Jonás corría ladera arriba todo lo que le daban de sí sus piernas. Un par de aldeanos más le seguían en su cruzada. La lluvia no remitía y se había formado un gran barrizal hasta la cabaña del Viejo de los Alpes, las gotas de lluvia que se colaban entre sus pestañas le impedían una buena visión, parecía que no iba a llegar nunca. A lo lejos vio la luz de las ventanas.
Empapado en sudor, agua y barro, Jonas aporreó la puerta de madera con todas sus fuerzas.
– ¡¡Abre, viejo!! ¡¡Tienes que bajar al pueblo!! ¡¡Abre!!
La puerta se abrió de par en par, Pedro estaba en calzoncillos y, detrás de él, una tímida Heidi se colocaba el último tirante del vestido.
– Jonás, ¿qué coño pasa para que vengas aquí a estas horas?
Jonás miró a Pedro, luego a Heidi, luego los aldeanos miraron a ambos a jóvenes. Pedro miró asustado a Heidi, pero Heidi no entendía nada. Jonás salió de su perplejidad y dijo:
– ¡Pedro, tienes que venir ya! ¡La carpintería está ardiendo!
– ¿¿Qué??
En una rápida carrera, Pedro cogió su ropa húmeda de un manotazo y se la puso a trompicones.
– ¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha ocurrido?
– ¡Está lloviendo! ¡Es imposible que haya prendido nada! –dijo una asustada Heidi.
– Creemos que ha sido un rayo, la tormenta ha sido fuerte, pero ahora la lluvia no puede con el fuego.
Jonás, Pedro y los otros dos hombres intercambiaron un par de comentarios más y se dispusieron a salir por la puerta. Heidi no sabía qué hacer.
– Voy con vosotros. -Pedro la retuvo.
– No. De eso ni hablar. Aquí estarás mejor. -Heidi abrió la boca para contestarle- No es momento de discutir, te quedas aquí y punto.
Y con un portazo, se hizo el silencio.
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Las llamas devoraban cada centímetro, la techumbre se caía a pedazos, y todos los del pueblo, junto a Pedro, no hacían más que intentar apagar las llamas a base cubos de agua. El sudor de los hombres y mujeres del pueblo se mezclaba con las volátiles escamas de ceniza que llovían del cielo. Ya no caía ni una gota de lluvia para ayudar a extinguirlo. El remolque de emergencias con cisterna llegó tarde, las llamas habían devastado casi toda la carpintería. No quedaba nada.
Pedro miraba impasible los restos carbonizados de su sustento. Años y años de negocio próspero y creciente ahora hechos ceniza. Su trabajo se había convertido en su reto, en su refugio, en su manera de vivir y afrontar los problemas. Por primera vez en su vida, no supo qué hacer. Miró las acogedoras luces de las casas colindantes y entendió que tuvo suerte de no haber apurado hasta el final del día, como había hecho alguna vez. Si no... un momento, ¿luces en las casas? Pedro empezó a respirar agitadamente. Un rayo hubiera cortocircuitado medio pueblo y sólo había afectado a su carpintería, es más, ¿acaso había sido una tormenta eléctrica? Aunque había oído truenos a lo lejos cuando comenzaba a llover, no había visto ni un solo relámpago, y mucho menos un rayo, mientras subía empapado la cuesta hacia la cabaña de Heidi. Algo iba mal. No había dejado nada prendido, se aseguraba de ello al final de la jornada, antes de cerrar. Ahora, al que se le comían las llamas por dentro era a él. ¿Alguien había incendiado su carpintería? ¿Quién? ¿Y por qué? Pedro apretó la mandíbula y cerró los puños. No podía creerlo. Algún cabrón había incendiado su carpintería, y no tenía ni idea de quién era. Con un grito desgarrador, corrió hacia los tablones negros que se apilaban y arremetió contra ellos a puñetazos y patadas. Le invadía una ira inmensa, ¿qué coño tenía contra él? ¿Se metía él con alguien? ¡No! ¿Cómo se podía ser tan cruel y tan cabrón? ¡Nadie prende fuego a una carpintería por accidente! ¡Cabrón, cabrón, cabrón!
– ¡Eh! ¡Pedro, basta! ¡Déjalo ya! ¡Basta te digo! ¡Pedro, joder!
Se encontró con Jonás sujetándolo a duras penas. Pedro se dio cuenta de que estaba llorando a lágrima viva cuando se tranquilizó. Se miró las manos y las piernas, llenas de heridas y rasguños y cubiertas de polvo negro, el cual también había hecho barrillo con la humedad de la ropa.
– Tío, déjalo...
– No tiene ningún sentido, Jonás, joder... no tiene ningún sentido...
Jonás lo abrazó. Pedro se sintió un poco más aliviado. Siempre en las buenas y en las malas, Jonás había sido su compañero de vivencias desde que eran unos críos y había estado a su lado cuando Heidi se fue a la ciudad. Él fue quien le animó a aprender a leer y escribir.
– Si lo necesitas, ya sabes que puedes quedarte esta noche en casa si no quieres estar solo.
– Gracias, Jonás. Pero debería ir a ver a Heidi.
– Lo que prefieras. – poniendo una mano en su hombro, miró a Pedro fijamente en un diálogo mudo – Encontraremos a quien lo hizo, te lo juro por mi abuela.
Se dieron un último abrazo y, cabizbajo, Pedro dejó que sus pasos fueran en dirección a Heidi. Jonás, preocupado, vio como la silueta de un hombre abatido subía la colina.
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HEIDI: "Aprender a crecer"
JugendliteraturTras pasar unos años en un colegio para señoritas en Frankfurt, Heidi decide regresar al pueblo con su abuelo y así volver a ser feliz en el campo. Lo que no sabe es que su vida cambiará por completo al reencontrarse con Pedro. Historia publicada: 0...