Si Helena conociera a Mirella tan bien como creía hacerlo, entonces debía saber que suplicarle que no fuera a su casa porque no deseaba verla en ese momento no surtiría ningún efecto en la chica, mucho menos si se trataba de una situación tan delicada como lo estaba siendo esa.
Por primera vez, la pareja estaba pasando por una crisis que amenazaba con echar a perder tantísimos años de amistad y si Helena realmente creía que Mirella lo dejaría pasar, entonces estaba muy equivocada.
— ¿Qué haces aquí? —inquirió con cierta rudeza nada más abrir la puerta— Te dije que no deseaba verte —bufó con molestia, retirando con brusquedad las lágrimas que se deslizaban sobre sus mejillas.
— No pasó nada entre Rocío y yo —comentó Mirella en respuesta— Te lo juro.
Helena emitió un suspiro de pura molestia, poniendo sus ojos en blanco por unas milésimas de segundo mientras hacía el amago de cerrarle la puerta a su mejor amiga en su cara, aunque Mirella fue un poco más rápida y uso toda su fuerza para detener el golpe y, con ello, impedir que cerrara la puerta.
— Aparté la cara antes de que nuestros labios llegaran a tocarse y entonces besó mi mejilla, Helena —explicó con histeria— Hemos quedado como amigas, nada más.
— Bien por ti —comentó ella a regañadientes— ¿Puedes marcharte de mi casa ahora, por favor?
Mirella negó, adentrándose a la casa y cerrando la puerta tras ella, apoyándose sobre ésta para evitar un posible forcejeo con su mejor amiga para abrirla de nuevo en un intento de echarla a patadas de su casa. La conocía tan malditamente bien que sabía que era capaz de hacer eso y mucho más cuando estaba enfadada; Marcos pudo comprobarlo en carne propia en más de una ocasión.
— No pienso marcharme de aquí hasta que no me digas qué es lo que te ha molestado para llegar a este estado —señaló sus mejillas aún húmedas y rojizas por el llanto— Si quieres pegarme también puedes hacerlo, pero hablemos sobre ello, por favor.
— Se suponía que éramos novias —comentó Helena, cruzándose de brazos— ¿Acaso debía quedarme allí para que cuando nuestros amigos salieran de la maldita tienda te vieran besándote con Rocío y me dieran palmaditas en la espalda por mi fortaleza ante esa escena o qué? —inquirió con ironía— O mejor aún, ¿te tomo de la mano después como si nada hubiera pasado y me meto en otro puto fotomatón contigo para hacernos una foto compartiendo un beso?
Mirella intentó decir algo, lo que fuera con tal de arreglar la situación, más nada salía de sus labios. ¿Debía volver a repetir que Rocío y ella no se besaron o mejor debía pedir perdón por no haber pensado en cómo se sentiría Helena? ¿Realmente debía pedir perdón? Ellas eran novias, sí; pero fue un estúpido reto el que las impulsó a serlo, por lo que si Natalia no lo hubiera propuesto, ellas jamás habrían estado en una situación ni más mínimamente parecida.
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¿Novias por un día? ©
Novela JuvenilHelena podría definirse a sí misma como una chica bastante fácil de leer. Sus pensamientos, acciones y sentimientos eran tan marcados que cualquier persona lo suficientemente curiosa como para detenerse a observarla, podría «conocerla» con tan solo...