En el interior de un cantar navideño siempre se han oído lamentos gelidos.
Un ser mitológico con aspecto de mujer, nació en la luz de una vidriera en las ruinas de una iglesia gótica, se podría decir que estaba a punto de ser considerada algo bello.
Deambulaba en su vestido largo de seda color lila derramando lágrimas silenciosas escuchando cantares nostálgicos medievales.
Simplemente era un ser triste que buscaba sin cesar la definición correcta del amor y con ella su hechizo.
Las esencias frutales vagaban por las diferentes cámaras de la iglesia peinando sus cabellos mágicos de oro.
Era la verdadera Bella Durmiente que no esperaba ser rescatada por ningun principe, simplemente ser encontrada por la mujer con la que había soñado siempre.
Para ello, se sometia en la fantasía que Morfeo le brindaba cada noche de luna de sangre. Y al encontrarse con ella, volaba tan alto que no sentía la energía de lo terrenal.
Estaba sumida en algo que no sabía si llamarlo realidad o paraíso eterno.
En primavera nadaban en un lago teñido de rosa por las flores terapéuticas que caían sobre el. La desnudez de su pieles brillaban y rejuvenecían después de estos baños.
Daban paseos a caballo a lo largo de carreteras desiertas con apariencias de cráteres donde solo quedaban almas muertas de años atrás, de vez en cuando se detenían y se besaban en algún acantilado, mostrando la admiración que sentían.
En verano, paseaban cuando el sol se iba por la ciudad derruida de Pompeya y se daban de comer fruta una a la otra, sobretodo granada.
El eclipse lunar como siempre ocurre, daría por finalizado y a saber cuándo, se volvería a encontrar con la mujer de sus sueños, se recostaría de nuevo en sus penas y en la melancolía que sentía y dormiría y lloraría para recordar en sus sueños y en sus cantares todo lo que la amaba.