Monstruos

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- No deben haber monstruos- repetía esa frase sin cesar hasta su último aliento....

Elizabeth era una niña cómo cualquier otra, bueno, no era tan común, a la temprana edad de 3 años le diagnosticaron esquizofrenia, está enfermedad provocaba que la niña tuviera "ataques" cada cierto tiempo, se agredía a sí misma y a los demás si no se tomaba su medicina.

Por suerte esto no fue un impedimento para que ella creciera en una familia amorosa. Su padre era profesor en la universidad, su madre era escritora y tenía dos hermanos gemelos 8 años mayores que ella.

Todo en su vida era color de rosa, pero el destino a veces puede ser cruel y torserlo todo en un segundo.

Un segundo fue lo que bastó para que su madre muriera en un accidente de coche cuando Elizabeth tenía 5 años.

Su padre y sus hermanos quedaron devastados, y ella trataba siempre de animarlos y sacarles una sonrisa.

Después de ese accidente su padre no volvió a ser el mismo, cada noche le leía cuentos de miedo a su pequeña hija y le repetía una y otra vez.

- "Los monstruos reales dan más miedo que estos"- Elizabeth no entendía muy bien pero eso bastaba para dormir aterrorizada.

Cada noche su padre acompañaba su cena de una lata de cerveza, decía que lo ayudaba a superar lo de mamá y eso se fue convirtiendo en un hábito cada vez mayor.

Elizabeth aún recordaba esa noche con espantosa claridad.

Ella junto a sus hermanos esperaban a su padre, pero este no llegó hasta pasadas las 3 de la mañana.

Llegó balbuceando obcenidades, tambaleándose hacia los lados y apestando a alcohol.

Eli estaba feliz de ver que estuviera a salvo pero el rostro de sus hermanos era diferente, se veían preocupados.

Al intentar hablar con él, su padre toma ambos gemelos por el cuello y los levanta unos centímetros del suelo dejándolos sin respirar.

Eli estaba petrificada, solo podía mirar y llorar.

Cuando la cara de ambos chicos comenzó a ponerse morada los dejó caer al suelo y luego comenzó a patear a ambos.

- Basta papá- gritó la pequeña niña al ver que sus hermanos se retorcían de dolor.

Su padre se acercó a ella como un toro enfurecido y tal bofetada fue la que recibió Elizabeth que tuvo que limpiarse con su propio pijama la sangre que salía de su nariz.

Esa noche Eli recibió más golpes y sus hermanos también y para cuándo su padre cayó rendido por la resaca, la pequeña niña de 5 años se escondió bajo su cama y no salió en todo el día.

Su papá se había convertido en eso que él decía, "un monstruo real".

Aquel día marcó el comienzo del infierno que viviría Elizabeth, cada noche su padre volvía borracho y descargaba toda su ira en sus tres hijos.

Todo empeoró cuando uno de los gemelos intentó defenderse, hasta ahora su padre solo los había golpeado con sus manos, pero ese día tomó su bastón para estrellarlo en la cabeza de su hijo, mandándolo un mes entero al hospital usando como excusa que se había caído por las escaleras.

Elizabeth vivía con miedo, pero que podía hacer ella -nada- contestó una de las voces en su cabeza que desde aquel día se habían vuelto más amigables y habladoras.

De ese modo Elizabeth creció, vivió 15 años de agonía con un padre alcohólico, pero pensaba -nada puede ser peor-

Siempre se puede estar peor.

Eli llegaba a casa de la escuela todas las tardes esperando ver a su padre sentado en el sofá tomando una gaseosa y comiendo pizza con sus hermanos, como las familias que salían en la televisión, pero ese día se encontró algo peor.

Sus dos hermanos de ahora 23 años estaban peleándose entre ellos.

Cuando intento separarlos sintió la oeste a alcohol que tanto había llegado a odiar.

No podía creer que sus hermanos cayeran en el mismo abismo que su padre.

Intentó ayudarlos pero estaban fuera de sí mismo, no respondían a razones, como monstruos.

Elizabeth era una niña de 15 años, bastante guapa, y con un cuerpo delgado pero hermoso.

Dentro de su estado de ebriedad, aquellos hombres no podían distinguir que aquella era su hermana.

Entre los dos lograron tumbar en el suelo e inmovilizarla, por más que gritó no sirvió de nada.

Elizabeth con lágrimas en los ojos sintió cada detalle, como arrancaban su ropa, como tocaban su cuerpo, y como sus dos hermanos la violaron.

Luego de eso se encerró en su habitación, se negó a salir de ahí por miedo y vergüenza, vivía con monstruos, y no podía cambiar eso.

Elizabeth solo salía de la habitación en las noches para beber agua y hacer sus necesidades.

Su cuerpo delgado se fue consumiendo y su rostro ya no era el de una niña de 15 años, sino el mismísimo rostro de la muerte.

- No pueden haber monstruos, no puede haber monstruos- le repetían las voces en su cabeza.

Estaba teniendo un "ataque" lo sabía.

Salió a la cocina a buscar su medicina y se encontró a su padre en su normal estado de borrachera dispuesto a golpearla.

Algo se apoderó de ella, algo oscuro y siniestro.

Tomó el cuchillo de la cocina y lo encajó en su abdomen.

Sintió el grito de su padre, no muy diferente al de sus hermanos aquella primera noche.

- No pueden haber monstruos- se repetía aquel mantra.

Volvió a encajar el cuchillo, una y otra vez.

25 moretones había dejado su padre en su cuerpo aquella noche, 25 veces clavó aquel cuchillo en el cuerpo de su padre.

No sintió remordimiento alguno, mientras el cuerpo de su padre se retorcía bajo sus pies.

Recogió nuevamente el cuchillo empapado en sangre y susurró.

- No deben haber monstruos-

Poseída por la misma fuerza que antes caminó hacia la habitación de sus hermanos donde ambos dormían.

Clavó en cuchillo en las piernas de ambos para evitar que pudieran huir.

Comenzaron a gritar, a pedirle que se detuviera y que no lo hiciera.

¿Acaso ellos se detuvieron cuando ella se los pidió? No.

- No debe haber monstruos- dijo antes de comenzar a apuñalar a uno de los gemelos.

Disfrutó torturarlos, asesinar a uno de ellos mientras su otro hermano miraba sin poder hacer nada.

Le rogó, le imploró que se detuviera, pero Eli simplemente besó su frente y le dijo.

- No deben haber monstruos- dejó caer la cabeza de su hermano al suelo y volvió a su habitación con el cuchillo en las manos y llena de sangre.

Se miró frente al espejo, había asesinado a los monstruos, a su familia.

- No deben haber monstruos- le dijo la voz de su cabeza que ahora se había materializado en una sombra a su lado, Elizabeth asintió.

Con un movimiento secó y duro deslizó el cuchillo por su propia garganta cayendo al suelo desangrándose.

Sonrió y susurró con su último aliento.

- No deben haber monstruos.

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