Capítulo 1: Regreso a las montañas

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Por la ventana del tren se veía un paisaje precioso, lleno de árboles florecidos acompañados de un pequeño riachuelo que seguía la vía del ferry. Heidi empezaba a recordar su vida en la montaña con su abuelo. Los abetos tan altos, los campos llenos de flores de tantos colores, los barrancos al final de la colina donde solían pastar las cabras, el pueblo con sus habitantes tan vivarachos, la escuela, el queso tan bueno que preparaba su abuelo... pero sobre todo echaba de menos a Pedro. A Heidi se le dibujó una sonrisa en la cara ante la expectativa de volver a verle. Hacía mucho tiempo que no recibía una de sus cartas, con su letra mal trazada y alguna que otra falta de ortografía pero con toda la ilusión que destilaba el niño al poder escribirle una carta, ya que por fin había aprendido a leer y escribir. Ahora las cartas se las tendría que mandar a Clara.

Su abuelo estuvo de acuerdo en mandar a Heidi a Frankfurt, a un colegio de señoritas con Clara, para que se culturizase y aprendiera modales dignos de una dama. Al principio, Heidi se opuso totalmente a su abuelo porque le gustaba la vida de la montaña y se sentía muy feliz allí, pero luego comprendió que su abuelo lo hacía por su bien, y a los doce años Heidi se subió al tren camino de la casa de Clara. Cuatro años después, Heidi montaba en el mismo tren pero en dirección contraria. Había establecido un profunda amistad con Clara, ya que vivían en la misma casa e iban juntas al colegio, se compraban los vestidos juntas e incluso, en ocasiones, preparaban la comida juntas. Realmente la iba a echar de menos durante los meses que estaría en la montaña.

La chica despertó de sus pensamientos cuando cesó en ruido del tren; ya había llegado. Cogió su maleta y bajó a toda prisa para encontrarse con su abuelo, que la estaba esperando en el andén.

- ¡¡Abuelo!! - gritó Heidi entusiasmada al ver a su abuelo y acto seguido le abrazó fuertemente tirando la maleta a sus pies.
- ¡Oh, Heidi! - exclamó su abuelo abrazándola también- ¡Con cuidado, con cuidado! ¡Que ahora soy más viejo!
- Lo siento, abuelito... - Heidi se disculpó y cogió de nuevo la maleta recuperando el entusiasmo- ¡Venga, abuelito! ¡Vamos a casa!

Por el camino, Heidi le contó con todo detalle como era el colegio al que iba y lo bien que se lo pasaba con Clara, luego le preguntó a su abuelo como iban las cosas por aquí y que había pasado durante su gran ausencia.

- Bueno, Heidi, la verdad es que este pueblo no ha cambiado mucho, aunque todos te echaban de menos... - de repente puso un gesto serio, como si se acordara de algo importante - Verás, Heidi... no sé si lo sabrás pero... la abuela de Pedro falleció hace unos meses... y, en fin, pensé que debía decírtelo yo.
- Abuelo... - Heidi se sentía muy apenada por esta pérdida porque quería mucho a la abuelita y pensó que quizá volvería a leerle las oraciones que tan feliz le hacían - estaba ya muy mayor... pero yo esperaba... - y entonces no pudo más y se echó a llorar.

El abuelo le dijo que estas cosas pasaban y que seguro que a la abuela le hubiese gustado verla tan contenta como siempre. Heidi se calmó un poco ante las palabras de su abuelo y después de un rato de camino en silencio se acordó.

- Oye, abuelito, ¿dónde está Pedro? - los ojos de Heidi brillaban ante la mirada del viejo, que con una mal disimulada sonrisa le dijo:
- La verdad es que no tengo ni idea. - la muchacha se entristeció un tanto al oír aquello - ...aunque igual, con un poco de suerte, le podrás ver ahora cuando vuelva con las cabras y sino, no te preocupes, porque mañana por la mañana volverá a por ellas y podrás saludarle.

A Heidi se le iluminó la cara cuando oyó eso y preguntó que en qué trabajaba Pedro. El abuelo le contestó con orgullo que era su aprendiz de carpintero, pero que el chico se las apañaba muy bien y tenía mucha clientela a pesar de seguir aprendiendo de él. En cuanto a sus progresos con la lectura, le explicó que obviamente ya no iba a la escuela pero que en algún rato libre le pedía al maestro algún libro y papel y lápiz para escribir cartas.

Cuando llegaron, el sol ya se había puesto y Heidi vió con desilusión como las cabras ya estaban allí y Pedro ya se había marchado. Se estaba muy bien en la casa de la montaña y mientras su abuelo preparaba la cena, Heidi subió escaleras arriba y se hizo de nuevo su cama junto a la ventana redonda que dejaba ver el hermoso paisaje. Después de cenar, se puso una ropa cómoda para dormir y subió de nuevo para acostarse. Su último pensamiento antes de quedarse dormida fue su amigo Pedro.

HEIDI: "Aprender a crecer"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora