El chico camaleón

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C A P I T U L O      5

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Los recuerdos que tenía con mi hermano mayor eran muy lindos, demasiado. Desde pequeños éramos muy unidos y cómplices de nuestras travesuras. Él, antes de que fallecieran nuestros padres, era amable, extrovertido, divertido, generoso y muy educado. Tenía muy buenas calificaciones y hasta ganó varias olimpiadas de ciencias. Pero después algo dentro de él se apagó totalmente. Todas las noches lloraba hasta que el sol saliera. Estaba más destruido que yo, tanto que decidió irse lejos para olvidar el dolor que le causaba ver los objetos que alguna vez le pertenecieron a nuestros padres o la mayoría de los lugares que frecuentaban visitar.

Desde que se marchó, hubo varias veces donde me preguntaba si había vuelto a ser la persona de antes. No obstante, cuando apareció en mi casa después de tanto tiempo, algo me gritaba que su tristeza ya no vivía en su corazón, pero porque él había cambiado para peor.

—¿Qué...? ¿Qué haces aquí? —pregunté. Todavía seguía impresionada por su repentina presencia después de tantos años.

—Me cansé de recorrer todo el país y volví a mi casa.

—Te fuiste... Y mucho tiempo... —susurré.

Me tragué las ganas de gritarle la rabia que tenía atragantada por haberme abandonado cuando más lo necesitaba. Incluso hasta las ganas de llorar. No iba a hacerlo, no quería demostrar que los recuerdos vinieron a mi mente como tornado al instante que lo vi.

—¿Puedo pasar a mi propia casa? —Ignoró mis palabras.

Oliver carraspeó con el puño cerca de sus labios y me observó con lástima, luego a Tomás le tiró una mirada de reproche.

—Oye, ella te extrañó demasiado... ¿No la abrazarás al menos?

—Cállate, Oliver —gruñí. ¿Cómo podía entrometerse de esa forma? ¡Qué metido!

Tomás lo miró con atención y luego abrió la boca como si estuviera sorprendido. Claro que solo estaba fingiendo.

—Espera. ¿Oliver? ¿Eres Oliver Arias Paz? ¿El gemelo mayor?

—Ajá. —Oliver enarcó una ceja y se cruzó de brazos.

—¡Vaya! Qué sorpresa verte también a ti. En fin, respondiendo a tu pregunta: no me gusta la demostración pública.

—¿Me extrañaste? —pregunté como reflejo. Me mordí la lengua muy tarde, mi mente o mi corazón me habían fallado.

—Al principio, pero luego me acostumbré. ¿Me vas a dejar entrar o no? —Rodó los ojos.

—No.

—¿Y por qué no? Es mi casa. —Alzó una ceja y apoyó un brazo en el marco de la puerta.

En tanto, yo me paré firme y mis cejas se juntaron. Tomé una postura firme y mis ojos hicieron clic con los de mi hermano.

—Porque te fuiste por mucho tiempo. No puedes volver así nada más diciendo que es tu casa y pidiendo entrar. Esta casa no te pertenece porque es mía, mi nombre está en los papeles. ¿Te fuiste por una mala decisión? Lo lamento tanto, debiste pensarlo mejor... ¡Debiste pensar bien antes de abandonar a una patética niña cuando más te necesitaba! —grité a lo último y mi corazón empezó a latir más fuerte que tambor en carnaval—. Ahora si me disculpas, debo echar a este ser. —Señalé con la cabeza a Oliver y luego lo empujé hacia afuera—. Si quieres ver a mis padrinos regresa mañana porque hoy no están. Que tengan un buen día, caballeros. —Y cerré la puerta detrás de mí con mis ojos llenos de lágrimas y la respiración agitada.