El agua de las termas traian calma, por su leve movimiento, al caluroso ambiente producido por la condensación.
El sonido de las cuerdas de un harpa llenaba el lugar, y plantas colganderas descendían del techo en espiral y entrelazándose entre ellas, sumidas en un pasodoble o en un tango argentino.
Las mujeres introducían sus cuerpos voluminosos y llenos de gracia en las aguas de la juventud, las que rejuvenecen almas y sanan penas, convirtiéndolas en ilusiones joviales.
No se sabía la procedencia de este agua, la leyenda dice que procede de las lágrimas agrias de una sirena que siempre quiso ser bailarina, pero por su anatomía nunca pudo ser lo que anhelaba.
Una sirena triste que no consiguió enamorar a ningún náufrago por su voz y en general por los encantos que le otorgaba haber nacido un ser fantástico.
Finalmente, en una noche de desesperación y de truenos violetas, cortó su extremidad.
Se dice que las aguas termales brillan cuando ella baila, gira y se eleva sobre su esencia marina. Cuando esto ocurre, la sirena promete al cuerpo y alma que esté introducido en sus aguas, la vida eterna.