CANTO II
El día se marchaba, el aire oscuro a los seres que habitan en la tierra quitaba sus fatigas; y yo sólo
me disponía a sostener la guerra, contra el camino y contra el sufrimiento que sin errar evocará mi
mente.
¡Oh musas! ¡Oh alto ingenio, sostenedme! ¡Memoria que escribiste lo que vi, aquí se advertirá tu
gran nobleza! Yo comencé: «Poeta que me guías, mira si mi virtud es suficiente antes de comenzar
tan ardua empresa.
Tú nos contaste que el padre de Silvio, sin estar aún corrupto, al inmortal reino llegó, y lo hizo en
cuerpo y alma.
Pero si el adversario del pecado le hizo el favor, pensando el gran efecto que de aquello saldría, el
qué y el cuál, no le parece indigno al hombre sabio; pues fue de la alma Roma y de su imperio
escogido por padre en el Empíreo.
La cual y el cual, a decir la verdad, como el lugar sagrado fue elegida, que habita el sucesor del
mayor Pedro.
En el viaje por el cual le alabas escuchó cosas que fueron motivo de su triunfo y del manto de los
papas.
Alli fue luego el Vaso de Elección, para llevar conforto a aquella fe que de la salvación es el
principio.
Mas yo, ¿por qué he de ir? ¿quién me lo otorga? Yo no soy Pablo ni tampoco Eneas: y ni yo ni los
otros me creen digno.
Pues temo, si me entrego a ese viaje, que ese camino sea una locura; eres sabio; ya entiendes lo
que callo. » Y cual quien ya no quiere lo que quiso cambiando el parecer por otro nuevo, y deja a un
lado aquello que ha empezado, así hice yo en aquella cuesta oscura: porque, al pensarlo, abandoné
la empresa que tan aprisa había comenzado.
«Si he comprendido bien lo que me has dicho -respondió del magnánimo la sombra la cobardía te
ha atacado el alma; la cual estorba al hombre muchas veces, y de empresas honradas le desvía,
cual reses que ven cosas en la sombra.
A fin de que te libres de este miedo, te diré por qué vine y qué entendí desde el punto en que lástima
te tuve.
Me hallaba entre las almas suspendidas y me llamó una dama santa y bella, de forma que a sus
órdenes me puse.
Brillaban sus pupilas más que estrellas; y a hablarme comenzó, clara y suave, angélica voz, en este
modo: “Alma cortés de Mantua, de la cual aún en el mundo dura la memoria, y ha de durar a lo largo
del tiempo: mi amigo, pero no de la ventura, tal obstáculo encuentra en su camino por la montaña,
que asustado vuelve: y temo que se encuentre tan perdido que tarde me haya dispuesto al socorro,
según lo que escuché de él en el cielo.
Ve pues, y con palabras elocuentes, y cuanto en su remedio necesite, ayúdale, y consuélame con
ello.
Yo, Beatriz, soy quien te hace caminar; vengo del sitio al que volver deseo; amor me mueve, amor
me lleva a hablarte.
Cuando vuelva a presencia de mi Dueño le hablaré bien de ti frecuentemente.
” Entonces se calló y yo le repuse: “Oh dama de virtud por quien supera tan sólo el hombre cuanto se
contiene con bajo el cielo de esfera más pequeña, de tal modo me agrada lo que mandas, que
obedecer, si fuera ya, es ya tarde; no tienes más que abrirme tu deseo.
Mas dime la razón que no te impide descender aquí abajo y a este centro, desde el lugar al que
volver ansías.
” “ Lo que quieres saber tan por entero, te diré brevemente --me repuso por qué razón no temo haber
bajado.
Temer se debe sólo a aquellas cosas que pueden causar algún tipo de daño; mas a las otras no,
pues mal no hacen.
Dios con su gracia me ha hecho de tal modo que la miseria vuestra no me toca, ni llama de este
incendio me consume. Una dama gentil hay en el cielo que compadece a aquel a quien te envío, mitigando allí arriba el
duro juicio.
Ésta llamó a Lucía a su presencia; y dijo: «necesita tu devoto ahora de ti, y yo a ti te lo
encomiendo».
Lucía, que aborrece el sufrimiento, se alzó y vino hasta el sitio en que yo estaba, sentada al par de
la antigua Raquel.
Dijo: “Beatriz, de Dios vera alabanza, cómo no ayudas a quien te amó tanto, y por ti se apartó de los
vulgares? ¿Es que no escuchas su llanto doliente? ¿no ves la muerte que ahora le amenaza en el
torrente al que el mar no supera?” No hubo en el mundo nadie tan ligero, buscando el bien o
huyendo del peligro, como yo al escuchar esas palabras.
“Acá bajé desde mi dulce escaño, confiando en tu discurso virtuoso que te honra a ti y aquellos que
lo oyeron.
” Después de que dijera estas palabras volvió llorando los lucientes ojos, haciéndome venir aún más
aprisa; y vine a ti como ella lo quería; te aparté de delante de la fiera, que alcanzar te impedía el
monte bello.
¿Qué pasa pues?, ¿por qué, por qué vacilas? ¿por qué tal cobardía hay en tu pecho? ¿por qué no
tienes audacia ni arrojo? Si en la corte del cielo te apadrinan tres mujeres tan bienaventuradas, y mis
palabras tanto bien prometen. » Cual florecillas, que el nocturno hielo abate y cierra, luego se
levantan, y se abren cuando el sol las ilumina, así hice yo con mi valor cansado; y tanto se encendió
mi corazón, que comencé como alguien valeroso: «!Ah, cuán piadosa aquella que me ayuda! y tú,
cortés, que pronto obedeciste a quien dijo palabras verdaderas.
El corazón me has puesto tan ansioso de echar a andar con eso que me has dicho que he vuelto ya
al propósito primero.
Vamos, que mi deseo es como el tuyo.
Sé mi guía, mi jefe, y mi maestro. » Asi le dije, y luego que echó a andar, entré por el camino arduo y silvestre.