La mariposa revoloteaba sobre una joven de cabello rubio, yo era la mariposa, yo era la joven. Era las dos y a la vez ninguna. Mi ser parecía fundirse en aquella imagen. Y entonces comencé a recordar.
En mis últimos días de vida ya no tenía fuerzas para levantarme. Estaba tendida sobre una cama blanca, en una clínica, cuidada por doctores y enfermeras a los que veía desde una bruma, a los que oía como si hablaran muy lejos de mí. Una vez me pareció ver a una mariposa roja entrando por la ventana. Mi madre, tomando mi mano con fuerza me mostraba una expresión preocupada y me recordaba esos tiempos cuando sólo era una niña, en cama por un resfriado, ella me miraba con aquel mismo rostro.
Y entonces recordaba el sabor de la leche de chocolate caliente que tomábamos al desayuno cuando nos despertábamos tarde el fin de semana. Recordaba mi habitación llena de muñecas con los cabellos revueltos y las ropas tiradas por el piso. Recordaba las teclas de un piano bajo mis dedos, cuando intentaba aprender a tocarlo en la vieja sala de música del colegio. Invadida por una repentina nostalgia quería llorar. Yo sabía que el semestre ya había comenzado, pero estaba bien ¿no? iría después a la Universidad, cuando sanara. No necesitaba evocar recuerdos del pasado, no necesitaba llorar.
Estaba tan asustada, me asustaba el médico cuando meneaba la cabeza, apesadumbrado, hacia la enfermera, creyendo que yo no lo veía. Me asustaban las palabras cariñosas de mi madre y las miradas condescendientes de los parientes que aparecían de vez en cuando para quedarse a mi lado un ratito. Yo no iba a salir de ahí, no con vida, me daba cuento de ello.
Pero yo era también la mariposa roja, una mariposa que había deseado cometer un crimen. Los recuerdos se volvían difusos en ese punto. Recuerdos vagos de volar entre un plano y otro de la vida y la muerte, con alas traslúcidas. Yo no era una mariposa viva, era el fantasma de una mariposa, sin color y sin consciencia de un yo auténtico ¿Cuándo fue que yo, como mariposa, comencé a sentir que era un ser por si mismo? No lo recuerdo. Pero sí recuerdo mis alas fantasmales volverse rojas cuando probé el sabor de la sangre por primera vez.
En algún punto entre lo real y lo irreal, sobrevolé un campo de calabazas rojas en el jardín de la casa de una bruja. La bruja me recibía, sabía que yo era un fantasma, me veía y me dejaba posarme en sus calabazas. Y sus calabazas eran espantosas, con rostros tallados que expresaban angustia, la angustia de la muerte. Yo bebía de las calabazas un sabor amargo ¿Qué clase de hechizo tenían esas calabazas? No lo sé. Pero estaban llenas de sangre humana ¿Qué ritos macabros se llevaban a cabo en aquel jardín? Quizá lo supe, quizá no. La vaga imagen de aquella bruja, una criatura siniestra de cabellos rojos, danzando en su macabro jardín de la muerte recorre mis sueños. La mariposa que fui deseó entonces convertirse en humana, como aquella bruja. Ella desplegaba unas alas rojas, de mariposa, como las mías, las desplegaba desde su espalda y volaba, y cantaba. Su voz aguda era espeluznante.
Pese al terror que podía provocar yo la amaba, amaba posarme en sus manos y observar sus ojos, que eran rojos. Ella era una mariposa como yo, pero era una mariposa convertida en humana. Ella podía tocarme con sus dedos delgados, podía hablar en un lenguaje misterioso. Ella podía hacer cosas que una mariposa jamás podría, sentir y pensar y vivir cosas que sólo un humano puede vivir. Y eso era lo que yo deseaba. Se lo expresaba, pero la bruja me miraba con tristeza.
Me hablaba del pecado, del crimen, del horror. Me hablaba de sabores amargos y de la pérdida absoluta de la identidad. Pero en cierta ocasión, rendida al darse cuenta de que ninguna de sus palabras podía disuadirme en mis deseos, me dejó sola. Me advirtió que, si nos volvíamos a ver, yo ya no existiría.
Sin embargo esas advertencias no me importaron cuando empecé a acechar a la bella joven de ojos celestes. Nada me importó cuando me colaba por su ventana mientras ella dormía. Mi naturaleza inmaterial me permitía atravesar su piel, fortalecida por haberme alimentado ya antes de sangre humana. Podía succionar su sangre. Le causé una leve herida al hacerlo, algo así como un pinchazo. Las primeras noches apenas bebí. Las siguientes tenía fuerzas para beber más y más.
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El Sueño de la Mariposa
VampirosSoñando con una mariposa, despierta sintiendo el sabor de la sangre "¿quién o qué soy yo? se pregunta entonces la protagonista de este relato macabro , atormentada por extraños sueños y una sed insaciable.