Cegado por una curiosidad morbosa, esa misma que nos hace mirar entre los dedos cuando vemos una película de miedo, hizo que su cuerpo avanzara hasta el ataúd que sobresalía del montón de tierra. Miró la tapa, estaba prácticamente nueva y con sumo cuidado levantó la parte superior para no hacer daño a la pieza de madera. Un grito ensordecedor salió de sus labios, dejándolo casi sin aliento, al encontrarse dentro del ataúd, su propio rostro.