La noche lucía oscura, a pesar de los focos de los coches que marcaban caminos. Se podría decir que era una ciudad Italiana, exactamente Roma.
En el puente del castillo de Sant' Angelo, los artistas promocionaban su arte, los drogadictos hablaban con gatos negros imaginarios y los enamorados paseaban agarrados de la mano. De vez en cuando se oía alguna musiquilla de algún señor que transmitía su tristeza con el roce del arco de su violín, y contaba la historia de su vida.
Se veía fumando a desesperanzados, al borde del río Tíber, en busca de inspiración en el correr del agua y en busca de bendición en la cúpula de San Pedro.
Aunque fuera un sitio Santo y lleno de fe, los prostíbulos se escondían entre Padres Nuestros y Aves Marías. Y si, ahí estaban.
Eran notorios al pasar, por el olor que desprendían los jadeos desconsolados y contenidos de los Romanos.
Sabías que algo estaba ocurriendo cuando la luna se teñía de color rojo oscuro y proyectaba su luz sobre la ciudad, y Roma, por un momento dejaba de ser emblemática por todo por lo que era conocida.
De un momento a otro se transformaba en la ciudad del pecado y del mal. Donde todo el arte se transformaba, a algo más duro y más difícil de percibir.