N.a: Esto es un capítulo de un fic con un AU de Percy Jackson. Tiene algunas incoherencias y, por supuesto, cosas que no se entienden bien porque se explican en capítulos posteriores. Al final hay una nota de (me parece) 2018, que es cuando escribí esta parte por primera vez.
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Se lava las manos para quitarse el rastro de polvo y sangre que lleva trayendo desde que se fue del Campamento Mestizo. Suspira con resignación al sentir el agua helada quemar su piel y comienza a lavarse las manos y el rostro.
Se mira al espejo. Sus ojos color miel están opacos. Su piel se ha vuelto pálida y blanca. Su cabello castaño se ve apagado y sucio. Tenía la sensación de que estaba más delgado. Definitivamente estaba mal. Aquel viaje le había hecho mal, en todos los sentidos. Se sentía física y psicológicamente acabado, cansado, sin querer continuar su camino; quería dejar de huir de los monstruos que lo asechaban y dejarse ser el almuerzo de las empusas que lo seguían desde San Francisco. Quizás así finalmente le importaría a su padre.
Su padre. Poseidón, el dios del mar.
Un escalofrío recorre su espalda y una presión se hace presente en su estómago.
Todo le recuerda a su fracaso. A su misión fracasada. A su fallo. A su error.
¿Qué iba a decirle a Quirón? Las palabras no salían de su garganta, se sentía demasiado culpable. ¿Iba a inventar alguna mentira para cubrir su incompetencia? Fue la primera misión a la que había sido enviado, y había corrido la mala suerte... no, había cometido el error de huir y dejar atrás a sus compañeros.
Sus ojos arden. Se da cuenta de que sus manos están rojas debido al estar en contacto durante mucho tiempo con el agua fría. Está a punto de llorar, pero decide no hacerlo. Tenía que continuar.
Tiene que regresar al campamento para buscar ayuda. No puede dejar que sus compañeros mueran por su culpa. Debe regresar lo más rápido posible...
Alguien entra al baño mientras cierra la llave del lavabo. Era un chico rubio, unos diez o menos centímetros más alto que él, de ojos color verde. Lo miraba con una expresión extraña; probablemente porque su ropa estaba toda rota y sucia y su cara tenía heridas de rasguños y moretones.
El chico lo sigue mirando con desconfianza hasta que entra a uno de los primeros cubículos, alejado de Manuel. Éste tiene una extraña sensación que recorre todo su cuerpo, como si ya conociera al chico, como un impulso o una corazonada que le decía que ambos estaban en peligro ahí y en ese mismo momento.
Se seca las manos como puede con su ropa y se aferra a su colgante, que se transformaba en una espada cuando se lo quitaba; un regalo de Arthur, un hijo de Hécate, quien se había convertido en su primer amigo en el campamento.
Mira hacia todos los lados del baño y se pregunta dónde podría esconderse algún monstruo. No es hasta que el chico sale del cubículo que se da cuenta de que su comportamiento es extraño, y deja de hacer el ridículo para centrar su atención en la puerta de entrada. El chico sigue enviándole miradas nerviosas cada segundo. Manuel decide ignorarlo.
La puerta se abre. Manuel siente el aura del monstruo en cuanto pasa por el umbral. Rápidamente, corre hacia el chico rubio y lo aleja como puede, tirando de él para dejarlo detrás suyo. La mujer -una empusa, en realidad- sonríe con satisfacción y comienza a mostrar su verdadera forma