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   Mikaela abrió la puerta lentamente, pasando saliva con inquietud, inducida por las mismas reflexiones pesimistas que su acomplejada mente maquinó desde su absurda charla con Lacus, quien luego de recibir un puñetazo en la cabeza, le explicó que sólo quería motivarlo: y bien, lo había conseguido, podía otorgarle el punto.  Pero ahora, sentía que hasta se podría defecar encima de puros nervios.  ¿Cómo era posible pasar de un león con ganas de comerse al mundo a un pobre gatito asustado?

   Vio a Yuu entrar al interior de su hogar, siendo consciente de que se imaginó su boca en su pene.  ¡En su pene! ¡La maldita boca de Hyakuya Yuichiro, la cual utilizaba para sonreír tan hermosamente, en su pene, el cual le servía para orinar! Casi sintió náuseas de sólo pensar en el cúmulo de bacterias que éste estuviese ingiriendo.

—Permiso —murmuró en voz baja.

   Lo invitó a pasar a su cuarto, atravesando en el camino la sala, en la cual su madre veía la televisión.  Caminaron detrás del sofá e hizo señales a todos los astros existentes, rezó a todos los dioses y pidió en todos los idiomas, que ella no se diera cuenta de la presencia del muchacho castaño.  Tarde fue, cuando su cabeza se giró cual niña del Exorcista y su expresión asombrada esplendió el lugar, siendo escoltada por un potente grito de absoluto júbilo.  En un abrir y cerrar de ojos, la tenía enfrente, acorralando a su compañero entre sus poderosas garras femeninas.

—Oh, Yuu-kun, ¡hace tanto tiempo que no te veía! ¡Estás enorme! —exclamó eufórica, siendo recibida por igual.

—Tampoco yo, señora Shindo —rió dulcemente.

—Sólo llámame Dasha.

   Ambos tuvieron una rápida, pero extensa conversación, como si se conociesen de toda la vida y como si su madre acabase de descubrir que poseía otro hijo y jamás lo hubo sabido hasta ese día.  Hablaron de sus padres, de su aspecto angelical, sus notas del instituto, sus aspiraciones y deseos para el futuro.  Todo aquello en menos de quince minutos.  Mika rodó los ojos, escuchando y asintiendo sin agregar dicción al asunto.  Finalmente, ella comentó acerca de la última vez en que tuvieron discernimiento el uno del otro y él se sonrojó.  Pero no pasó por alto, que Yuu también.

   Como método de salvación, por fin dejó salir su voz.

—Mamá, tenemos que hacer un trabajo.

   La mirada mortal que recibió de su parte, le congeló las pelotas.

—Y usted, señorito —alzó una de sus rubias cejas, colocando los brazos en jarra—. ¿En qué momento pensabas decirme que Yuu-kun era compañero tuyo?

   Boqueó, balbuceando monosílabos incoherentes.  Fue peor cuando el chico a su lado lo observó, esperando casi que de brazos cruzados la contestación a la pregunta.  Quería jalarse los cabellos por no saber qué refutar a su favor que lo dejase bien parado y no como un estúpido; pero ni siquiera él sabía por qué.  Ni siquiera él acababa de creerse, hasta esas alturas, que Hyakuya Yuichiro fuese su compañero de universidad.  ¿Demasiado idiota de su parte sería admitir que no lo había reconocido hasta que de casualidad vio una foto de él de pequeño, que el chico llevaba en su mochila para una actividad curricular, y aquello había sido ya hace dos años de ingresados en la facultad?

   Y ciertamente, aquella fotografía era muy similar a una que residía en el álbum infantil que su madre aún conservaba.  La imagen de un pequeño y risueño Yuu disfrazado de oso panda, abrazando su trasero malhumorado casi lo hizo sonreír.

   Aplaudió para sí mismo, lamentándose por ser tan imbécil cuando era tan obvio que aquel niño era el mismo chico que tenía enfrente, con la única diferencia en el color de cabello.

Insoportable ◤MikaYuu◢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora