⚜Capítulo 8⚜

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Capítulo 8:

| Al final las apariencias engañan|

—¿Alguien se acuerda cuál era el objetivo inicial de esta pintoresca visita turística?

Habíamos cruzado el Séptimo círculo hacía unas horas ¿El resultado? Parecíamos los hermanos perdidos de la niña del exorcista; llenos de suciedad y con un estado físicamente cuestionable: Carolina se había roto la pierna, Elisa tenía un moratón enorme y púrpura en todo el ojo junto con algún que otro corte no demasiado sangrante, Mateo probablemente tenía una o dos costillas rotas, el brazo de Leo chispeaba al rojo vivo por las múltiples raspaduras, las gafas de Eva se habían roto junto a su labio partido, Nico sangraba por un largo tajo que más tarde le dejaría una sexy cicatriz...Pero yo me llevé la peor parte.

Me hice un esguince en el dedo meñique del pie.

Que vida más injusta.

—Nuestra misión es rescatar a Hestia y devolver el Arca de la Alianza, Elisa. No entiendo cómo has podido olvidarte.

—Qué quieres que te diga, sabionda. Entre tanto muerto me da migraña.

Para ese entonces, Elisa había ordenado a Confleks regresar al campamento antes de que le pudiese ocurrir algo malo. "Un espíritu tan gordito y mono como tú puede pasarlo verdaderamente mal aquí abajo, así que sé bueno y vuelve a casa" se despidió revolviendo sus cabellos verdosos. A regañadientes le obedeció y desapareció en un torbellino de cereales. De eso hacía mucho tiempo. Sentía como si hubiesen pasado años desde que cruzamos la puerta de madera.

—Pues yo de lo menos que tengo ganas es de bajar más en este maldito embudo, vaya. Por cierto, Carolina ¿Cómo andas con la pierna?— Carolina jadeaba con la respiración acelerada, acompasada por las gotas de sudor que se deslizaban por su frente. Con la ayuda de Eva habían construido un torniquete lo suficientemente apretado como para que la hija de Ares pudiese aguantar unos días más, quizás. 

—De momento no me he desmayado, así que todo bien.

Carolina intentó sonreír dando como consecuencia una mueca dolorosa. 

Veréis, después de cruzar la ciudad de Dite, entramos en el Séptimo círculo del infierno, el de la violencia, que se dividía en tres anillos contiguos en los que los pecadores se dividían según la forma del pecado que hubieran infringido en vida. El primer recinto albergaba a los violentos contra el prójimo que debían arder eternamente en las aguas del Flegetonte ; en el segundo se hallaban los suicidas que pasarían la eternidad convertidos en árboles picados por arpías. Y el tercer y último anillo se componía de los violentos contra dios, bañados por una lluvia de fuego.

Todo eso estaba muy bien, pero el problema se nos presentó en la entrada del círculo. Una bestia con la que ya nos habíamos cruzado con anterioridad: el Minotauro. 

No sabía la clase de bebida energética que les daban a los "trabajadores" del infierno, pero un solo monstruo nos vapuleó de una forma patética y vergonzosa. Mateo, tan diplomático como acostumbraba a ser, intentó razonar con él y acabó volando por los aires. 

Entonces pasamos a la acción. Nos esparcimos por el terreno para confundir al Minotauro, que expulsaba aire caliente de su morro con la fuerza de una olla a presión. Tomando la iniciativa, Carolina empuñó su lanza y con una destreza que no sabíamos que poseía, la lanzó directamente al pecho de la bestia, ocasionándole apenas un rasguño. Leo acudió a su rescate con ayuda de su martillo gigante de hierro, que logró estampárselo en el peludo cogote bovino.

«Toma ya»

Expulsando aire a propulsión por sus orificios, cabreado, muy cabreado, apartó a Leo de un manotazo, que aterrizó de mala manera levantándose la piel del brazo. Elisa se unió a la fiesta con sus fieles dagas que consiguieron rajar el pecho del monstruo, enfadándolo aún más. Atrapó a Elisa con su desproporcionada mano y con la otra le asestó un potente puñetazo. Carolina volvió a la carga y con una espada Kopis perforó el hombro del Minotauro, que liberó a la casi incosciente hija de Deméter. 

El medio toro logró desestabilizar a la chica y la agarró solo para lanzarla contra el suelo, rompiendo su pierna izquierda. Sus gritos de dolor resonaron por las paredes del infierno. Teniendo claro que tanto el viaje sombra y el solar no eran una opción en esos momentos, Nico y yo nos movimos a la vez. Primero una flecha se enterró en su torso y otra en su globo ocular, cegándole parcialmente. Nico le cortó el tendón del tobillo y las piernas del Minotauro se rindieron por el peso; pero no por ello dejó de luchar. 

Dispuesta a ayudar, Eva se lanzó a la carga blandiendo su daga plateada. Escaló por la extremidad de la bestia y acabó con su vista de una sola vez. El Minotauro se removió adolorido y furioso, tirando las gafas de Eva por los aires. Desde mi posición, tumbada en el suelo como una francotiradora, esperé unos segundos antes de disparar la flecha que le daría muerte clavada en su corazón. 

Cansados por la batalla —algunos más que otros— nos reunimos para descansar un rato. Mientras tanto, me subí al cadáver de la criatura para recoger mis flechas. Al bajar, pisé mal y mi pequeño y estúpido dedito del pie crujió de agonía. Una tragedia.

Carolina yacía en el suelo, empapada de sudor e intentando acallar los gemidos por el dolor que germinaba en su fracturada pierna. Eva —con las gafas ya puestas— corrió hacia su mochila buscando el kit de primeros auxilios. De ahí sacó una pequeña tabla de madera junto con unas vendas y procedió a hacer su trabajo. Como hija de Apolo, estaba perfectamente cualificada para sanar esa herida en menos que decía quidditch, sin embargo no quise intervenir por si acaso. Las manchas negras no se detenían por nada, y si me levantaba la camiseta se podían apreciar descendiendo por mi estómago, cerca del ombligo.

Dos minutos después, un perfecto torniquete inmovilizaba la extremidad de la hija de Ares con eficacia.

—Listo. Ya te puedes levantar. Te va a doler, pero esto es mejor que nada—Carolina asintió apretando los ojos y susurró un agradecimiento afligido. De forma insólita, Mateo cogió los brazos ajenos y los pasó por sus hombros, ayudándola a ponerse de pie.

Permanecimos sentados media hora más y nos pusimos en marcha. Recorrimos todo el círculo observando como las almas imploraban por el perdón, algunas gritaban blasfemias sin el más mínimo arrepentimiento y otras que se habían cansado de todo, solo estaban allí, en silencio.

—Cuéntanos algo sobre ti, Mateo. Hace tiempo que nos conocemos y no hemos tenido una conversación normal todavía.

El mencionado se giró consternado con Carolina todavía apoyada en él. Supuse que nadie le había hecho una pregunta así en muchos tiempo.

Aguardó dubitativo y finalmente se permitió relajarse un poco.

Nos habló de su pueblo natal, una pequeña localización dedicada dedicada mayoritariamente a la preservación y el culto de la religión católica en el estado de Pensilvania. Nombró a sus hermanos y a sus hermanas, a sus abuelos y a los pocos amigos que tenía allí.

Nos contó como su pueblo quedó destruido por un solo hombre, un hombre que irradiaba muerte y aniquilación; un hombre parecido a Nico, según sus propias palabras.

Siendo él el único superviviente, se le quedó marcado a fuego en su memoria el rostro impasible del forastero que llegó buscando un objeto prohibido. El mismo rostro que se divirtió asesinando a su familia.

Nos habíamos quedado mudos.

—¿Y como llegaste el campamento mestizo entonces?— Elisa estaba intrigada. Todos lo estábamos.

—Me desperté tres días después del desastre y fue entonces cuando rodeado de los restos de mi familia, supe que había sobrevivido por una razón—Mateo observaba un punto fijo del suelo, con la mirada vacía— Caminé sin rumbo hasta que un día, a punto de morir de hambre, la respuesta se halló ante mis ojos. Comprendí mi legado como descendiente del poeta Virgilio así como comprendí la misión que Dios me había encomendado.

Carolina y yo, nos paramos para brindarle un abrazo. De haber sabido todo eso le hubiésemos ayudado, o por lo menos hubiésemos intentado ser más amables con él. Al final el dicho que juraba que las apariencias engañaban resultó ser cierto.

Después de una caminata tan larga como el silencio que la reinó, descendimos al Octavo círculo. Los fraudes.

¡Buenos días/tardes/noches mis pequeños descerebrados! Estaba pensado en hacer un preguntas y respuestas sobre la historia y la ECDON, incluso sobre mí, si queréis saber algo. Escribir las preguntas aquí y yo os responderé en el siguiente capítulo♡

No os olvidéis de comentar, votar y... ¡Nos vemos en el próximo capítulo!

𝘌𝘭 𝘈𝘳𝘤𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘖𝘴𝘤𝘶𝘳𝘪𝘥𝘢𝘥 |Nico Di Angelo| [Book #2]✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora