¿Insinúa que estoy secuestrando a una persona?

—Eso lo ha dicho usted, no yo.

—Váyanse de aquí. Estáis invadiendo mi privacidad.

—Usted es un personaje público. La gente quiere conocer a su novia, y nosotros se la vamos a dar. Es nuestro trabajo.

—Ya está bien—zapateó nerviosa—. Si no paráis esta campaña contra mí os retiraré las licencias. Estoy harta, esto es un infierno.

—¿Está diciendo que se aprovechará de su poder político para beneficio propio?

Natalia se dio cuenta de que había estallado delante de las cámaras. Que había sobrepasado su límite en el lugar equivocado. Y llegado a ese punto, optó por agarrarse a la sensatez: cerró su boca y se adentró en su hogar evitando un enfrentamiento que no iba a traerle nada bueno.

Agotada, enfadada y frustrada, buscó a Alba por toda la casa hasta que la halló en su habitación, tumbada de lado, de espaldas a la puerta. Un nudo en la garganta le apretaba, impidiéndole hablar sin llorar. Se acostó en silencio detrás de ella, rodeándola y besando su cuello repetidas veces.

—Hola—suspiró, pero Natalia no pudo contestarle. Estaba sobrepasada con su tormenta de sentimientos encontrados: el cabreo con los periodistas y su lamentable actuación—. Tenemos que hacer algo.

—¿El qué? No puedo sacarte de aquí sin que te vean—dijo con dolor, liberando un par de lágrimas.

—¿Por qué lloras? —preguntó casi molesta, girándose para enfrentarla de cara. Natalia acarició su cadera, pero Alba no hizo nada por parar su llanto—. Soy yo la que está encerrada. No tienes ningún derecho a llorar así.

—¿Qué estás diciendo?

—Todo esto es culpa tuya, Natalia—osó decir sin ningún tipo de lamentación.

—¡Yo no quería que vivieras así, Alba! ¡Fuiste tú la que quiso quedarse! —se defendió, incorporándose incrédula por la dureza de aquel ataque al que no encontraba sentido.

—Pero tú participaste en la caída de mi reino. Y eso nos llevó hasta aquí—masculló, levantándose de la cama y marchándose de la habitación.

—¿¡Dónde vas!?

—A acabar con esto. Estoy harta de vivir como una sucia rata.

—Ni se te ocurra—la persiguió, cogiéndola por detrás y resistiendo a las patadas al aire que lanzaba.

—¡Quita! ¡Déjame en paz!

—¡No puedes salir! ¿Quieres estarte quieta? ¡Joder, para!

—¡Que me sueltes, maldita sea! —forcejeó sin ningún éxito.

LEGADO - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora