Capítulo 2: La calma antes de la tormenta.

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Raimundo Pedrosa parpadeó un par de veces, conmocionado. Se encontraba agazapado en uno de los pocos pedestales que quedaron en pie tras el terremoto. Su mano izquierda se sujetaba a la esquina de la estructura, mientras la derecha cumplía una función similar, reteniendo a su compañera de equipo.

De esto último ni siquiera parecía ser consiente. Después de haber conseguido evitar la caída de Kimiko, el brasileño la había acercado a él de forma instintiva, en un escueto intento por protegerla de cualquier peligro. La chica por su parte no mostró ninguna intención de separase, por el contrario, se aferró a las ropas del joven aumentando más su cercanía.

Debajo de ellos dos, los demás presentes también estaban desconcertados por lo sucedido. Clay y Omi voltearon a verse buscando respuestas, pero al notar que estaban con la misma incertidumbre, redirigieron su atención al maestro Fung, el cual parecía estar más serio que alterado.

—¿Qué acaba de pasar? —preguntó finalmente el futuro dragón de la tierra, rompiendo el silencio.

—No tengo idea amigo, Clay —respondió el pequeño monje —. Esto me ha dejado con el ojo abierto.

—Querrás decir con la boca abierta.

—Lo que sea.

—Por cierto ¿Dónde están Raimundo y Kimiko? —Cambió de tema el vaquero, reacomodándose el sombrero — ¿Siguen arriba de las plataformas?

El pequeño se encogió de hombros sin una respuesta que ofrecer, caminando hacia los pedestales.

—¡Raimundo, Kimiko! —gritó —. ¡¿Están allá arriba?!

Los dos mencionados al escuchar a Omi, lograron salir del trance en el que se hallaban. De inmediato, las mejillas de los aludidos se colorearon al darse cuenta en la posición en la que estaban. La oriental alejó un poco al castaño, reincorporándose el chico, ofreciéndole posteriormente una mano a su compañera.

La japonesa aceptó la ayuda, todavía bastante apenada. Era consciente de que mantuvo abrazado a Raimundo como una niña pequeña sujeta su oso de peluche favorito durante una fuerte tormenta nocturna.

—Deberíamos reunirnos con los demás —sugirió el brasileño, intentando romper el molesto silencio que se había colocado entre ellos. La muchacha asintió.

Los dos guerreros Xiaolin descendieron con cuidado, evitando los enormes pedazos de roca hundidos en el estanque, uniéndose con sus compañeros en la parte baja de la zona de entrenamiento.

—Me alegra verlos a salvo —comentó Clay.

—Tardaron mucho en bajar ¿Qué estaba pasando allá arriba? —cuestionó con sincera curiosidad Omi.

—Nada —respondieron ambos al unísono, volteándose a ver, recuperando en el proceso un poco del color escarlata en las mejillas. El texano no pudo evitar reírse al observarlos.

Raimundo creyendo que el pequeño monje no se conformaría con esa respuesta, se decidió a cambiar de inmediato el tema principal de conversación. Se dirigió hacia su tutor, en busca de cumplir ese objetivo y obtener más respuestas sobre lo sucedido.

—Maestro Fung —habló el castaño al estar a su lado — ¿Qué acaba de pasar?

El hombre se quedó en silencio durante un breve periodo de tiempo, analizando la cuestión que le planteaba su estudiante, siendo en ese momento el centro de todas las miradas. Al final colocó su atención en el líder del equipo, dando una pequeña resolución que no terminó por complacerlo.

—No tengo una respuesta que ofrecerte mi joven aprendiz. Pero puedes estar seguro que te responderé al tener más información—aseguró, dándose media vuelta rumbo al templo —. Por ahora suspenderemos este último combate, continúen con sus demás tareas.

Duelo Xiaolin: La Leyenda De Heylin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora