Capítulo 2: ¡Cuánto tiempo!

576 43 2
                                    

Un rayo de sol que se filtraba por la ventana redonda iluminó la cara de Heidi. Ésta pestañeó y bostezó mientras se revolvía un poco más con la manta. Pero poco le duró el sueño, porque de repente se acordó.

– ¡Pedro! – gritó y al levantarse de golpe perdió el equilibrio y se cayó de la cama – ¡Ay! ¡Qué daño!

Al incorporarse se frotaba la espalda para calmar el dolor, se había pegado un buen golpe que había resonado en el suelo de madera. Sin previo aviso, Heidi notó bajo sus pies como alguien golpeaba la madera desde abajo.

– ¡Heidi! ¿Se puede saber que haces? ¡Vístete pronto! ¡Pedro llegará enseguida! ¡Y te recuerdo que ya eres una señorita como para bajar en camisón!
– ¡Sí! ¡Ya voy, abuelito! – chillaba Heidi mientras se ponía el vestido más sencillo que tenía.

Cuando bajó pudo comprobar que aún no había llegado Pedro y que su abuelo todavía se estaba poniendo las botas. Heidi se ofreció a preparar el desayuno pero el abuelo dijo que ya había desayunado un tazón de leche.

– Tardaré un rato en volver. Prepárate el desayuno, te he guardado queso en el cajón de al lado de la chimenea. – cogió el hacha y se arregló la camisa – Bueno, iré a cortar troncos. ¡Adiós! – abrió la puerta y se fue.

Heidi se calentó un tazón de leche y empezó a prepararse una tostada con queso. Estaba inmersa en sus pensamientos cuando escuchó una voz grave que llamaba desde lejos.

– ¡¡¡Viejo!!! ¿¿Donde demonios estás?? Aquí falta la mitad del reba... – la puerta se abrió de par en par y al ver a Heidi ahogó su alarido – ¿Heidi?
– ¿¿Pedro?? – dijo eufórica al reconocer a su amigo de infancia; aunque había cambiado bastante.

Ahora estaba ante un chico de diecinueve años, de complexión delgada y buen músculo en los brazos, además de sacarle una cabeza a Heidi, pero su pelo castaño seguía revuelto como entonces y sus ojos brillaban con la misma felicidad que cuando jugaba con ella. Heidi pudo comprobar que Pedro también estaba observando como ella también había crecido y un leve rubor cruzó por sus mejillas cuando Pedro examinó todas sus curvas. Pero Heidi recuperó enseguida el ánimo, dejó lo que estaba preparando y fue corriendo a darle un fuerte abrazo a Pedro, a quién le costó reaccionar cuando ya la tenía encima, pero no se amedrentó y la estrechó entre sus brazos. Heidi sentía la calidez del muchacho en contacto con su pecho y su aliento sobre el cabello. No sabría decir cuantos minutos pasaron abrazados, pero a ambos les pareció muy poco tiempo.

– Heidi... – susurró Pedro disfrutando de un abrazo que había esperado durante tanto tiempo.

Sin embargo, Heidi se separó un poco de él y le cogió de las manos.

– ¡Has crecido mucho, Pedro! – exclamó con una sonrisa de oreja a oreja, un poco azorada todavía por aquel tierno abrazo.
-Tú también has crecido, – se alejó un poco de ella sin soltarla de la mano para mirarla bien – ¡y además estás muy guapa!

Sonrió todavía más aunque con las mejillas sonrosadas mientras volvía a preparar lo que le quedaba de desayuno. Pedro miraba a Heidi con ternura. Realmente la había echado de menos, sobre todo cuando iban juntos a jugar al prado mientras las cabras pastaban a su alrededor. Se sentó en una silla y siguió observándola, ahora con curiosidad, desde su hermoso pelo negro pasando por sus pechos, su cadera y sus largas piernas blancas... Pedro sintió que le latía un poco más deprisa el corazón y para no prestarle atención le preguntó:

– ¿Dónde está el viejo?
– Se ha ido a cortar leña para el fuego. – Heidi ya había terminado y se sentaba frente a Pedro – ¿Para qué le querías?
– Es que he salido y he visto sólo a la mitad del rebaño con Niebla.
– No te preocupes, el resto está detrás de la casa.

Heidi acabó con el queso y tomó el tazón para beber su leche. Mientras lo hacía se extendió un silencio incómodo entre los dos; tanto tiempo y nada que decir resultaba extraño.

– Oye, Heidi, – se le ocurrió de repente a Pedro – ¿nos acompañas a mí y a las cabras?

Heidi no se lo esperaba pero no se sorprendió al oír aquello, lo había echo tantas veces... que ahora le resultaba absolutamente normal.

– Pues claro. – contestó, terminándose el tazón – ¡Eso nunca te lo he negado!

Pedro sonrío para sí, se levantaron ambos de las sillas y al salir vieron que volvía el abuelo con unos maderos al hombro.

– ¡Ey! ¡Viejo! ¡Me llevo a las cabras! ¡Y a Heidi también! – gritó Pedro entusiasmado.
– ¡Lo primero se dice buenos días, general! – luego cuando llegó donde estaban se dirigió a Heidi – ¿Te vas con él?
– Sí, abuelito, ¡la pradera me sentará bien!
– ¡Pues hala! ¡Iros ya! No os canséis mucho...
– ¡Adiós, abuelito! – gritó Heidi ya desde lejos.

El abuelo entró en casa y mientras descargaba los maderos, vio como se alejaban los dos juntos con las cabras hacia la montaña.

HEIDI: "Aprender a crecer"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora