Vykiel

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Llegamos a Enklard al día siguiente por la noche, y lo primero que hicimos fue dirigirnos hacia la posada. Markyria tuvo que vender una de sus piedras preciosas para pagar la comida y el alojamiento, pero lo hizo de buena gana, pese a seguir deprimida por lo ocurrido a las puertas de Kratia.

- Estoy cansada, me voy a dormir. - anunció antes de subir a la habitación.

- ¿Quieres que te acompañe? - me ofrecí.

- No, gracias.

Empezó a subir las escaleras como si cada peldaño requiriese un gran esfuerzo.

Poco después, el posadero trajo la comida y las bebidas que habíamos pedido. Olía de maravilla y entonces fui verdaderamente consciente de lo hambriento que estaba. Y no fui el único: Diemen se lanzó sobre la comida como si no hubiese un mañana y Svar se comía las alitas de pollo de dos en dos (no me sorprendería que se hubiese tragado algún hueso). Sin embargo, Kaerva cogió su plato y el de Markyria y se puso en pie:

- Creo que iré a llevarle su comida y a hacerle compañía. A lo mejor bajo en un rato.

Asentimos. La verdad es que me tranquilizó bastante que Kaerva fuese a verla. Markyria lo que necesitaba en aquel momento era una amiga, y Kaerva parecía una buena opción ya que era paciente y cariñosa con ella.

Fuera había comenzado a llover. Me preocupé por todos aquellos que habían perdido su hogar y que, tras ser rechazados en Kratia, habían llegado a Enklard. No muchos lo habían conseguido, pero en el pueblo se les trataba con el mismo desprecio que en la ciudad. De hecho, a nosotros mismos nos habían intentado echar hasta que Markyria enseñó una de las esmeraldas que llevaba encima el día del naufragio.

- Buenas noches.

Un hombre mayor, de unos setenta años, se sentó a nuestro lado. Tenía el pelo canoso y estaba bastante delgado. En su mano llevaba una baraja.

- ¿Alguno de estos caballeros estaría interesado en jugar conmigo una partida de delreón?

Diemen sonrió. Se notaba que echaba de menos una buena partida.

- Yo mismo.

- Estupendo. - sonrió el hombre mayor - ¿Qué le parece que, para hacer más interesante la partida, si gana se lleva mis ocho goudens? Pero si pierde, me quedaré con su espada.

- Me parece bien.

La espada de Diemen valía mucho más que ocho goudens, sobre todo ahora que sabíamos que su acero podía matar demonios. Tenía que estar muy seguro de sí mismo para jugársela así.

- ¿Me deja verla?

Diemen sacó la espada de su vaina blanca y la colocó sobre la mesa. Yo no entendía para qué un viejo querría una espada como aquella.

El hombre la examinó desde la empuñadura hasta la punta y después acarició su hoja, repasando la inscripción en ella.

- "Hacer temblar la tierra". - suspiró el hombre - El lema de los Brokvar. Estaba seguro de que no me equivocaba. Es... fascinante. ¿Cómo la consiguió?

- Me la dio un Brokvar.

- Los Brokvar siempre fueron generosos en sus regalos. - dijo el viejo - Yo serví a su casa un tiempo, ¿saben? Aigh, los Brokvar, una casa caída en el olvido. Son pocos los que, como yo, conocemos su historia, la historia de una casa antaño grande y poderosa condenada a la decadencia.

Diemen se puso tenso y miró hacia las escaleras por donde habían subido Markyria y Kaerva. Luego, agachó la vista. Sabía que era por miedo a ser reconocido, ya que no se ve una persona con heterocromía todos los días, y menos que lleve una espada de los Brokvar. Si ese hombre había servido en su casa, era fácil que lo descubriese. Me pregunté si alguna vez Kaerva habría cambiado el color de sus ojos, como hacía con Svar.

Ithir Aeman (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora