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— ¿Qué? —inquirió Helena con evidente preocupación en su tono de voz— No —prosiguió, emitiendo una pequeña risita nerviosa— Ese reto es excesivo

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— ¿Qué? —inquirió Helena con evidente preocupación en su tono de voz— No —prosiguió, emitiendo una pequeña risita nerviosa— Ese reto es excesivo. Te has pasado, Natalia.

— Un reto es un reto, Helena —comentó Natalia en su propia defensa— Y ni siquiera te ha tocado a ti como tal, por lo que puedes negarte si se te pega la gana de hacerlo —prosiguió, regalándole una sonrisa cargada de ironía— Me encargaré de que Mirella cumpla el maldito reto con alguna otra persona que no sea tan cobarde como lo eres tú.

Helena apretó fuertemente sus labios y puños, sintiendo cómo sus ojos comenzaban a inundarse en lágrimas. No sabía qué le dolía más, si la forma en la que Natalia la estaba tratando o el hecho de que, quizás, acertó en llamarla «cobarde». ¿Por qué si no iba a odiar los juegos como ese? ¿Por qué rezar mentalmente para que la dichosa botella no se detuviera frente a ella por nada del mundo y tener que enfrentarse a contar una verdad o realizar un estúpido reto?

Porque, honestamente, lo odiaba muchísimo. Y, quizás, porque era una cobarde.

— Te estás pasando, Natalia —le advirtió Mirella— Demasiado alcohol te está haciendo perder la razón.

Quizás su amiga tenía razón, más el principal motivo por el que pareció sentarle tan mal la respuesta de Helena fue caer en la cuenta de que esa chica no merecía el amor de Mirella. Mucho menos las miles de lágrimas que ésta solía derramar cuando le pedía que se reuniesen para hablar y cómo siempre tenía que recoger los pedazos de su frágil y roto corazón como mejor podía hacer.

Porque sí, a pesar de la actitud que Mirella podía y llegaba a aparentar, se trataba de una dulce chica que solo quería ser amada por su amor no correspondido. Porque, a pesar de que intentó olvidar aquella «estúpida» idea, la cercanía que mantenía con Helena y cómo ésta parecía negarse a dejarla marchar hacia de ello una misión imposible. Incluso una vez intentó hablar con ella para que se dieran un tiempo y tratar así de reubicar sus sentimientos y emociones que no pudo evitar regresar a Helena cuando ésta la llamó en medio del llanto para decirle que la extrañaba muchísimo.

— Sí, tienes razón —comentó Natalia a regañadientes— Discúlpame, Helena —aunque sus palabras no eran del todo sinceras en ese momento, pareció funcionar para aplacar un poco los ánimos— ¿Quieres seguir con el reto o deseas cambiar a una verdad, Mirella? —inquirió— Elijas la opción que elijas, ésta será la última vez que ponga una verdad o un reto el día de hoy, porque después me marcharé a casa.

— ¿Qué? —inquirió Mirella, un poco incrédula— ¿Por qué? —insistió— ¿Podemos hablar un momento en privado, por favor?

Aunque en un primer momento Natalia intentó negarse, acabó siendo arrastrada hacia la habitación de Mirella con la mencionada para poder hablar con más calma y, sobre todo, para hacerla entrar en razón sobre su deseo de marcharse.

— ¿Qué sucede contigo, Nati? —inquirió Mirella con preocupación— Tú has sido la que ha propuesto ese estúpido reto y has atacado a Helena de esa forma, ¿por qué deseas marcharte cuando ella ni siquiera parece haberte guardado rencor?

¿Novias por un día? ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora