1 "Ginebra."

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Buscando en un mar de ginebra, una playa en la que encallar.




La matrícula de medicina en la mejor universidad costaba la millonada de dinero, eso me reducía mucho a mis pequeñas o grandes aspiraciones. Aunque papá, fuese dueño de un prestigioso despacho de abogados los mejores del país, apenas y alcanzaba para dos colegiaturas, por eso he mi deber de trabajar con él, con tres hermanos más a quien mantener, se volvía un día a vuelta de rueda. Inicio mis clases en un mes, lo que gano será para mis gastos, material que se yo.

Aunque se me hace una patada en el culo, pero no había de otra, no podía echarme para atrás, estando a mitad de la carrera, un gran paso para la edad adulta.

—¿Gin, alguna llamada? —mi padre de cuarenta años, llegaba a su oficina.

Como un mismo ritual cada mañana, traje diferente, de mirada fría y hostil, llegando con su café, a lado de su socio, cada mañana uno diferente, o quizás algún cliente.

—Esta vez ninguna, señor. — en trabajo no debía llamarle padre.

Eso para tratarme a uno más de sus empleados, siempre derecho en que no haya distinción alguna.

Realiza un gruñido desagradable al mirar su móvil, y sé perfectamente que es mi madre pidiendo su dinero como cada mes, y siempre maldiciendo su acto.

Yo continuo con lo mío, coloco los auriculares, con una música de fondo de los The Beatles, para trabajar en el Excel con una lista de la A la Z por cada cliente, es una tortura, entretenido pero es una barbaridad. A cada cliente se le asigna una numeración, esto por si en algún futuro vuelve a necesitar un abogado, se busca su número, en base a eso, es fácil para el abogado si puede fiarse de la persona.

Al recordar que casi son las diez de la mañana, tengo que avisar a mi padre, que es hora de su junta, una junta en la cual se reúnen cinco de sus mejores abogados, para otorgar avances de los casos de la semana.

Y antes de que toque a su puerta, mi padre sale, me lanza una mirada de "es hora" siempre tomo nota por si alguna vez necesito de leyes, o para mis amigos, la verdad que siempre es necesario, y además el conocer tus derechos como ciudadano.

En la sala de junta ya hacen tres abogados, dos de los cuales me llevo muy bien a pesar de que me llevan algunos años, una chica abogada, quien es muy reservada, pero agradable, mi padre y alguien más que no identifico, pero que no presto mucha atención.

—Esta semana nos ha llegado a nuestras manos, el caso de Minerva de la Paz, madre soltera de dos niños, quien le exige al papá de ellos manutención. — habla uno de ellos.

—¿Y por qué no simplemente le hablan al padre? — pregunto.

Cuando es lo más fácil del mundo, una llamadita del despacho, y al tipo se le caen los calzones para hacerse responsable.

Ríe el tipo desconocido frente a mí, ¿Qué le causa gracia menudo hombre?

—Mi niña, el hombre es casado, y su mujer no tiene ni idea que su esposo procreo en alguien más. — espeta mi padre.

Mi cara sonrojada ahora es un puto poema de expresión.

—Sabemos por Minerva que es un hombre poderoso, entonces debemos actuar como si se tratase de nosotros. Una notificación bajita la mano, por correo electrónico, sino responde vamos por medidas drásticas, otro citatorio hasta su trabajo o casa, y en caso, en caso que de verdad ignore todo esto, yo personalmente me encargo de ir hasta su casa. — con voz sonante y segura el hombre desconocido ha tomado la palabra.

Se acomoda en su asiento, para cruzar sus trabajadas piernas, que venga esta para comerse, pero se nota que le tira a la edad de mi padre, y eso si que conmigo no va.

—El abogado Cavill tiene la razón, son tres ultimátum que debemos tomar, son tres oportunidades que el señor tiene, y debemos responder con la mejor atención a nuestra clienta. —

Mientras mi mente divaga, con el tipo que ahora sé su apellido "Cavill" y la magia de sus entre piernas, que se hace notoria al menos conmigo pero que él por su cuenta no ha notado. Atento esta a las palabras de mi padre, quien murmura.

­—¡Ginebra! — enojado me saca de mis pensamientos.

—¿Si? — habló con toda la pena del mundo, bendito los dioses que me hicieron.

—Te encargarás de mandar el citatorio por correo, el abogado Cavill, te dictará lo que deberá llevar, sean cuidadosos tenemos que ser sutiles, a decir verdad la señora Minerva, debió pensarle antes de meterse con un casado, pero no es de nuestra incumbencia, le prometimos que él padre de esos niños responderían, y así será. —

Se da por concluida la junta, aunque se haya tratado un caso, yo acomodo mis cosas, mientras mi padre sigue hablando con aquel hombre, a quien por más que disimule sus ojos electrizantes me hacen verle.

—Una pregunta señor. — los interrumpo, mientras mi padre me pone atención, él otro vuelve a su móvil. —Soy tu secretaria, no tu mensajera, ¿Por qué no le pides a quien lleva este caso que escriba ese email? — espeto enojada.

Mi padre resopla, lo malo de convivir es que ambos tenemos un carácter del culo, lo cual se vuelve insoportable y divertido, a veces.

—Yo soy quien lleva ese caso señorita, lamento que su jefe le haya otorgado un papel que no le corresponde, no tengo ningún problema en hacerlo por mi cuenta, yo puedo enviarlo Max, no tengo inconveniente. — mi padre ahora parece estar molesto, ya sé que nada me costaba.

Pero tampoco estoy para hacer lo que alguien si puede hacer.

—Ginebra discúlpate. — con gran molestia mi padre habla.

Pero me pasa por ser tan impertinente, al ver que no digo ni una sola palabra, somos interrumpidos por una llamada a mi padre, rápidamente sale de su despacho. Para quedarme con este tipo quien es lo doble de alto que yo, y eso que soy de estatura promedio, pero él es un grandote a quien se le dio leche de la que sea con tal de crecer.

—Así que te llamas Ginebra, lindo nombre. — solo eso me ha provocado nerviosismo.

—Es... es la bebida favorita de mi padre, no podría llamarme Ron o Whisky. — le hago reír.

La verdad que estar solos ahora si me provoca nervio en mi interior, su traje parece mandado a hacer, sus labios carnosos, de un color esplendido, y sus ojos hacen que moje mi ropa interior de tan solo imaginarlo sobre mí, en el escritorio.

—¿Segura que quieres que yo escriba ese email? — se acerca más cuando hace esa pregunta. Cuando yo camino hacia atrás hasta que choco, en la pared.

—No tengo ningún problema, en... en escribirlo yo señor. — nerviosa, le miro a los ojos, para saber sino estoy soñando con semejante semental.

Coloca sus manos sobre mi mentón para seguir aludiendo.

—¡Así me gustan, obedientes como tú, Ginebra! — 

SUGGAR DADDYWhere stories live. Discover now