Una canción de ''The Marias'' sonaba en aquella cafetería aesthetic donde las niñas de 12 años iban a sacarse fotos para darle otro rollo a su Instagram.
Me sentía una veterana con todo lo que suponía las vivencias de la vida, pero en realidad no tenía ni idea de nada.
Mi té verde con limón ardía de tal manera que el vapor del propio generaba una leve humedad en mi rostro, me sentía obligada a tomarlo cuanto antes, por miedo de que repentinamente se enfriase y ya no lo pudiera beber.
Me encontraba sola, escribiendo sobre mi primer amor el cual me hizo sentirme más viva que nunca pero resultó ser un amor fallido. También escribía sobre muchos otros, prediciendo los, mientras el tintineo de gotas de lluvia avergonzadas hacían sonar en la cristalera de aquella cafetería bien cuca.
Últimamente vagaba triste por la ciudad. Muchas veces me quedaba atónita frente al televisor contemplando los anuncios publicitarios y su bajo nivel de persuasión hacia el espectador. Otras veces, me limitaba a quedarme en casa, preparaba una cena para dos y encendía unas velas, como si estuviera apunto de tener una cita. La cita siempre la acababa pasando conmigo misma, porque al final nadie tocaba el timbre, por que la realidad era que no esperaba a nadie. Y otras muchas veces hacia maratón de clips vintage, hasta quedar sumida en un sueño placentero y completamente reparador.
Cuando nada de esto me calmaba , simplemente tomaba rumbo hacia la cafetería: Noche estrellada en la nostalgia.
Allí pasaba horas y horas observando a cada persona que entraba en aquel antro atónito por la propia decoración (para qué engañarnos el sitio su encanto tenía).
Yo me limitaba a escuchar música, observar, leer y escribir. De vez en cuando intentaba adivinar las ideologías políticas y los gustos musicales de cada persona que pasaba el umbral de la puerta, simplemente prestando ligera atención a sus vestimentas y la manera en la que se defendían en el propio espacio, fijando me si utilizaban algún gesto inconsciente al pedir lo que querían consumir o cómo sacaban la cartera para pagar.
Una mañana de invierno, cuando ya desde entonces transitaba esta cafetería más a menudo, sentí en mi costillar la necesidad de tener una identidad completamente diferente cuando me sentía triste. Algo se encendía y se apagaba en mi al mismo tiempo, y todo lucía en una tonalidad diferente, en una escala de grises que de vez en cuando juraría que brillaba. Toda mi percepción sobre los elementos terrenales cambiaban y parecían más oscuros que antes, pero a su vez llenos de gracia.
Cuando alguna persona avergonzada quería saber mi nombre por pura necesidad repentina, siempre era Jimena, aunque ese no fuera mi nombre verdadero. Por que cuando me sentía triste, sentía que mi verdadera identidad tenía un nombre, y ese era Jimena. Yo para ellos siempre fui Jimena, para ''Noche estrellada en la nostalgia'', siempre lo fui. Para los tés verdes con limón también, para la lluvia de las tardes-noches de mi tristeza que amenazaba sobre la cristalera también, para las niñas de 12 años, era Jimena.
Excepto para mi.