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C A P I T U L O     0

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En alguna parte de Latinoamérica

2011

Las almas descansaban en el frío cementerio. La lluvia caía en la tierra. El mundo lloraba junto a los difuntos y a los seres queridos quienes dejaban flores cerca de las lápidas.

Luz y Tomas, los hermanos Rojas, quedaron en las manos de sus padrinos Isabela y Miguel cuando hace un año sus padres fueron asesinados en su propia oficina. Hasta el momento no había ni siquiera culpables; el asesino fue muy cuidadoso.

Isabela y Miguel no tenían hijos, pero Luz y Tomás comenzaron a serlo después de aquellas muertes. Los hermanos Rojas quedaron con un trauma indescriptible ya que fueron ellos los que hallaron los cuerpos de sus padres en un gigantesco charco de un líquido carmesí. Desde entonces ninguno fue el de antes: Luz apenas si hablaba y Tomás, con sus diecisiete años, tenía un comportamiento ajeno.

El día en que el hermano mayor cumplió sus dieciocho años se escapó de la casa. Sin embargo, antes de irse dejó una carta donde explicaba su decisión: la muerte de sus padres lo seguía atormentando cada vez que veía los inocentes ojos de su hermanita.

Luz era una niña de doce años. Estaba agarrada de la mano de su madrina mientras todos rezaban alrededor de cuatro lápidas. Al lado de las tumbas de sus padres se hallaban descansando los restos de los padres de los gemelos Oliver y Noah, quienes también fueron asesinados de la misma manera en sus propias oficinas, aunque el hecho ocurrió un año antes. Tampoco había culpables, pero las similitudes entre ambos casos eran tan notables que los detectives no descartaban la posibilidad de que el mismo asesino estuviera involucrado. Dado que ambas familias eran muy amigas y debido a la similitud de los casos, por respeto y cariño se decidió sepultarlos en el mismo cementerio.

Un niño de cabello negro y ojos grises como el cielo que los acompañaba aquel día, tocó el hombro de Luz. Ella enarcó una ceja al ver que Oliver la llamaba junto a su gemelo. La rubia soltó la mano de su madrina y caminó hasta alejarse de la gente, dejando atrás el techo que la protegía de la lluvia. Ella todavía se sostenía a la soledad por tantos traumas, pues no tenía ningún amigo desde hace un año.

—¿Qué quieren? —demandó ella. Odiaba hablar con otras personas que estuvieran fuera de su límite de tolerancia.

—¿Quieres ser mi amiga, Luz? —preguntó Oliver. Jugaba con sus dedos, parecía que le tenía miedo.

—Déjame en paz, Oliver.

—¿Ni siquiera quieres ser amiga de Noah? —Señaló a su hermano y este también estaba asustado.

—Aléjense de mí —masculló la rubia. Ella giró para marcharse y buscar a su madrina, pero Oliver la detuvo cuando le tomó del borde de su camisa.

—Algún día seremos amigos —prometió él.

Luz le pegó en la mano y luego lo empujó contra su hermano.

—Si se acercan a mí juro por Dios que les quitaré los ojos y les haré comer —gruñó.

—Vámonos, Oli. Luz no quiere ser nuestra amiga —habló Noah, triste.

—Pero yo la quiero. Quiero que seamos amigos. Ya me portaré bien con ella.

—Si no me dejan en paz llamaré a la llorona para que se los lleve —amenazó.

—¡¿A la llorona?! —chillaron los dos.

Los gemelos dieron tres pasos atrás para alejarse. Para ser una niña de solo doce años daba muchísimo miedo por la forma en que miraba, hablaba y actuaba. Sin embargo, había que entenderla: estaba herida porque sus padres habían muerto y su hermano mayor, su único refugio, la había abandonado. Nadie podía juzgarla, tenían que comprender su dolor.

—¡Y al hombre del saco! Nadie nunca los encontrará.

Los gemelos Arias Paz corrieron hasta sus abuelos. Oliver temblaba y abrazaba a su abuela y Noah hacía como si nada hubiera pasado, pero por dentro se hallaba muerto de miedo.

—Estúpidos gemelos. —Se cruzó de brazos. En el momento que iba a volver para seguir rezando, sus padrinos aparecieron detrás de ella.

—¿Luz? ¿Estás bien? ¿Quieres ir a casa? —consultó Isabela.

Luz negó con su cabeza y regresó a estar cerca del cura para seguir rezando y pedir que las almas de sus padres siguieran descansando en paz.

Isabela y Miguel amaban demasiado a su ahijada, intentaban que ella se comunicara más con ellos, pero era imposible; era demasiado reservada para su edad. La pequeña asistía a terapia todos los miércoles por la tarde, al menos había avanzado en algo: hablaba con ellos cuando necesitaba algo, ya sea por tener hambre, comprar algún material para la escuela, estar enferma, entre otras cosas. Sin embargo, no era suficiente.

—¿Cuánto tiempo estará sin hablarnos como una persona normal? —preguntó Isabela, afligida, mientras abrazaba a su marido.

—Ella es una persona normal. Solo que sigue haciendo su duelo... Hay que respetar su dolor, amor.

—Miguel, ya ha pasado un año y sigue casi igual.

—La psicóloga dijo que puede tomar años —explicó él, abrazándola aún más fuerte para confortarla—. Ella necesita que encuentren al asesino.

—Los gemelos Arias Paz están tranquilos. ¿Por qué ella no puede estar igual?

—Cada uno lleva su duelo a su manera.

Después de la misa todas las personas se marcharon. Al final de todo, Isabela y Miguel se reunieron con los abuelos de los gemelos para charlar sobre sus tutelados. Cada uno intercambiaba algunos que otros consejos para sanar sus heridas. Por otra parte, Luz se hallaba detrás de un mausoleo. Sus lágrimas se mezclaban con las gotas de la lluvia. Ella odiaba que la vieran llorar, no le agradaba la idea de que pensaran que era débil, pero lastimosamente, eso era: una niña frágil que necesitaba del amor de sus padres y hermano. En tanto, los gemelos se encontraban debajo de un árbol, Noah sostenía el paraguas impaciente por querer irse y Oliver observa a Luz deseando decirle algo antes de marcharse, una promesa tal vez. Sin pensarlo caminó hasta ella y con la voz temblorosa le dijo:

—¿Luz?

Sus ojos hicieron conexión. Los de él irradiaba ternura, amor, esperanza y paz; y los de ella solo transmitía tristeza.

—¿Qué quieres, Oliver? —preguntó, rendida.

—Sé que en el futuro seremos amigos.

—No querré ser amigo de un estúpido e insoportable como tú. —Puso los ojos en blanco y se marchó hasta sus padrinos—. Y déjame en paz —dijo a lo lejos.

Oliver se aseguraría de cumplir su promesa, haría lo imposible por volver a ser amigo de Luz. O de bichito de luz, como le decía él. 

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El chico camaleónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora