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“Procura que la persona a tu lado comparta tus mismas metas y ambiciones, Shinobu. No busques a alguien con tus mismos gustos, sino a alguien con tus mismos valores”

Aquel fue el consejo de Kanae, su difunta hermana mayor. Una mujer inhumanamente hermosa, y desgarradoramente amable, a quien le importaba la felicidad de su pequeña hermanita por sobre todas las cosas.

Quizás, de haberla escuchado, Shinobu no estaría en aquella situación.

–¡Quiero el divorcio! –exclamó, arrojando ese preciado anillo del otro lado de la habitación. El mismo del que en antaño tanto se había enorgullecido.

Todavía recordaba la ocasión en la que fue a presumirle el objeto a sus amigas, mientras añadía sonriente, que la estupidez de Giyuu Tomioka era lo que más le gustaba de él, que lo cuidaría como al niño que era, y que con él viviría sus mejores años.
Al caer la noche de aquel lejano recuerdo, incluso llegó a soñar con lo maravillosa que sería su nueva vida junto al hombre que más amaba en el mundo.

Sin embargo, en el doloroso presente, Tomioka simplemente miraba con tristeza el suelo de la habitación, sin reaccionar ante la declaración de su ahora, futura ex-esposa.

–Como gustes. –dijo con voz seca, y se marchó del cuarto.

–¡Eso es! ¡Lárgate! ¡Vete al demonio! ¡Ya no me importa! –exclamaba la fémina rompiendo en llanto. Lanzándole a la puerta todo lo que tuviera al alcance.

Esos bonitos zapatos que Giyuu le regaló en el primer año de casados, ese precioso y costoso jarrón que su mejor amiga, Mitsuri, les había dado como regalo de bodas. Incluso el broche de mariposa que tiempo atrás perteneció a su hermana. Todo eso podía irse al infierno. Tomioka podía irse al infierno y pudrirse allí hasta que Shinobu pudiera perdonarlo por cada una de las lágrimas que la había hecho derramar hasta esa fatídica decisión.

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